miércoles, 27 de octubre de 2021

La cruz

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Ramiro Merino


 La cruz de los jóvenes | Foto: El Norte de Castilla de Salamanca

27-10-2021

Acudía recientemente a un acto en homenaje a nuestro irrepetible Miguel de Unamuno. Se celebraba en el Paraninfo de la Universidad, escenario de tantos momentos cruciales en el devenir histórico y cultural de esta España nuestra, lugar donde aconteció el famoso enfrentamiento dialéctico entre don Miguel y Millán Astray.

Al llegar al Patio de Escuelas, una cruz desnuda de tamaño considerable, situada en un lateral del patio, llamó mi atención. Permanecí unos instantes observándola desde la puerta de la fachada. Después me acerqué para confirmar la primera intuición: se trataba de la cruz que presidirá la Jornada Mundial de la Juventud, en Lisboa, en 2023. Su exposición en ese entorno tan privilegiado formaba parte del encuentro con la cruz de los jóvenes que la diócesis de Salamanca ha organizado. Alrededor de la misma una pantalla con su equipo sonoro divulgaba mensajes relacionados con el encuentro. Francamente, apenas atendí su contenido; simplemente me quedé allí, ensimismado ante la cruz durante unos minutos. No podría expresar de un modo coherente en qué pensé o cuáles fueron mis reflexiones.

Durante el acto disfruté leyendo y escuchando textos unamunianos que revelaban su espíritu batallador y contradictorio, su permanente lucha contra todo, frente a todos y frente a sí mismo. Y puede que el propio Unamuno, sus palabras enérgicas, fueran el mecanismo que activó el hecho de volver a detenerme en la imagen de la cruz. No sé. Lo cierto es que, de regreso a casa, no dejaba de darle vueltas a la cruz, a su sentido, a su atracción. Posiblemente no exista un símbolo más denso y expresivo. Todo se ha dicho de la cruz y no se ha dicho nada, porque las palabras son solo balbuceos ante ella. Mi admirado Antonio Praena lo intuye en estos versos preciosos: ¿Se puede ser poeta ante la cruz? / (...) ¿Resisten las palabras? ¿Significan?

La cruz nos interpela, nos arrebata, nos sobrecoge, nos alienta y nos acalla; nos guía y nos ciega, nos confunde, nos muestra la Verdad y el misterio de un amor extremo, de una redención salvadora, nos sitúa en la dimensión más humana y trascendente que jamás se haya podido concebir. La cruz es, sin duda, el símbolo más cautivador que la historia del hombre ha presenciado. En su nombre se han protagonizado hazañas increíbles y gestos de enorme grandeza, pero también crímenes horrendos y despreciables. Cuántos la han seguido y abrazado hasta la muerte. Cuántos han sentido la paz y el consuelo en el momento de la muerte. Cuántas la han perseguido y odiado de un modo visceral, hasta la misma locura.

La cruz es puente y barrera infranqueable, es el abrazo y el grito, la pregunta inquietante y la respuesta, la alegría exultante y la derrota, el temor y la angustia, la victoria. Podrían mostrarse todos los recursos y alusiones, todas las imágenes para configurar su sentido... Es en vano; su misterio permanece imponente y poderoso, siempre inquietante y arrebatador. Referirse a la cruz puede resultar enormemente confuso o esclarecedor, atractivo o tópico y repetitivo. Incluso hay entornos y ambientes en que parece ser un signo molesto y despreciable. Pero lo cierto, lo inevitablemente cierto es que a nadie deja indiferente, por más que se intente ocultar o disfrazar.

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