Todo ocurrió, según contaron las sabias lenguas, bajo la necesaria actuación de la policía municipal que fue testigo de los hechos acaecidos en la iglesia más antigua de Salamanca.
El Cristo de la Humildad acababa de salir a la calle por primera vez y, en fechas inmediatamente anteriores, había presidido, junto a la Reina de la Esperanza, en el Liceo, el extraordinario e inolvidable pregón de Manuel Muiños. Si eran demasiadas cosas trascendentales en tan corto espacio de tiempo, aún faltaba aquel Viernes Santo como guinda de la Semana de Pasión del año 2018.
No se sabe cómo comenzó aquella procesión de gente formando una interminable cola para entrar en San Martín con la intención de besar los pies del Cristo de la Humildad. Según relataba Jesús González, que es quien cuida y mima la imagen, por ser encargado de la iglesia románica, aquel gentío se fue magnificando de tal forma que se vio obligado a pedir ayuda a la policía municipal.
Los datos que dio la policía sobre el número de feligreses que se amontonaron en la iglesia y sus aledaños sigue dando rubor mencionarlo. El caso es que los guardias pusieron orden en aquella espontánea concurrencia de gente que deseaba besar la nueva imagen de la Semana Santa.
Una pareja de semansanteros curtidos en mil batallas, formaron parte de aquella cola tan poblada que ansiaba penetrar en la iglesia. Y, como entendidos en la científica materia del mundo procesional, hicieron un docto y experto comentario: Estos tíos de la Franciscana son unos auténticos indocumentados. ¡Mira que organizar un besa pies en Viernes Santo!
Más tarde, otro matrimonio muy conocido en los ambientes populares de la Semana Santa salmantina, hacían una afirmación contraria a la anterior: Estos de la Franciscana son más listos que las ratas; meten el Cristo en el pregón del Liceo sin haber salido a la calle y ahora organizan este besa pies que, para ser el primer año, vaya éxito que han tenido. Hay que reconocer que son unos fenómenos.
Este tipo de opiniones sin rigor forma parte habitualmente del mundillo que rodea, cerca y nutre los corrillos de la Semana Santa y sus cochambrosos mentideros. Las suposiciones y conjeturas muchas veces en el árbol de los bulos generan ese fruto que levanta cabreos y mueve demasiadas veces una desmedida furia que expande el disparate y toda la parafernalia de cábalas y tomaduras de pelo.
Sin haber tenido nada que ver con los hechos ocurridos aquel Viernes Santo en la iglesia de San Martín, los responsables de la Franciscana agradecieron a quienes, controlando el gentío, velaron en todo momento por la seguridad de la imagen. El personal de la iglesia, con Jesús al frente, fue limpiando con un pañuelo de forma paciente las secuelas de aquel montón de fervorosos besos…
Más importante que aquel acontecimiento inesperado y sorprendente, es comprobar cómo todos los días el Cristo de la Humildad recibe la visita de anónimos devotos que, sin formar parte de la hermandad franciscana, han encontrado en la imagen de Fernando Mayoral, esa vía que, surgiendo de la religiosidad popular, promueve, a través de la imagen, el encuentro con la oración profunda y personal.
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