viernes, 11 de febrero de 2022

La Entraña Vaciada

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Álex J. García Montero

Figueruela de Abajo. Aliste. Zamora | Foto: jmferreiracunquero
 11-02-2022


A Arturo Labanda del Río (DEP)

Pasado mañana, Dios mediante y san Valentín de tornaboda, se celebrará la «fiesta de la democracia» en la mermada Castilla y el anulado León. Hemos sido, junto a Aragón, el germen de lo que vienen a llamar algunos la «España vaciada». A mí me gusta mucho más lo de la «España vacua» o evacuada porque vaya si nos han ido evacuando durante lustros y años, incluso siglos. Si no, que se lo digan a este antiguo Reino de León, donde la sangría demográfica es más que una hemorragia considerable.

Cada día nos llegan nuevas, y esta vez, además de los datos oficiales diarios de pandemia/endemia con sus correspondientes ataúdes y restricciones, así como (espero que no, cuando escribo estas líneas) una posible escalada bélica en tierras frías, nuestra entrañable Miróbriga celebrará en poco más de dos semanas sus carnestolendas taurinas. Como si de una bufa macabra se previera, a fecha de hoy no sabemos si habrá encierros, toros, vecinos… Pero lo que sí podremos afirmar es que ya no habrá diócesis, porque las tiaras y birretes romanos, con la aquiescencia hispano arriana, se han quitado de encima una milenaria diócesis para mantener todas las absolutamente deficitarias diócesis de la otrora y primigenia Marca Hispánica.

Además, gracias a la creación del híbrido, muy de moda ahora, de la Diócesis de la A-62, seremos los más sostenibles de la Iglesia, porque mientras que muchas sedes episcopales siguen contaminando con el humo del nacionalismo o entregadas a políticas de gasoil, gasolina y bencina, nosotros, como estultos fieles de la sostenibilidad, nos habremos entregado a suprimir un vehículo para poner un mismo motor (el bueno de monseñor Retana) a ocho ruedas. Se me va ocurriendo que tal vez, en vez de La Fuente de San Esteban, nuestro querido Museo de Historia de Automoción pueda ser la nueva cátedra episcopal.

Ciudad Rodrigo, sin Carnaval del Toro, sin diócesis, sin clero, sin toros ni toreros es como un burdel sin meretrices. Miróbriga sin obispo, significa quitar el farinato a unos huevos que no tuvieron ni los obispos ni los políticos de estas tierras del sur leonés.

Las cofradías (y mucho más los propios penitentes) sufrimos un agotamiento pandémico porque poco a poco nos han ido cortando y recortando cualquier atisbo de normalidad. Nos han ido mermando nuestros actos porque dentro de las iglesias el bicho era lo peor que podía ocurrir. En la calle tampoco porque, hombre, se podían provocar aglomeraciones de laicistas deseosos de ver procesiones. Eso sí, sigue habiendo, nominalmente, casi veinte cofradías, pero eso, nominalmente.

Es como los censos de vecinos de las zonas rurales. Nominalmente es una cosa, pero no hay más que darse una vuelta por los pueblos de Castilla o de León, para saber que eso que algunos vivimos de la ropa oliendo a humo, las calles siendo mosaicos de hormigón, arena, gravilla y barro, el ruido de los tractores a la amanecida, el mugido de vacas, toros o balido de ovejas y cabras, o incluso en verano, los cohetes de fiestas y el tiro de alguna escopeta cuando venía la temporada de caza, se acabó. Y no volverá apenas, porque ya no merece la pena ni encender la calefacción.

El problema es que Castilla y León, como comunidad autónoma, no es ni enteramente rural (a pesar de la visión decimonónica de algunos brotes verdes y azules mirlos) ni totalmente urbana (como quisieran las naranjas agrias y los tudancos tomates), aunque sus núcleos principales de población sean las capitales de provincia y sus alfoces o las cabeceras comarcales amplias. Es urbanamente rural y ruralmente urbana. Aquí las ciudades son pueblos grandes donde se convive con un hastío muy propio del carácter acorde con el cambio climático de estabilidad permanente, y los pueblos que tienen algo de vida son ciudades enraizadas en lo popular. Lo populoso no tiene cabida ni en un lugar ni en otro. Y mucho menos lo populista de moradas berenjenas. Aunque sí, por la propia idiosincrasia, forma parte de su identidad lo marcadamente caciquil arcoíris (en sexmeros, concejos y cofradías).

Así, que no habrán escuchado a los de la «España vaciada» hablar de toros y tentaderos, vacas, cerdos, cabras, gallinas, pollos, conejos, perdices…, de siembras, cosechas y campo (no de ecología o sostenibilidad), de PAC, de caza (afición que no me gusta, pero que respeto profundamente), de curas, de parroquias, de religión, de diócesis rurales… porque simplemente pasan de todo esto ya que prácticamente no lo han conocido, no lo han practicado y no existe para estos pijo progres de pueblón y salón.

En las cofradías y en la Semana Santa, tres cuartas partes de lo mismo. Se habla de cultos, de paellas, de comidas, de copas, de partidos de fútbol, de quinarios, de ensayos, de martillos, de trabajaderas, de trajes y corbatas, de varas, de llamadas, de costales, de sayas, de bordados, de banzos, de turnos, de incienso…, pero no de volver y regresar a la profundidad de la devoción íntima en la calle. Porque, mal que nos pese, eso ya pasó para estas nuevas generaciones cofrades, cada vez más mermadas en número y compromisos. La media de edad y asistencia a las eucaristías cofrades dominicales es lo más aproximado a lo que se nos viene encima de rúas y plazas.

Al final, el problema de habernos centrado en lo externo, incluso a nuestros propios lugares de culto (capillas y templos), es que hemos vaciado no sólo lo externo, sino que hemos consentido exterminar lo interno, la entraña, lo que sin ser visto es lo que hace vistosa la tradición y devoción que hemos heredado y dilapidado en juergas turísticas de tres al cuarto.

Mientras se acercan fechas donde en las tierras salmantinas lo entrañablemente popular y taurino del Águeda dará paso al desierto cuaresmal, corremos el riesgo, ya avisado por mansos sin cencerros, pero sí con bonetes, poltronas y escaños (no precisamente los de la cocina del pueblo), de prolongar el Atacama cofradiero en el Tormes sine die.

Por ello, el problema no es la «España vaciada», término deleznable y comercial, sino la «Entraña vaciada». Porque, como decían en Tordesillas (en su antiguo y felizmente extinto Toro de la Vega), «sin raíz no hay nada». Y ese es el lema, por encima del SPQR del Senatus, que debiéramos proclamar al unísono si queremos que esto se salve.

Prócula está al acecho. Eso sí, con buenas intenciones, no lo duden. Prócula sigue en su puesto. Porque, por ahora, en la Diócesis de la A-62 siguen las mismas balizas, señales, carriles y peajes.

Sí, muchos peajes que cobrarse; también en lo que a los penitentes y cofrades nos atañe. Lo mande «Uropa», Madrid, Pucela, Calatrava o Añastro.

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