lunes, 11 de mayo de 2020

Reflexiones pascuales ante el 'Cristo que vuelve a la vida' de Venancio Blanco

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Daniel Cuesta SJ


11 de mayo de 2020

Ninguno de los evangelios canónicos se atreve a describir el momento de la resurrección de Cristo. San Marcos, san Lucas y san Juan empiezan sus relatos pascuales cuando la piedra del sepulcro había sido ya removida, encontrándose la tumba vacía, conteniendo solamente las vendas y el sudario con los que habían envuelto el cuerpo de Cristo. Únicamente san Mateo afirma que "hubo un gran temblor, el ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, rodó la piedra del sepulcro y se sentó en ella" (Mt 28,2), pero no da más detalles de lo que ocurrió dentro de la tumba. Un poco más lejos llega el evangelio apócrifo de Pedro quien, con la misma base que Mateo describe de manera misteriosa y fantasiosa cómo tras abrirse los cielos y retirarse la roca, dos hombres resplandecientes entraron en el sepulcro y salieron en compañía de un tercero cuya cabeza sobrepasaba los cielos, mientras se escuchaban voces provenientes del cielo y de la cruz (1). Pero, como se intuye, este relato tampoco acaba de explicarnos qué pasó en el interior del sepulcro.

El único testigo de aquellos hechos fue la noche, tal y como nos recuerda la letra del Pregón pascual: "¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos". Y es que, el momento de la resurrección de Cristo es algo que se nos escapa, que no podemos intuir ni tratar de explicar con palabras humanas porque, habiendo acontecido en la historia, la trasciende y nos habla de las realidades del más allá. Por ello, el teólogo Manuel Gesteira afirma que al tratar de describir la realidad física de la resurrección nos encontramos con un reto semejante al de tratar de explicarle cómo son los colores a un ciego de nacimiento (2). Con este problema se encontraron los primeros cristianos a la hora de relatar esta experiencia y también los artistas, entre los que se encuentra Venancio Blanco, al intentar plasmarla gráficamente.

El primer reto al que se enfrentaron los evangelistas fue el de encontrar un verbo que expresara lo acontecido a Jesucristo en la mañana de Pascua. Se trataba de algo totalmente nuevo, puesto que Cristo (a diferencia de Lázaro, el hijo de la viuda de Naín, o la hija de Jairo), había resucitado para no volver a morir, es decir, inaugurando una vida nueva. Por ello utilizaron dos verbos griegos a los que les dieron un nuevo significado: anistatai y egeirein. El primero de ellos significa "ponerse de pie" o "levantarse" y es utilizado siempre en forma pasiva para significar que fue Dios quien levantó a Jesús de entre los muertos. El segundo, egeirein, quiere decir "despertarse de un sueño" y, aplicado a Cristo, hace referencia al paso del sueño del pecado y de la muerte a la vida verdadera de la resurrección.

Pues bien, creo que ambos verbos tienen su correlato y pueden apreciarse bien en la imagen del Cristo que vuelve a la vida de Venancio Blanco. En ella, el escultor salmantino representa de manera revolucionaria y magistral el momento de la resurrección al plasmar a un Cristo que parece levantarse y despertarse al mismo tiempo. La postura de Cristo parece seguir el significado del verbo anistanai, puesto que muestra cómo el Señor no se está levantando por sí mismo, sino que hay una fuerza exterior (el poder de Dios Padre) que lo está elevando del suelo y elevándolo de la muerte. Y si miramos a su rostro, podemos rastrear en él el sentido del verbo egeirein, porque el Cristo de Venancio parece estar despertando a la vida de la Pascua. Y lo hace sin triunfalismos exagerados, ni gestos portentosos, sino desde la humildad de aquel que, por amor, entregó su vida por los hombres. Cristo despierta a la vida de la Resurrección y con Él nos despierta a todos a la esperanza de una vida sin fin que, pese a su discreción y a que a veces parezca no manifestarse en nuestro mundo, es la verdad más auténtica que existe, porque solo ella es capaz de dar sentido a todo.


(1) Vid. A. DE SANTOS OTERO, Los Evangelios Apócrifos, BAC, Madrid, 2009, 201.
(2) Vid. M. GESTEIRA GARZA, La Resurrección de Jesús, SM, Madrid, 1984, 4 y ss.


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