viernes, 7 de diciembre de 2018

Escudero

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Tomás González Blázquez

Cofrades de la Vera Cruz a la salida de misa el 6 de noviembre de 2011. En el centro, Gaspar Escudero | Foto: Heliodoro Ordás

07 de diciembre de 2018

Uno de los nuestros. Y no uno cualquiera. Como decía el entonces presidente de la Vera Cruz, Jesús López, en su carta del año 2006, publicada en la revista Lignum Crucis, no se imaginaba la cofradía sin ninguno de sus miembros, pero imaginarla sin el señor Escudero, sin el irrepetible y azulísimo Gaspar, "eso ya sería mucho imaginar"… En la noche del pasado 4 de diciembre, próximos a celebrar la fiesta de nuestra titular, la Purísima Concepción, de la que tanto presumía en su plasmación por Gregorio Fernández para nuestra capilla, descansaba uno de los nuestros.

Era nuestro Escudero en todos los sentidos. Siempre lo contemplé y lo reconocí como ese garante de la continuidad junto a unos pocos cofrades más que habían asegurado la persistencia histórica de la Vera Cruz, con todas sus precariedades, en la travesía oscura de los setenta y los primeros ochenta. Escudero y los otros, ciertamente escasos en número pero grandes en fidelidad, permanecieron, estuvieron, se quedaron. Ante las dificultades, esperaron. Ante las incomprensiones, supieron aguantar. No podía ser de otra manera. No podía ser otro sino Gaspar Escudero Sánchez quien ocupara aquella mesa de edad en la que tuve el honor de estar con él cuando en diciembre de 2000 la cofradía fue constituida en asociación pública de fieles y celebró elecciones.

Escudero no tenía reparo en ponerse la capa azul, de ese tono azul inconfundible, desgastado, tan personal, "azul Escudero", cuando algún periodista le pedía una entrevista en la que relatar su visión de la Semana Santa desde la perspectiva de quien ha llegado a sumar sesenta y nueve años años, ocho meses y seis días siendo cofrade de la Vera Cruz. Fue admitido en la Junta General del 28 de marzo de 1949, apadrinado por los cofrades Fernando García Sánchez y Gaspar Escudero Álvarez, su propio padre, que había entrado en la cofradía en 1921. Gaspar guardaba con celo la transcripción de ese momento de su admisión, recogido en el folio 327 del correspondiente libro de actos. Ay, los papeles del señor Escudero… En 2001 fue distinguido junto a otros cuatro cofrades veteranos como hermano de honor.

Escudero no se avergonzaba de reivindicar lo que, en justicia, correspondía (y corresponde) a la Vera Cruz, y a menudo recordaba cómo logró recuperar la imagen de Santa Elena que durante casi tres décadas permaneció en depósito en La Purísima. No consiguió dar con los ciriales de plata que siempre dijo haber conocido, extraviados también, ni ver de nuevo al Resucitado con el manto rojo, una de sus eternas causas. Porque Gaspar vivía la Vera Cruz como el que más aunque últimamente ya no pudiera acercarse a la misa mensual, salvo alguna vez que le recogía en su casa un cofrade siempre dispuesto a hacer los traslados extra-procesionales. Las otras dos propuestas que planteó en estos postreros años sí se consumaron: editar la novena de la Virgen de los Dolores, para propagar su devoción, y volver a salir con cruces encarnadas en la procesión de Pascua.

Enumerar lo aprendido con él, recordar lo que le escuché y hacer semblanza de su trayectoria sería muy extenso, por lo que sirve ahora resumirlo en una fecha: 26 de noviembre de 2006. Penúltima estación de la peregrinación del Lignum Crucis con motivo del quinto centenario de la Vera Cruz. En la parroquia-santuario de María Auxiliadora, la parroquia de Gaspar, se celebra la solemnidad de Cristo Rey, aquel que reina como lo hace el Cristo de La Caña que tantas veces acompañó Escudero el Viernes Santo. Después de cada eucaristía se venera la reliquia. Cientos de personas besan el signo de la salvación, y con cada beso Gaspar siente orgullo y gratitud. Ha sido un empeño personal suyo, como otros que acumuló en beneficio de la cofradía, que ese domingo el Lignum Crucis estuviera allí. No oculta su dicha. Sus tesoros, vivir la fe a la manera cofrade y mostrar a todos la sabiduría divina de la cruz, estaban siendo compartidos. Doce años después damos gracias por su vida y lo confiamos al que confesó siempre como su Dios y Señor, al que recibía cuando desde esa parroquia por él tan querida le llevaban la sagrada eucaristía. Para recibirla, Gaspar se preparaba a conciencia, se confesaba con la frecuencia necesaria, pero le parecía que debía hacer algo más: antes de comulgar, se ponía la medalla de la Cruz y de la Purísima, la de plata, la de la cinta azul, como buen cofrade de la Vera Cruz. Uno de los nuestros. Uno de los grandes. Descanse en Paz.


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