lunes, 21 de febrero de 2022

Los símbolos que nos rescatan

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 Esther Ferreira Leonís

San Francisco de Asís y el hermano León meditando sobre la muerte | El Greco . Museo del Prado
21-02-2022

La calavera centra la mirada ‒luz neurálgica‒ porque la muerte es aderezo de la vida. El Greco devora nuestra atención con ese símbolo para la reflexión, en las manos humildes de San Francisco invitándonos a compartir, con el hermano León, la oración como refugio en el que hallar la paz en medio de nuestro quebranto más humano.

La calavera es la firma de la muerte que nos cuestiona sobre la trascendencia de quien le prestó su rostro y nos zurce la sensibilidad cuando entrevemos que lo divino abreva lo carnal.

¿Pues quién podrá soportar los azotes y las burlas del mundo,

la injusticia del tirano, la afrenta del soberbio,

la angustia del amor despreciado, la espera del juicio,

la arrogancia del poderoso, y la humillación

que la virtud recibe de quien es indigno,

cuando uno mismo tiene a su alcance el descanso

en el filo desnudo del puñal? ¿Quién puede soportar

tanto? ¿Gemir tanto? ¿Llevar de la vida una carga

tan pesada? Nadie, si no fuera por ese algo tras la muerte

—ese país por descubrir, de cuyos confines

ningún viajero retorna— que confunde la voluntad

haciéndonos pacientes ante el infortunio

antes que volar hacia un mal desconocido.[i]

 

Algo tras la muerte, que representado en un país por descubrir, nos empuja frente a la soledad de un fin determinado, dilatando la sombra de la duda que, esta vez, Hamlet nos cuestiona para vencerla con la esperanza que nos hace hermanos.

Calavera en el monte, calavera donde la Cruz ha rendido sus raíces a la vida, brotando la sangre sagrada como luz que abre los cielos para acoger el sueño añorado, voluntad en vuelo del hombre.

Y desde el Gólgota, penitentes nuestros andares reinician el alma, en su sed de Pasión, hacia ese otro Calvario de filigrana tatuada en el día a día, en su transcurrir por el único escenario donde el rezumar del oro de la tarde en su piedra se graba en la memoria más cristalina, para rescatar en un resquicio de desasosiego aquellos otros pulsos mecidos en andas, alumbrados de oración cofrade, acompañados en el sentir de la saeta nacida del pecho de la noche, llorados en los pañuelos arrebatados en las manos que gritan el dolor de la Madre.

Vuelve el reloj a ordenar los encuentros, siendo expresión de otro guiño que nos emplaza en la meditación del tiempo que ha pasado «entre los jazmines/y las rosas blancas/del balcón florido,/me miré en la clara/luna del espejo/que lejos soñaba…» [ii], mientras bulle la impaciencia por recuperar el fulgor del encuentro con la Palabra por las calles, en la necesidad de ser retablo del mensaje generoso, en la promesa de un horizonte recostado en el remanso de la voz del Padre como lluvia fresca, en una tarde agotada de verano, al cobijo de las luciérnagas que no apagan nunca su caricia.

Y mientras eternizábamos un segundo, bajo ese reloj que cincela nuestras arrugas con sus bisturíes acompasados, pudimos acelerar con otros pasos la huida a la ilusión, recorriendo a través de los emblemas de las hermandades y cofradías la Semana Santa salmantina. Y en esa fantasía ahogamos la ausencia del bullicio con olor a incienso, con la verdad de lo que representan la cruz, los ramos de olivo, la corona de espinas, los clavos, las cadenas, la devoción a la Madre, las palmas, la vela encendida.

Cada hermandad y cada cofradía atesoran el fundamento de la vida cristiana para difundirlo, compartirlo y ofrecerlo, a través de los símbolos que debemos conocer e identificar en su significado consensuado y en su valor ponderado y juicioso. «La religión está muy enraizada en nuestra propia construcción simbólica. Nuestra vida no es solo experiencia biológica sino también, sobre todo, aventura simbólica».[iii]

Nuestra suerte cofrade se enriquece con los símbolos que hunden su plenitud de sentido más allá de lo emocional, para irradiar su mensaje después de la calavera, cuando la última hora arrastre la realidad hasta su evocación humana de infinito.

 


[i] Monólogo «Ser o no ser, esa es la cuestión» (Hamlet), William Shakespeare.

[ii] «Abril florecía», Antonio Machado, 1903.

[iii] Contraportada de La vida eterna, Fernando Savater.

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