viernes, 31 de diciembre de 2021

Todos somos inmigrantes en la historia

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Tomás Gil Rodrigo

Emigrantes, relieve de Agustín Casillas realizado en 1988
31/12/2021
 

Parece que cada treintaiuno de diciembre, antes de empezar un nuevo año, volvemos a tomar conciencia del peso y del paso del tiempo por nuestras vidas. No se trata solo de una cifra más del calendario, como si no pasara nada, sino que dejamos el pasado, en el que han sucedido cosas buenas y malas, para adentrarnos en un futuro con incertidumbres y esperanzas. Las raíces judeo-cristianas de nuestra cultura nos hacen caer en la cuenta de que la humanidad camina en una historia lineal de salvación, no abocada hacia una tragedia que se repite en un tiempo cíclico –así lo expresamos a veces cuando decimos que «la historia se repite», algo propio de una mentalidad greco-romana, porque también somos herederos de ellos–, sino que vamos hacia un destino mejor y nuevo, gracias a la intervención progresiva de Dios en la historia, en un diálogo de gracia y libertad con la humanidad, hasta llegar a la plenitud de su Hijo Jesucristo, centro de la historia y cabeza hacia su consumación. Por esta razón, tenemos que recordar, en este día último del año, que todos somos inmigrantes en la historia. La inmigración no es solo un hecho que sucede en el espacio, sino que también es temporal y existencial.

Un pequeño bajorrelieve en hormigón del escultor salmantino Agustín Casillas, realizado en 1988, titulado «Emigrantes», me suscitó esta idea de peregrinar en la historia hace unos días, cuando fui a la inauguración de la exposición del centenario de su nacimiento en la Torre de los Anaya, que estará abierta hasta finales de enero y recomiendo que no os la perdáis. El escultor nos representa a seis figuras en hilera, de pie y en movimiento, caminando de derecha a izquierda. Una vez más, como aspecto distintivo de su personalidad y su obra, el autor se compromete con temas que desvelan su apego a la tierra y sus hondas raíces castellanas, mostrando con gran belleza el respeto y el cariño que tiene hacia las gentes pobres y humildes del campo, las cuales tuvieron que huir de la miseria y la injusticia a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta en el siglo veinte. Este fenómeno de la inmigración, como bien sabemos, no es algo del pasado, sino que se revive en el siglo veintiuno en miles de personas que arriesgan sus vidas en las pateras que cruzan el Mediterráneo. Aparentemente Agustín Casillas realiza un grupo escultórico compacto, de gente que camina unida, sin embargo, cuando contemplamos con detenimiento el relieve, advertimos que cada uno de los personajes está individualizado; se nota que toman gestos, posturas y actitudes diferentes. De esta forma se produce un contraste entre la cabecera y la cola de la marcha, que amenaza con romperse de un momento a otro. Una pareja joven, formada por una mujer y un hombre, avanza ligera y erguida, con prisas y sin peso, hacia su destino con entusiasmo, sin importarles lo que dejan y a los que dejan atrás. Y los dos hombres mayores con boina, los que aparecen a remolque, les cuesta andar y van despacio con esas grandes botas; doblan sus espaldas, no solo por el peso de su equipaje, sino por años vividos y el duro trabajo; el último de ellos mira hacia atrás, despidiéndose y añorando la tierra, el hogar y los amigos que deja. Pero, como es característico en Agustín Casillas, sus figuras, lejos de desintegrarse en el espacio por los contrastes, se reconcentran y defienden desde un punto gravitatorio interior que las une y compacta. En el centro aparecen dos figuras, una madre y su niño recién nacido, que se encargan de unir al grupo en marcha. Se vuelven hacia atrás con caridad hacia los que se quedan rezagados por detrás, a los que echan una mano e infunden esperanza. El pelo, movido por el viento, rodea la cabeza de la madre de tal forma que su rostro nimbado se convierte en luz. A su vez, cogido por su brazo derecho, el niño es mostrado por la madre para contagiar la vida, expresada en el movimiento de sus brazos y piernas. La luz y la vida de estos dos personajes centrales atraen, dan sentido y unidad a estos emigrantes, caminantes entre la oscuridad de su presente y la muerte de su pasado.

Me parece que este bello relieve de los emigrantes de Casillas nos da muchas pistas para saber dónde estar y qué hacer como Iglesia en nuestras cofradías ante este momento de cambio histórico. Si tuviéramos que elegir entre los personajes que están representados, puede que unos se sientan más identificados con esa pareja joven que quieren avanzar con prisas al futuro; otros puede que elijan a los mayores, que añoran con volver a su pasado glorioso. Pero, la figura de la madre que sostiene al niño en sus brazos es la imagen con la que nos deberíamos identificar más. El recién nacido que irradia la vida nueva y da luz es Jesús, la madre, que enseña con esperanza la presencia del niño y se vuelve para practicar la caridad con los últimos es icono de María y, por lo tanto, de la Iglesia.

Os deseo un feliz año 2022, en el que no nos falte la luz y la vida de Jesús, que nos une y nos hace caminar con esperanza hacia el futuro.

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