lunes, 21 de marzo de 2022

Padrear

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 Álex J. García Montero

Hermanos de carga del Vía Crucis | Foto: Pablo de la Peña

 21-03-2022

Hete aquí, que anteayer hemos celebrado el Día del Padre. Sí, ese día que la mayor parte de la progrhez quiere cargarse, pero tenemos que celebrar más días de los que el año tiene, por aquello de ser políticamente correctos, para contentar a todas las oenegés y demás salvadores planetarios y extraplanetarios.

Este año, además, algunos hemos celebrado con más ahínco San José por ser un año especial, eclesialmente hablando, para esta devoción. Ser padre, se lo aseguro, no es broma. Ni mucho menos fácil. Y páter putativo, como el esforzado silente carpintero de Nazaret, ni te cuento.

El indulto en los toros es algo tan mágico como contradictorio. Un buen amigo, que me sigue en estas lides virtuales, me comentó una vez algo con lo que yo nunca había pensado. Su lacónica frase fue: «el indulto es un fracaso del ganadero». Yo, ignorante, pero aficionado al fin y al cabo, callé e indagué en dicho razonamiento irracionalmente acogido. Me explicó que, si un toro es bueno, hay que dejarlo en la ganadería y que han de ser los ganaderos, mayorales y caporales los indicados para evaluar dicho bóvido. Yo, más clásico y vehemente, creo que la única bravura del toro es la que se mide en la plaza, ni siquiera a puerta cerrada, pues el ruido, el bullicio de los espectadores, el estrés, las miradas, los gestos… son tan importantes como las distintas suertes que componen la lidia.

Sea como fuere, no es fácil que este buen amigo de bóvido apellido (al que tengo en gran estima por ser una de las personas que más ha aportado a la Semana Santa de Salamanca) y yo nos vayamos a poner de acuerdo. Vaya por delante que esta gran persona a la que me refiero, sabe bastante más de campo y sierra, por oficio, que un servidor.

Dicho esto, yo que sí que he estado en, al menos, que yo recuerde, en dos indultos presenciados personalmente, ocupando asiento en contrabarrera y en tendido, ha sido emocionante. Eso no quita para que, fríamente, a veces (ingentes diría yo) se hayan dado indultos no merecidos por mor de un populismo putiniano o chavista (tanto monta…).

Con independencia de las contingencias y directrices, valoraciones subjetivas (las más) y objetivas (las menos, a pesar de ser travestidas de legalidad y democracia puteril) que llevan a un indulto, hay tres apartados, como tres tercios, que siguen a este acto.

La primera, obvia, es la cura inmediata de heridas y posterior desinfección, previa a un traslado que puede ser decisivo (según el grado de estrés) en la vida del animal y la evolución o involución de estas incisiones en las primeras horas.

La segunda, una vez llegado a la ganadería y a su espacio, la curación a largo plazo con una supervisión continua.

La tercera, y objeto final del indulto, el padreo. Es decir, que el ganadero, tratará de buscar los mejores retoños en sus respectivas vacadas con la monta de ese uro, superadas las heridas de guerra (que comienzan en el mismo embarque hacia los corrales de la plaza). Incluso, diría, si me lo permiten los entendidos, que la primera lidia dura para un becerro es el destete de las madres. Ahí empieza a mostrarse la bravura.

Llevamos unos años de pandemia y de desgaste previo (de lidia, de embarques, de traslados, de puyazos, de banderillas, de estoques, de muchísimos capotazos sin sentido, de cambios de tercio cuasi delincuenciales, de miradas, de cegueras, de silencios, de ruidos, de hacer, de no hacer, de no dejar hacer, de lo online, de lo virtual…) que son muchos los cofrades, que sin ser indultados, pero tras pasar muchos o pocos, pero sí algunos tercios de varas de tentadero o de albero, han experimentado que padrear es una de las mejores experiencias posibles.

Se han dado cuenta que eso de ir a ensayar en las frías tardes de febrero o marzo no compensa con el salón de casa. Que sí, que apenas pagamos una cuota anual, pero que cuando vienen tres, cuatro o seis cuotas de golpe, pues es una factura de luz o de gas menos. Que lo único que recibes en muchas cofradías son malos gestos, escándalos, órdenes sin sentido y exabruptos sacramentales hechos realidad física y metafísicamente. Que para qué una hermandad si ya no podemos quedar para hacer paellas, parrilladas, cocidos (no sólo de agua) y bailongueos lascivos. Y que, además cuesta dinero entrar a rezar a los titulares gracias al turisteo eclesiástico. Pues ¡coño!, ¡qué bien se padrea en el campo de la casa de uno!

Si a esto le sumamos que evitas la lidia de salir unas horas andando y parando, cargar con pesos que no son más que absurdas devociones (da igual lo que lleves encima, pues lo importante es ponerse la morcilla y presumir de costal, chaqueta, tomate y molía), pasar frío, calor o posibilidad de contraer la enésima variante del bicho (las normas de la Junta para la Semana Santa no incluyen un desfibrilador para cada paso), y descubres que además hay dehesas para padrear que tienen sol y playa en Chiclana, Chipiona o Aveiro (aunque sus arenas no sean alberos de fines explícitamente taurómacos), o que incluso puedes acudir como semental a observar otras lidias de interés turístico (Sevilla, Cuenca, Valladolid, Murcia, Cartagena, Lorca, Cáceres, Toledo, Málaga, Zamora, León…) con gastronomías envidiables, pues esto se acabó.

Hemos perdido el sentido de la lidia. Hemos perdido el sentido de pertenecer, mejor dicho, de ser hermandad. Porque ustedes, juntas de gobierno, cuadrillas de cargadores y costaleros, in-capataces, bandas de bandoleros… nos lo han hecho sentir. Porque ustedes, clérigos metomentodo nos lo han hecho padecer. Porque la asistencia a la misa dominical, prolegómeno sacramental de la lidia en la calle, es mínima.

Comparativamente hablando, la eucaristía en los cofrades respecto a la estación de penitencia es como el encierro a la corrida. Si no hay mozos en las talanqueras, difícilmente acudirán a los tendidos (encima pagando).

Recuerden, damos un espectáculo gratuito cara afuera. Pero, cara adentro (con muchas exterioridades, algunas en La Gaceta o en Salamanca24horas, o en medios nacionales) también hemos dado muchísimos espectáculos que poco o nada tenían que ver con la lidia, y mucho con los cuernos.

Ahora, que se espera una Semana Santa multitudinaria, tendremos muchos cabestros por fuera. Pero las piedras serán testigos de la soledad y el silencio de esta falta de compromiso arraigada en el turisteo de las últimas décadas. No va a haber billetes ni taquillas. No va a haber colas como en las antiguas taquillas de Íscar Peyra. No va haber gente para sacar esto a la calle. Por una vez, durante los días de Semana Santa, podremos entrar a ver las iglesias, catedrales y conventos de forma gratuita, pues serán museos estáticos de los pasos que quedarán anclados en los muelles del recuerdo. ¿Se imaginan La Glorieta como Museo de Cera?

Pues, ¿quién quiere volver a la lidia después de padrear?

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