miércoles, 12 de octubre de 2022

Cofrades descarriados y despiste de pastores

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 J. M. Ferreira Cunquero

Penitenetes del Cristo de la Buena Muerte. Zamora | Foto: ferreiracunquero

 12-10-2022

Carlos Amigo era aquel hermano menor franciscano que desprendía una personalidad propia del pastor que todos desearíamos tener, como guía del rebaño, en nuestra parcela diocesana.

Sí, ya sabemos que fue arzobispo de Sevilla y que, aparte de ser Cardenal, atesoró todo tipo de reconocimientos a lo largo de su vida, pero en el fondo de su alma era un fraile que, siguiendo los pasos del Santo Pobre de Asís, sabía amar a sus semejantes con el carisma de su atracción personal.

Nos decía, en el trascurso de un encuentro, que admiraba y quería la Semana Santa de su tierra, donde las imágenes que vio desde niño seguían ostentando un valor, sentimental y artístico merecedor del máximo reconocimiento. Pero inmediatamente nos dejaba claro que las cofradías de Sevilla eran para él únicas y dignas de ser imitadas. Imitadas en sus gestos de caridad y sobre todo en su clara participación en las necesidades de la Iglesia.

Valoraba la asistencia de los cofrades a las misas en sus sedes al lado del Guadalquivir, pero como castellano, nos decía que le causaba pavor el daño ejercido por las redes sociales sobre esos nazarenos que, diseminados por demasiados lugares, llevan a cabo todo tipo de esperpentos que nada tenían que ver con la seriedad de la Semana Santa de Sevilla.

Acabábamos de vivir, por aquel entonces, aquel lío de la jerga andaluza que llegó a interesar a los medios informativos nacionales, ante los que el presidente, José Adrián Cornejo, tuvo que capear con sabiduría el temporal que intentaba sacarnos los pinreles del cofre.

Fray Carlos Amigo nos aseguraba que él nunca habría permitido que en una procesión se imitase el tono con el que se expresan los capataces sevillanos, cuando dan testimonio de la riqueza lingüística de su tierra. Cada cosa en su sitio -añadía- con el respeto que se merecen la tradición y el lenguaje.

Un amigo cofrade sevillano, que vive la madrugada con ese corazón que intenta darle el último pulso al Cristo de las calles y cobijo a la Madre que deambula herida buscando consuelo, me decía sobre el fraile medinense, que como arzobispo conocía a los dirigentes de las hermandades sevillanas, compartiendo con ellos sus afanes y que muchas veces aparecía en sus actos cual si fuera un penitente más de la cofradía de turno. Lo querían porque se hacía querer. Era el obispo que, al menos un servidor, ha soñado más de una vez para esta diócesis.

Es verdad que los avatares de la vida seguramente nos hayan ido convirtiendo a muchos cofrades en pésimos cristianos, que sufren alergia a penetrar en los templos fuera de la temporada semansantera. Sí, no se puede negar que muchos, muchísimos cofrades estamos fuera del compromiso religioso que debería obligarnos a ser parte activa de nuestra Iglesia.

Pero me pregunto muchas veces, ¿y los pastores?, ¿cuánto empeño e interés desprenden en la búsqueda de las ovejas perdidas para devolverlas al redil?

Aquel sacerdote irrepetible que amaba con pasión las tradiciones defendiendo las esferas cofrades como despensas de cristianos en pausa, una y otra vez se nos viene a la mente. Francisco Rodríguez Pascual fue un sacerdote claretiano que, siendo catedrático de antropología de la UPSA y autor de decenas de libros sobre la materia, nos decía que, aunque se predicase en el desierto eclesial, donde muchos curas despreciaban el mundo cofrade, había que seguir apostando por la devoción popular, ya que esta podría ser la simiente de la Iglesia, si quienes tienen la obligación de segar, se empleasen a fondo a la hora de cosechar las espigas que se han despistado en el recreo sobre el trigal de la vida.

Pero claro, don Paco y fray Carlos Amigo eran, como decimos algunos, únicos, y de momento irrepetibles.


 

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