viernes, 18 de marzo de 2022

Volver a ser un niño

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Paco Gómez

Niños viendo una procesión | Pablo de la Peña
18-03-2022
 

Siempre en frente de Dios y de los niños

(Los romances tropezados por la luna, Adares)

 

A menudo he repetido en voz alta la duda que me asalta sobre cómo será ver Salamanca por primera vez. Los de aquí hemos crecido, al fin y al cabo, creyendo que lo extraordinario de sus calles, de sus rincones, de la sombra de oro que se proyecta aquí o allá es, básicamente, lo normal. Nos hicimos mayores en ese salón de mil ventanas que es la Plaza Mayor, corrimos y saltamos por entre los escalones de Anaya. Sabíamos, desde siempre, que a la vuelta de la esquina de la Rúa nos aguardaba el desafío al cuello de las torres de la Clerecía.

Me puedo hacer una idea de cómo será esa primera vez viendo la emoción que suscita entre los que vienen de fuera. Por eso siempre me apunto a «enseñar» a quien sea la ciudad. Por poder disfrutar, aunque sea a través de sus caras, de esa feliz sensación de llegar y mirar con ojos de estreno.

Suele decir Carlos Marzal que al ser humano lo que le gusta fundamentalmente es la sensación de estrenar. Y aunque no sé nada de psicología, imagino que en parte esta será una explicación de por qué tendemos a pensar que fuimos tan felices en la infancia, aunque no sepamos muy bien la razón. Pues, entre otras cosas, porque cuando somos niños estamos estrenando la vida todo el rato.

«A mí me lleva un niño, no sé por qué sitio», dice Adares. Y creo que no hace falta explicar más qué bonito nos parece el mundo cuando lo miramos como lo miraría un niño. Quizá no tan preocupados en entender, en asir todo su significado, en buscar causas y consecuencias de continuo, sino, sencillamente, ocupados en vivir.

También la Semana Santa la conocemos desde siempre. En lo esencial siempre estuvo allí. Faltaba tal o cual cofradía, aún no salía aquel paso, entonces se iba así o asá, pero allí estaba. Novedades aparte ‒casi siempre anecdóticas, por mucho que los periodistas tengamos la obsesión de subrayarlas‒, viene a ser siempre lo mismo. Y es fenomenal que sea así, porque eso es parte de su hechizo.

Vino la pandemia, eso sí, a cambiarlo todo. Aún no sabemos si normas o restricciones serán visibles exteriormente al paso de las procesiones, pero no importa. Dos años después, ahora sí, tenemos la oportunidad de volver a mirarlo todo con ojos de niño. Con ojos de estreno.

Volver a emocionarnos con ese travesaño que casi roza en la puerta de la iglesia, volver a guardar silencio porque todos alrededor lo hacen. Volver a ver subir la sombra de la cruz sobre las paredes de la Compañía. Seguir el vuelo de las palomas rebeldes. Preguntarse si será verdad que en la boca de ese hombre tan feo cabe un ratón.

«Vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar», pide Unamuno con una ternura que contradice su imagen refunfuñona. Es ese Miguel que ha crecido a su pesar, que sabe del lodo del alma de los adultos («conócete mortal, mas no del todo»).

Esa es nuestra suerte y nuestra oportunidad en unos pocos días. Ojos de estreno en la calle, en la baqueta que va hacia el tambor, en los pies que nunca pierden el ritmo. Volver a disfrutar de lo que tanto hemos esperado y olvidar lo que nos ha ido separando. Volver a ser niños.

¿De eso va tu pregón?

Sí, justamente de eso.


 

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