viernes, 11 de noviembre de 2022

Antes de nosotros

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 J. M. Ferreira Cunquero

Hermandad Dominicana | Foto: jmfcunquero

11-11-2022

Haber sido testigo de aquella Semana Santa que exponía en estas calles una acusada decadencia, seguramente condiciona la forma de valorar y sentir en este momento histórico todo lo que rodea al mundo cofrade.

Recordando aquellos años, reaparecen rostros y gestos de penitentes que, frente a todo tipo de problemáticas, volcaron sus energías en mantener viva la fuerza de la esperanza nazarena. Y a su lado aquellas familias que, llenas de comprensión, colaboraron a la hora de mantener encendida la llama del hachón procesional sobre el más oscuro anochecer de los tiempos.

No vendría mal valorar la herencia que hemos acogido desde aquel esfuerzo cofrade y promover un reconocimiento que pusiera en valor a nuestros antecesores. Un homenaje, sencillo pero sentido, hacia quienes deberían ser recordados de forma permanente por haber dirigido las cofradías o haber participado altruistamente sin vestir hábitos en aquellas procesiones que supuraban abandono y tristeza.

Como olvidar a Teófilo Rodríguez Rodríguez, dirigiendo la banda de cornetas y tambores de la Cruz Roja y aquellos ensayos nocturnos que comenzaban por enero en los aledaños heladores del Puente Romano. Una banda que estaba presente en la práctica totalidad de aquellas procesiones de finales de los 60 con un espíritu digno de ser recordado.

Deberíamos dar ese paso bajo la tutela de la Junta de Semana Santa, pues más allá de estos años que se van posando como losas, el reconocimiento que propongo dejará de tener sitio en el recuerdo y silenciosos, los testamentos escriturados por la bondad de aquellos cofrades, se perderán en las profundas cuevas del olvido, como ha pasado antes con otras vicisitudes de nuestra historia.

Da escalofríos recordar aquel desprecio de los curas contrarios a la movida cofrade, cuando atacaban sin consideración alguna esta expresión popular de la fe, que viene ocupando su lugar, porque así lo ha querido el pueblo cristiano desde hace varios siglos.

Por esto deben recibir nuestro aplauso unánime, los escasísimos sacerdotes que apoyaron con verdad a las cofradías, sin olvidar aquel obispo nuestro, animoso y animador que fue don Mauro Rubio.

Vagamente me vienen a la memoria unas palabras suyas en las que nos decía que fuésemos pilares de fraternidad dentro de nuestra Iglesia, mientras cada año recibía a la hermandad del Cristo de los Arrabales en las puertas del palacio episcopal, sumándose de forma activa a aquel acto, brevísimo pero intenso.

De aquellos años, surge esta Semana Santa actual que, con todos sus defectos y virtudes, nada tiene que ver con la que mostraba sus penurias escénicas en estas calles por aquellos años.

Sin llegar a ese listón referencial de las grandes semanas de la pasión española, por mucho que nos rebocemos con tanto tesón en la parcela turística y sus políticos caprichos, podríamos decir que seguimos complaciendo, desde una pluralidad digna de estudio, deleites y sentimientos.

Pero cuando se dice que tenemos la mejor Semana Santa del mundo, en fin, algunos salimos corriendo, para que no nos coja el vendaval de la tontería.

 

 

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