lunes, 18 de enero de 2021

Que este 2021 sea el año del cambio

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 Paulino Fernández

Detalle de la badera del Perdón | Foto: José Javier Pérez
18-01-2021

Este 2021 las procesiones están en el aire. Cuestión que, personalmente, me preocupa poco. No se me malinterprete, por favor, que como cofrade quiero, espero y deseo que las procesiones puedan salir a la calle. Pero, ciertamente, es algo que no está en nuestras manos y, por consiguiente, no puedo preocuparme de ello.

Lo que sí me preocupa, y mucho, es el futuro de nuestras corporaciones. Hemos construido una vivencia cofrade basada en procesionar. ¿Cómo vivimos la Semana Santa? Procesionando. ¿Cómo rememoramos el N aniversario de la cofradía o de la imagen? Procesionando. ¿Cómo celebramos el vía crucis del titular? Procesionando. ¡Si hasta nos quedamos en casa porque una pandemia nos impide salir y organizamos procesiones online! Y claro, luego nos llevamos las manos a la cabeza porque hay hermanos que se dan de baja, que se borran o que no pagan por no poder procesionar. Si nosotros mismos hemos vendido esta percepción, ¿de qué nos sorprendemos?

Quizás deberíamos aprovechar estos malos momentos para, a lo Mr. Wonderful, sacar una enseñanza de esas que marcan para toda la vida. Quizás, y solo quizás, deberíamos sentarnos seriamente y empezar a replantearnos cómo concebimos las cofradías, cómo las presentamos y qué perciben nuestros hermanos.

Estos últimos años de episcopado de Su Excelencia, D. Carlos López –quien ha cumplido la edad para la renuncia y a quien agradezco públicamente su trabajo al frente de esta Iglesia local de Salamanca–, han estado marcados, en cuanto a asuntos cofradieros se refiere, por la aprobación de las Normas Diocesanas. Sin lugar a dudas, una cuestión que en muchos círculos se llevaba tiempo reclamando a fin de sujetarnos a un marco común. Aprovechando este aire de renovación que ha creado –porque sí, aunque no lo veamos, la aprobación de un Estatuto Básico en la Diócesis supone una renovación en cuanto a la situación cofrade diocesana– podríamos aprovechar esta senda y renovar no solo las estructuras jurídicas, sino también la propia vida interna y la autoconcepción de las corporaciones.

Esta regeneración puede llevarse a cabo de múltiples maneras. En algunos casos podríamos centrarnos en la acción teológica. Podríamos aprovechar este tiempo en barbecho para redireccionar nuestra esencia corporativa y descubrirle a nuestros hermanos la acción trascendente de nuestra propia identidad. No podemos ser ajenos a nuestra naturaleza eclesial –que es nuestra sustancia y no nuestro accidente– y debemos trabajar con ahínco en transmitir esta cuestión a nuestros hermanos.

Podemos centrarnos en la dimensión eucarística. Podemos aprovechar este tiempo en casa para recordar a nuestros hermanos que el centro de nuestra vida cristiana es Cristo Eucaristía e incidir en la misma como eje vertebrador de nuestra existencia como hermandad. Démosle una mayor relevancia al culto y, trabajando a una con la diócesis, recordemos que sin el domingo no podemos vivir.

Podemos incidir en la dimensión social. De la mano de nuestra Iglesia diocesana y de otras instituciones, tantas cofradías que han visto marchar las comunidades que los acogen –y tantas otras que están por fundarse o que han debido abandonar su iglesia por otras cuestiones– podrían incardinarse en alguno de esos templos cerrados que atesoramos en esta ciudad para recuperar su culto y ayudar a revitalizar esa zona, logrando una verdadera unión con los vecinos. Hemos de ser altavoces de las injusticias que observemos, hemos de perder el miedo a alzar la voz para defender nuestra fe y nuestras creencias. En definitiva, no podemos ser meras asociaciones pasivas, hemos de trabajar unidos con nuestra diócesis y nuestros prójimos.

Podríamos incidir en la práctica de la caridad. Podríamos llevar la colaboración un paso más allá. Podríamos leer todas las necesidades que subyacen en nuestra sociedad y aprovechar nuestra existencia para tratar de colmarlas: voluntariado, nuevos ámbitos de colaboración, desarrollo de los ya existentes, aumento de la implicación en los grupos de acción social de las parroquias respectivas...

Con todo el trabajo que queda por hacer, ¿de verdad podemos quedarnos debatiendo solamente si saldremos o no? ¿De verdad podemos quedarnos en la superficie del problema? ¿No sería mejor aprovechar esta situación para rediseñar nuestra vida cofrade? Ahora, más que nunca, en nuestras manos está lograr que las hermandades sean parte importante de la vida de la ciudad y de la diócesis.

 

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