viernes, 25 de febrero de 2022

Julio de la Torre Coll, in memoriam

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F. Javier Blázquez

Julio de la Torre Coll | Foto: jmfcunquero
25-02-2022

El 15 de febrero, con ochenta y ocho años, nos dejaba Julio de la Torre, un hombre íntegro, apasionado y cabal. Llevaba ya un tiempo retirado de la vida pública, pero su nombre había quedado vinculado inexorablemente a la Semana Santa de Salamanca. Cuando en 1950 se hizo cargo de la parroquia de Peñaranda de Bracamonte, como coadjutor, Agustín Martínez Soler, Julio de la Torre encuentra el referente que tanto había buscado tras una infancia que no fue fácil.

Junto a este cura tan revolucionario y avanzado para su época, Julio protagoniza la apasionante experiencia de reorganizar la Semana Santa procesional de la ciudad. Era un joven con ganas de comerse el mundo y don Agustín le da el aliento y argumentos para llevar la justicia y esperanza a los grupos que habían quedado al margen. Obreros explotados, prostitutas, viudas y huérfanos en desamparo… La España que comenzaba a despertar en lo económico aún no se había asomado a estas esferas de necesidad. Y las procesiones de Semana Santa, con las cofradías que las organizaban, eran el medio y el pretexto para llegar a estas gentes. Don Agustín era el cura, el torrente, la fuerza que guiaba. Julio su apoyo en el siglo, quien hacía y administraba en el terreno de lo concreto. Su trabajo como empleado de banca le facilitaba el conocimiento de esta otra parte de la realidad, el mundo práctico al que don Agustín era completamente ajeno, porque él solo se conducía por la fe y los ideales.

Los años cincuenta fueron vertiginosos para la Semana Santa de Peñaranda. En cuatro años se fundaron cinco cofradías, que fueron Jesús Nazareno, el Cristo del Humilladero, la Preciosa Sangre, Vera Cruz y Nuestra Señora de la Esperanza, que se unieron a la Sagrada Pasión y Soledad, que venían de atrás y seguían funcionando con sus cabildos. Para organizar la Semana Santa, en 1958 se fundó la Hermandad de Cofradías y Julio de la Torre se hace cargo de ella. La dirigió durante casi cuarenta años y él, con su personalidad arrolladora, fue la imagen de la Semana Santa peñarandina durante este largo periodo.

Sin embargo, la gran obra de Julio de la Torre fue otra. Cuando en 1971 las llamas de un pavoroso incendio destruyeron la iglesia parroquial de Peñaranda, él, desde la Hermandad de Cofradías, hace suya la empresa de reconstruirla. Gestiona ayudas institucionales y donativos particulares, negocia con contratistas, se arremanga y coloca ladrillos. Un esfuerzo ímprobo para lograr, finalmente, que en 1982 las imágenes regresasen a un templo que volvía a abrirse al culto.

Julio de la Torre lanzó el premio de poesía religiosa en 1994 y dos años después dejó la Hermandad de Cofradías en manos de Moisés Pérez. Pero no se retiró de la Semana Santa. El último servicio lo hizo asumiendo en 2003 la presidencia de la Tertulia Cofrade Pasión, de la que era socio desde hacía años, en un momento delicado para la asociación. Sus años fueron los de la resistencia y el relanzamiento, su línea la de introducir en la cultura cofrade el valor de lo social.

Las personas se van. Es la ley de la vida. Su obra, cuando es fecunda, y su recuerdo, cuando brota del afecto, quedan para siempre.

Julio, que la tierra te sea leve. Descansa en paz, con la tranquilidad del deber cumplido, y la satisfacción de haber dejado un legado unánimemente reconocido.


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