sábado, 27 de marzo de 2021

Santísimo Cristo de la Humildad, no nos dejes solos

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 Isabel Bernardo

Sábado de Pasión. Cristo de la Humildad | Foto: Fernando Pena
27-03-2021

Sábado de Pasión. Silencio cofrade. Las espinas se han clavado desde hace algo más de un año en el aire de un mundo descuidado, donde todo orden se ha derrumbado por lo sobrevenido de una extraña pandemia. La tradición cofrade se ha visto obligada a suspender sus marchas procesionales, las imágenes se han quedado en la soledad de los templos, sin la devoción de esos tantos ojos humedecidos que las buscaban con misericordia. ¡Qué solos se quedan los hombres cuando no tienen la presencia sagrada cerca de sus pupilas, de sus manos! Aunque la fe sea algo de mucho más adentro, necesitamos los símbolos que nos arrastran hacia los divinos misterios, la fuerza sobrenatural que emana de las tallas, el verbo péndulo y callado de la cruz, el olor característico del cirio, la luz del farol que se escapa hacia la libertad lejana de la noche; noche oscura del alma.

Sábado de Pasión y Jesús retirado con sus discípulos en la ciudad de Efraín, junto al desierto. ¡Prended al Galileo! Y a partir de ahí todo fue humillación, burla, castigo, úlcera, sed, crucifixión y sombra.  ¡Ah, cuánta oscuridad a nuestro alrededor, cuánta desgracia, cuánta desnudez para atreverse a pensar ahora en lo sucedido a un hombre, tantos siglos atrás! En buena parte del mundo el pensamiento había dejado de temer el temblor interior de los abismos. En buena parte del mundo la pasión de Cristo no pasaba de ser una representación, un reclamo vacacional, la caja de resonancia de un punto de interés turístico. ¡Qué o quién habrían de sospechar que esta buena parte del mundo podría desmayarse sobre su propia luz!

Sábado de Pasión, sábado de la Hermandad Franciscana en Salamanca, la baqueta de madera no golpeará el tambor que anuncie al Santísimo Cristo de la Humildad en la austeridad nocturna del aire. Los muros de San Martín nos mantendrán adentro, con la súplica y oración tras una mascarilla, las manos llenas de distancia y los brazos abrazando únicamente el dolor del propio pecho. ¡Cuánta ausencia al doblar de las campanas! ¡Cuántos nombres desvanecidos! ¡Cuánto que decir en tan turbador silencio! Con humildad, Señor: pon tu voz en nuestros oídos, no nos dejes solos.

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