lunes, 3 de octubre de 2022

Dar la cara

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Tomás González Blázquez

Cristo de la Lineración en la Cuesta de San Blas | Foto: Camacho


 03-10-2022

«Manifiesta su apoyo y total adhesión», «comparte su postura doctrinal», «nos unimos pues a las palabras…», «quiere adherirse», «mostramos nuestro apoyo», «mostrar públicamente apoyo y adhesión», han sido, en fechas recientes, expresiones utilizadas por unas cuantas cofradías sevillanas para arropar un pronunciamiento de su pastor, monseñor Saiz Meneses.

Si a los soldados el valor se les supone, a las cofradías también que compartan las enseñanzas de la Iglesia, encarnadas en una manifestación del arzobispo, pero resulta significativo que se hayan sentido llamadas a respaldarlo oficialmente, a través de notas emitidas por sus juntas directivas, o incluso comunicados conjuntos, en el caso de las hermandades del Lunes Santo o de las de Triana-Los Remedios. Habrá quien, ante el hecho de que una asociación de fieles se sume a una afirmación concreta de la autoridad eclesiástica, aprecie signos de adulación, sospeche un interés, o simplemente detecte un cierto afán de captación de foco mediático. Desconozco la intrahistoria cofradiera hispalense, y casi tanto la salmantina, pero dado el contenido del tuit episcopal, que versaba sobre la nueva ley del aborto, intuyo palos sin piedad hacia el prelado por opinar. Y también silencios, frecuentes cuando se escucha o se lee algo incómodo. Verdades como puños las suyas, no ya doctrinales sino de puro fundamento filosófico, que incluso desde el materialismo ateo se puede argumentar, y se ha hecho, contra la eliminación de la vida humana en el seno materno.

El caso es que al titular de la sede sevillana le habrán atizado y esas cofradías, como hijas que ven amenazado a su padre, han salido a dar la cara por él y por la verdad que la Iglesia, la madre, enseña al respecto, asunto en el que cada vez está más sola. Esto, irremediablemente, acrecienta los apuros para el que osa afirmar algo contra la corriente. Como sostuvo Julián Marías, al que no se le olvidaron dos grandes exterminios totalitarios, dos guerras mundiales y dos bombas atómicas, «la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en el siglo XX». A su hijo Javier, fallecido hace unas semanas, le irritaban profundamente las procesiones y no se privaba de llevarlo cada año a sus columnas. Es hora de encomendar su alma sin rencor, pero al releer, casi sin pretenderlo, queda claro que en esos fastidiosos cortejos de Semana Santa se identificaba claramente a la Iglesia, la única Iglesia, cuyas divisiones y antagonismos internos no son sino separación de Dios y victorias, siempre parciales, para sus enemigos.

Una procesión, una cofradía, debe ser nítidamente vista como lo que es, la Iglesia. Cuando surgen dudas, el barniz social se cuela hacia dentro por los poros de la vanagloria, o se antepone la convivencia en despacho y caseta de feria turística con los poderes temporales a la visión trascendente, ya cuesta más dar la cara mientras se la están partiendo al obispo por el motivo que sea. Aun a riesgo de recibir la consabida etiqueta de pelota, conforta que una hermandad se atreva a recordar que el aborto no es un tema de estricta libertad personal y que no dan igual unas leyes u otras. Porque a menudo parece que estamos aquí para organizar magnas. Cádiz y León, al cabo de dos años, se han tomado al pie de la letra la idea romana de una Semana Santa a lo septembrino, aunque aquello fuera dicho cuando se aspiraba a elevar el ánimo de la confinada tropa. De un tiempo a esta parte no hay ciudad ni villa cuyos prebostes cofrades no aspiren a ser cara visible de la magnificencia de su magna, aunque el que quiera aprender, que vaya a Zamora, donde se imparte la flamante ingeniería de museos, meriendas y mesas. En Salamanca apenas contamos con la pildorita del curso formativo, desde que da créditos siempre concurrido, casi más que las asambleas en que son elegidos los nuevos portadores de diploma y, ojalá, motivados para profundizar y dar la cara en sus cargos, que son carga y servicio. Mi compañero de brega en este ruedo, Álex J. García Montero, seguro que recomendaría a estos subalternos un terno marrón evangelizador y plata, ya sea de la gama franciscana o con tonalidad pastoril. Me fijaré en el escaparate la próxima vez que pase por Bercianos, mientras sigo con esta lidia hoy algo más desordenada que de costumbre, como cuando perdemos por completo la cara al toro por entretenernos con los galgos de la esencia y distraernos con los podencos de la pureza.

Hoy dar la cara seguramente no consista en colocar lazos blancos en la delantera de un paso, como se propuso en otro momento, no vaya a ser que se persone un político, con el salvoconducto de un piadoso ramo de flores, y arrime el ascua cofrade a su sardina electoral por la clásica vía de la foto, con la consiguiente desviación de la causa. Tampoco se trata de hacer una lista de hermandades que repiten literalmente tales o cuales palabras del obispo o el papa, ni de medir grados de fidelidad en balanzas tan descalibradas como las de las redes sociales, porque en cada familia sabrán cómo proceder de la mejor manera. Dar la cara consiste en anunciar, en medio del mundo, pero primero dentro de nuestras propias cofradías, la verdad del Evangelio. Es en muchas partes incómoda, contracultural contra la cultura imperante, que ha arrinconado más que a nada el valor del perdón, pues todo parece ser arma arrojadiza por los siglos de los siglos sin dar oportunidad al regreso a casa. Dar la cara por la vida humana, desde antes de ser naciente y cuando deja de ser sana y autónoma, prueba que se le presenta a muchos cofrades y sus familias, necesitados de una orientación moral y de un auxilio material que acompañe con trigo la predicación. Dar la cara por los cristianos perseguidos como ellos la están dando, poniendo todas sus mejillas para que en ellas sigan abofeteando a Cristo tantos bocarratoneras de nuestro tiempo en mucho más de medio mundo, en un testimonio martirial por el que se abrazan a la Cruz y nos la señalan. Dar la cara, en fin, por los que ya la tienen desfigurada, a los que nadie mira, pues nos espantan y repelen, como ese siervo doliente y triunfante que subimos a los pasos pero tantas veces nos cuesta reconocer cuando pasa a nuestro lado.

 

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