lunes, 10 de octubre de 2022

La ordinariez de lo extraordinario

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 Félix Torres

Procesión extraordinaria de Ntra. Sra. de la Soledad en 2005 | Foto: J. Fdo. Santos Barrueco

10-10-2022

Fue durante el desarrollismo tardofranquista cuando los jóvenes de la España rural decidieron mayoritariamente coger sus vidas y sus escasas pertenencias, meterlas en una maleta de madera atada con una cuerda y lanzarse a la aventura de buscar una vida mejor lejos del pueblo. Los cultivos en parcelas minúsculas en las que apenas cabía una yunta de bueyes con los que arar la tierra no daban ya siquiera para sobrevivir. El ganado, cuando se tenía, apenas producía para el sustento familiar y no cabía la opción de pensar en ampliar corrales y número de animales con miras a la mejora de un negocio que nunca llegaría a ser tal.

Las cegadoras luces de ciudades en las que cuando menos ataban los perros con longanizas, tanto en cualquiera de esas provincias a las que se iban las bienintencionadas inversiones de nuestros gobernantes, como en aquellas otras en las que los cantos de sirena siempre sonarían en idiomas ininteligibles para los pobres paletos de boina calada y pantalón de pana, eran suficiente reclamo como para lanzarse a la aventura de encontrar una vida mejor; una vida en la que poder ganar un sueldo digno aun a costa de muchos sudores, conducir un utilitario y cambiar la pana por el tergal, mucho más limpio y moderno.

Ahí, aunque el goteo de emigración de décadas anteriores ya iba haciendo mella, ahí digo, es cuando verdaderamente se vaciaron nuestros pueblos. Ahí es cuando esta España vaciada que ahora nos preocupa como si fuese algo reciente, comenzó a vaciarse irremisiblemente.

Recuerdo, cuando niño, que en el pueblo de mis ancestros, uno de tantos vacíos por haber mandado a sus gentes a Francia, Alemania o las Vascongadas (que así eran aún llamadas las tres provincias vascas), la fiesta del santo patrón, san Eladio, en el frío febrero, siempre quedaba poco lucida por falta de vecinos, que todos andaban ganándose el jornal en la emigración. Recuerdo también que un alcalde, imagino que no el único ni el primero, tuvo la acertada idea de trasladar la fiesta a esas fechas veraniegas en las que aquellos que se fueron volvían al pueblo para reunirse con los pocos que no llegaron a salir de él y, de paso, mostrar su mejora económica en forma de cochazo alquilado o de cartera llena de perras para lucir mientras gastaban unas pocas en unos chatos para sus vecinos. Así, con esa decisión municipal, se podrían celebrar unas fiestas en condiciones, con su orquesta en la verbena, la plaza llena de gente y una procesión como Dios manda, que para eso volvían los mozos y los hijos de los que se fueron mozos. Nacían, entonces, las fiestas de verano, fiestas de emigrantes retornados por unos días, que daban vida al pueblo cuando este se llenaba de gentes, no como cuando el santo patrón de febrero, que apenas lo podían celebrar cuatro beatas. Tanto fue así, que la fiesta del patrón, pobre san Eladio, se fue abandonando hasta casi desaparecer y las fiestas veraniegas, ahora dedicadas a san Roque, mucho más adecuado por las fechas, reemplazaron a aquella con gran éxito de fieles y público en general.

Pues todo esto es lo que se me viene a la cabeza cuando veo en nuestras cofradías de Semana Santa no solo la profusión de salidas extraordinarias y magnas –que se ponen en la calle con argumentos generalmente más peregrinos de lo que se debiera–, sino también el gran éxito de fieles y público en general que a ellas acude. Como si la procesión ordinaria de cada cofradía hubiese perdido el reclamo por ser en días casi invernales y mucho menos adecuados, como diría aquél alcalde del pueblo de mis abuelos.

Da igual que hablemos de ese sur al que todos volvemos nuestra mirada cofrade cuando de penitenciar se trata, como de esa meseta en la que la austeridad es más austera –no sé si sincera– y su Semana Santa orgullo de quienes la viven. Pasos penitenciales en cualquier fecha fuera de calendario, hábitos y capirotes en días de chancleta y bañador, cortejos fúnebres que dejan boquiabiertos a esos guiris que nos invaden de junio a septiembre y que siguen viéndonos con traje de luces cuando menos…

Procesiones extraordinarias como misión evangelizadora veraniega, salidas magnas para celebrar congresos o aniversarios bajo la sombrilla, salidas conjuntas para conmemorar cualquier sana ocurrencia de quienes deciden conmemorar… y así, día sí y día también en el calendario estival.

Ciertamente, todas ellas, como las fiestas de san Roque en el pueblo, tienen el éxito asegurado tanto de fieles (que siempre hay quien echa de menos una procesión) como de público (sea solo el que abarrota las calles y que se detiene curioso ante lo desconocido). Por eso, dado que funcionan y que van a más, seguro que seguirán programándose y celebrándose, pero algunos no quisiéramos que san Roque se «comiera» a San Eladio y que lo que se hace como extraordinario se convierta en habitual haciendo (y no digo que perdamos el verdadero sentido de nuestras procesiones de Semana Santa) que sea «semana santa» todo el año, que se saquen imágenes sin criterio y que todo quede en aquella verbena con orquesta que quiso aquel alcalde, olvidando que el verdadero sentido de la fiesta del patrón eran la misa y la procesión. La verdadera procesión.

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