Julián Alcántara junto al Cristo de la Agonía Redentora | Foto: Óscar García (Diócesis de Salamanca) |
Cuando hace pocos días muchos salmantinos asistíamos al homenaje que hacía el Ayuntamiento de Salamanca al etnógrafo salmantino Ángel Carril en el vigésimo aniversario de su fallecimiento, a quien esto escribe se le grabaron persistentemente dos ideas que estuvieron flotando en el ambiente del Teatro Liceo las casi tres horas que se prolongó el acto: que Ángel Carril, incluso ahora, no deja indiferente a nadie –para bien o para mal– y que los homenajes deben hacerse en su momento, sin tener que esperar a que se calmen aguas revueltas ni a que quienes empuñan el mango de las sartenes oficiales, sobre todo si el protagonista no fue santo de sus devociones, desaparezcan cargados de loas y laureles.
Y esa niebla con la que nos envolvió Santiago Juanes desde el mismo momento de la presentación del acto, me hizo remembrar a quien, en esta vida cofrade nuestra, también ha despertado pasiones y encontronazos en el tiempo, a quien ha sido cara –y a veces cruz; vera-cruz, si se me permite el guiño– de cofradías y Semana Santa. Porque, lo queramos o no, a quien ahora estoy rememorando, no es otro que mi amigo (quizá por aquí vaya el sesgo de mis palabras) Julián Alcántara. No hace falta más presentación.
Seguro que nadie imaginaba que aquel chiquillo que se acercó hace más de medio siglo a Bernardo García Sanjosé, mi también admirado y querido Bernardo el de «El Barato», elegante hermano mayor de la Seráfica Hermandad del Cristo de la Agonía, para hacerse cofrade y salir en procesión o lo que hiciera falta, nadie imaginaba, digo, que llegaría a ocupar cargos y sobrellevar cargas en nuestra Semana Santa de los últimos lustros. O quizá sí que él y solo él tenía ya claro que lo quería ser todo y que lucharía por ello, que lo de genio y figura es algo que nos viene de nacimiento. ¿Quién sabe?
También sé que cuando el pasado día 29 de octubre, Julián daba un paso a un lado y se retiraba de la primera línea, tras un largo periodo en el que lo ha sido todo, montones de hormigas se le revolvieron en su hormiguero interior y le recorrieron sus adentros en forma de recuerdos, de nervios y de nostalgia, agolpándosele todos en esa memoria privilegiada que este hombre tiene para las cosas de la Semana Santa, erizándole los vellos y obligando a salir a un par de lágrimas desconsoladas.
Lo que sí es claro y así lo dejo por aquí, es que Julián, mi amigo y hermano, ha luchado como el que más por hacer de nuestra Semana Santa algo diferente, algo mejor de lo que teníamos en herencia de los tiempos de Froilán García, desde allá donde haya podido, dejándose la vida en ello. Ha trabajado físicamente, nos ha representado institucionalmente y ha mantenido el espíritu durante tanto tiempo, que quizá la cantidad de árboles ha sido el obstáculo para que los que miramos desde fuera viésemos el magnífico bosque que ha sembrado.
Sí, han sido muchos los años en los que ha estado en primera fila. Han sido muchos los años haciendo cosas y haciendo bien muchas de ellas. Y también equivocándose, que tanto tiempo da para todo. Ha sido toda una vida ejerciendo de monaguillo, de nazareno, de «machaca», de hermano mayor, de montador de pasos, de presidente de la Junta, de imprescindible y de prescindible, que por todo eso y más ha pasado Julián en nuestra Semana Santa, en nuestras cofradías y en nuestras procesiones. Y lo digo yo, que he trabajado junto a él, codo con codo, durante años y en muchas de esas tareas. Así que lo digo quizá interesadamente, pero con conocimiento de causa.
Por eso, por todo lo anterior y mucho más que me guardo o que ya olvidé –que mi memoria no es la suya–, me pongo a su lado tras darle un abrazo cargado de cariño y le acompaño en este tránsito que ahora comienza, duro seguramente, pero gratificante por saber que todo lo que hizo, y lo que aún le queda por hacer, siempre fue, es y será con la mejor de las intenciones en favor de nuestra pasión común.
Por eso, digo que no hagamos con Julián Alcántara lo que hicimos con Ángel Carril, que no le demos la espalda ahora que es cuando hay que reconocerle todo lo hecho. Que, como Ángel Carril, tiene sus admiradores y sus detractores pero que, a pesar de todo y de todos, no podemos hacer más que celebrar lo bueno que hizo y rendirle el homenaje que merece. En vida y en caliente, como deben ser los homenajes. Vaya el mío por adelantado, mi hermano.
Merecidas palabras, para quien lo ha dado todo por su cofradía y por la Semana Santa desde el puesto de mayor responsabilidad del mundo cofrade.
ResponderEliminarJ. M. Ferreira Cunquero