miércoles, 2 de noviembre de 2022

Serán ceniza, mas tendrá sentido

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 Tomás González Blázquez

Portón  de la Vera Cruz | Foto: (TGB).

 02-11-2022

Cinco años son muy pocos cuando la historia de una institución ya supera los quinientos dieciséis. Una gota en medio del océano, aunque se diga que no hacen falta más para colmar vasos. Casi un lustro ha transcurrido para todos, y también para la Vera Cruz salmantina, desde que se anunció que la casa de la cofradía dejaría de estar habitada por una comunidad de religiosas, las Esclavas del Santísimo, presentes allí desde el Domingo de Ramos de 1952. El penúltimo día de enero de 2018 dejaban Salamanca.

Comenzaba una nueva etapa para los cofrades, que hasta entonces contaban con la inmensa gracia de un templo abierto muchas horas al día, y no de cualquier forma, sino con celebración diaria de la Misa y permanente exposición de Jesús Sacramentado. La opción natural, la de buscar otra comunidad residente (cuando en la ciudad y la diócesis cierran conventos) que asumiera el cuidado del templo y su culto diario (cuando predominan las puertas cerradas en nuestras iglesias), la pusimos sobre la mesa unas cuantas decenas de cofrades, sin que esta posibilidad haya encontrado mucho respaldo en las sucesivas juntas directivas, ni determinación en las congregaciones que la hayan podido contemplar, ni especial interés en la autoridad diocesana llamada a mediar como hizo Barbado Viejo sesenta y seis años atrás. La adaptación de las intrincadas instalaciones para acoger algún centro de asistencia social de la Iglesia tampoco ha resultado viable. Desconozco otros proyectos que, de haberse sopesado, no han llegado al inevitable escrutinio de la junta general de la cofradía.

Sí lo hizo, el año pasado por estas fechas, la propuesta que fue aprobada, consistente en la dedicación de una parte de la casa a columbario, no gestionado directamente por la cofradía sino mediante acuerdo con una empresa del sector. Será un espacio reducido pero anejo a la capilla, y que, por tanto, una vez construido, condicionará el habitual uso del edificio para la celebración de los cultos internos y externos de la Vera Cruz. Habrá de acostumbrarse la cofradía a una nueva geografía interna y acaso a un renovado calendario de trabajo durante las siempre intensas cuaresma y Semana Santa. También tendrá que adaptar su pastoral, como anfitriona del descanso de los que esperan la resurrección en el último día.

Asunto no exento de polémicas y controversias el de la cremación de los restos mortales, precisamente por esa instrumentalización de los que la disponen como un modo de negar la fe en la resurrección de la carne. La Iglesia ha aclarado recientemente algunas cuestiones al respecto. Primero fue la Congregación para la Doctrina de la Fe, que los más sensacionalistas de entre los dedicados al periodismo religioso terminan recordando, según les cuadre, como sucesora del Santo Oficio, y este a su vez de la Inquisición, que también llamábamos santa. En su instrucción Ad resurgendum cum Christo del 15 de agosto de 2016, justamente cuando se celebra a la que no conoció la corrupción del sepulcro, asunta en cuerpo y alma al Cielo, se expresa que «si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente».

La Conferencia Episcopal Española lo ha desarrollado en una instrucción pastoral sobre la fe en la resurrección, la esperanza cristiana ante la muerte y la celebración de las exequias, aprobada por su asamblea plenaria el 18 de noviembre de 2020. Titulado Un Dios de vivosel documento se complementa con un apéndice de orientaciones sobre los columbarios, que se nutre de la citada instrucción romana y de unas consideraciones de la Junta de Asuntos Jurídicos de la propia CEE. Los obispos españoles concretan que «cumpliendo la normativa sanitaria del Derecho de la Nación y de la Comunidad Autónoma, se podrán construir columbarios en las iglesias, que nunca podrán estar dentro del aula eclesial. Podrán construirse en ambientes anejos claramente diferenciados del lugar de culto (v. gr. una cripta, un claustro, una sala o patio junto a la nave de la iglesia), a los que se pueda acceder por la misma aula eclesial o por un acceso independiente». Añaden que «se debería exigir para todo columbario un estatuto o reglamento que regulase los diversos aspectos de su funcionamiento, las cenizas de las personas que pueden ser allí depositadas, las conductas que sean contrarias al carácter sagrado del lugar, si se acepta que personas jurídicas puedan tener unos cubículos para el depósito de sus miembros y la necesidad de un convenio con ellas».

Tarea, pues, que habrá de asumir la Cofradía de la Vera Cruz, con el objeto de que este nuevo columbario, afín a la naturaleza de la asociación, estimule no solo su modesta economía sino, sobre todo, su obligación de rezar por los difuntos, obra de misericordia a la que estamos exhortados todos los fieles, asociados o no. Con un capellán como don Pedro, tan solícito en el servicio a la diócesis acompañando el duelo de las familias en la capilla del tanatorio de San Carlos, buen maestro tenemos para ser hospitalarios y orantes en esta nueva etapa. Nunca está de más recordar lo que somos, polvo, y lo que nos espera, morir para resucitar en Cristo. Más aún en este tiempo en que ya no vemos apenas a los difuntos entrando por última vez a su parroquia, una separación entre la pila bautismal en la que, recién nacidos, habían muerto al pecado, y las exequias con las que encomendamos su alma junto a su cuerpo muerto. El cirio pascual encendido, al lado del féretro, en el tanatorio, quizá ante la incomprensión de muchos de los presentes, conserva ese hilo, a veces tan endeble, que une el comienzo de la vida con su final.

Las cofradías han sido, a lo largo del tiempo, rigurosas al cumplimentar sus particulares obituarios y perseverantes en los sufragios por sus miembros difuntos. Lo reflejaba bien la exposición Salus que, de mayo a diciembre, acoge el santuario de la Virgen de la Salud en Alcañices. En el capítulo VI, «El descanso eterno», se mostraba una curiosa vara insignia de las Ánimas, pieza anónima del siglo XIX procedente de la parroquia de Nuez de Aliste. En el remate, el fuego del Purgatorio purifica las almas, personificadas en figuras orantes que ruegan que se rece por ellas. El mismo recordatorio que nos hace, cada 2 de noviembre, la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Porque el amor atraviesa la muerte y Quevedo se deja robar el penúltimo verso de un soneto para seguirlo recordando: serán ceniza, mas tendrá sentido. Todos lo seremos. Todos lo tenemos.

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