Tengo ante mí el poemario que recitaré el domingo de Pasión en el acto que, bajo este título (Poeta ante la Cruz), organiza la Real Cofradía del Cristo Yacente de la Misericordia y de la Agonía Redentora. Diría que los versos están impacientes por llenar el imponente marco del coro catedralicio, por unirse al eterno lenguaje de la música en un mismo aliento de súplica y redención. Recuerdo ahora otro artículo en el que me refería, allá por abril de 2021, a la compleja sensación de júbilo y vértigo que sentí ante la propuesta firme de emprender esta apasionante aventura poética. A partir de entonces el recorrido se ha ido configurando con experiencias y sensaciones que no podría definir en su pleno sentido.
El proceso de la escritura ha pasado, efectivamente, por momentos de absoluto contraste: desde el desasosiego y la lucha encarnizada por encontrar la palabra o la idea capaces de significar con plenitud, hasta el impulso arrebatador de un interminable torrente que debía contener o encauzar. Y siempre depurando, limando, renovando hasta la extenuación. No, no me ha resultado fácil ‒nunca lo es, pero en este caso me habría preocupado especialmente que lo fuera‒, porque, ante la cruz la palabra es clamor y balbuceo a un mismo tiempo. Ante la cruz el alma se despoja y se descubre en toda su desnudez, y el poeta es el hombre que muestra su grandeza y su fragilidad.
Tiemblo, y el temblor no es temor sino intensa emoción, pensando en el momento en que declame los versos ante el Cristo que abraza la injusticia de los hombres desde la cruz redentora. Tiemblo porque presumo que la vivencia del momento no es predecible, y normalmente preferimos controlar aquello que vivimos; aunque, bien pensado, deberíamos preferir lo contrario.
En su momento recordaba los versos de Antonio Praena que intuyen la peculiar experiencia: ¿Se puede ser poeta ante la cruz? / (...) ¿Resisten las palabras? ¿Significan? Es fácil compartir su sentido, identificarse con ellos. Pero otra cosa bien distinta es pasar tú mismo, plenamente, por la experiencia, situarte ante el misterio de un amor extremo que descoloca y desborda, que no se corresponde con nuestros códigos, que no comulga con los prejuicios y las convenciones.
Sea como fuere, cuando contemplas la obra, extenuado tal vez por esa permanente lucha que supone la creación poética, posees la satisfacción de haberlo intentado. Deseas que los versos vean la luz, pero también contemplas la posibilidad de no haber acertado del todo, de no haber sido capaz de conmover en la medida que dictan tus deseos. No sé, es un universo complejo cuyo alcance no es posible perfilar plenamente. Ahora que la aventura se aproxima a la culminación me quedo con la experiencia del camino; me siento más que satisfecho por haberlo intentado, por intuir que han quedado muchas cosas por decir y versos por depurar. Algo que surge de mí, y que no soy yo, me dice que este Camino de imperfección que comencé hace casi un año alumbrará nuevos horizontes, renovados impulsos. Ojalá esté en lo cierto.
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