viernes, 3 de diciembre de 2021

¡Que viene el obispo!

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J. M. Ferreira Cunquero

Monseñor Joasé Luis Retana, nuevo obispo de Salamanca | Foto:Periodista Digital
03-12-2021

En vísperas de la llegada de don Carlos, como obispo de la diócesis de Salamanca, uno de los curas con más retranca y desparpajo que conozco, en un programa de radio fijaba su atención crítica en las altas y benditas esferas obispales. Venía a decir, con mucha gracia, que los prelados, en general, estaban más pendientes de la limpieza de las alfombras palaciegas que de pisar las calles y conocer a las gentes que las pueblan y decoran. Recuerdo cómo una amiga, que acababa de llegar a Salamanca, se sorprendía de que el mosén hablase con tanta claridad, lejos de esa emanación que huele a sacristía rancia, cuando el miedo amenaza ruina en las parcelas eclesiales y en los santos dones que suelen agraciar tantas veces afines sosiegos querenciales.

Y ahora que llega el nuevo obispo, me da por pensar -oye tú- en que estos serán días de gran afán en revisar muebles y adorneos en las estancias episcopales mirobrigenses y salmantinas, con el fin de que todo siga igual para quienes tienen galones o mando en plaza.

De la jerifaltería diocesana claro que salvamos a quienes caben en una mano por dar la nota alta y admirable desde ese espíritu de servicio que mantiene viva con llama de amor nuestra Iglesia. ¿Dar nombres? No hace falta, su humildad, preparación y don de gentes sobresalen encendiendo el luminoso que los delata por su grandeza.

Los otros nombres, mejor dejarlos en el olvido mientras toca esperar a que el nuevo pastor, una vez conozca a las ovejas y el pobre pasto, abra los rediles que puedan recibir a los errantes hijos que pululan buscando desde siempre la tierra prometida.

¿Dar nombres? No hace falta, pues, conociendo la lana, de alguna forma puede presumirse el paño.

Lo que sí me complace imaginar es que alguna dosis de esperanza amainará tanto olvido en quienes andan por las humildes y olvidadas parroquias, entre morrocotudas y disparatadas palizas de kilómetros y sinsabores. Mansos sacerdotes, pero felices, he de suponer, al sentirse queridos por ser hermanos de cercanía y consuelo.

Es curioso que, echando la vista atrás, caiga en la cuenta de que mi gran enchufe personal con el obispo Carlos (tan cacareado en las fuentes del chismorreo semansantero) nació para disfrute de esa ralea que bebe y come en los mentideros de las ocurrencias cochambrosas con tufo a esquina. Y es que es de chirigota recordar tal sanbenito cuando, a estas alturas de la fábula, jamás pisé en mi vida el despacho de un obispo. Las cuatro palabras que me crucé con don Carlos a lo largo de estos años tuvieron lugar en el Casino de Salamanca cuando vino el Custodio de Tierra Santa, a pie de calle, y en una llamada telefónica que me hizo, para animarnos a seguir aplicando, como lo hacíamos, la normativa en el último proceso electoral a presidente de la Junta de Semana Santa. Ni nada más ni nada menos.

Pero ahora la vista cofrade debe mirar hacia el futuro con expectación, esperando que, por fin, monseñor José Luis Retana coja las riendas con temple después de observar y conocer las deficiencias y virtudes de las cofradías salmantinas. A ver si es posible que todo lo que se dijo en el pasado, por unos y otros, incluidas normas y promesas de azucarillo, encuentran el cauce que haga posible sentir la nueva música que marque los novedosos, necesarios y deseables ritmos. Sería una catástrofe seguir perdiendo tiempo, mientras las fauces del laicismo roedor afila los dientes.  Y si hay dudas, recordemos el sainete europeo que, en forma de ensayo, fijó, hace dos fechas, sus descerebradas miradas en la Navidad. No hay que ser demasiado avezado para suponer que los tratantes del ferial anticristiano, saldrán de las covachas apenas estemos metidos en vísperas de procesión, para tocar las narices y despacharse a gusto, porque entre otras cosas no habrá respuesta.



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