Nuestra Señora del Silencio | Dibujo: Hugo Iglesias |
A propósito de la visita a Las Edades del Hombre que aún podemos disfrutar en Plasencia, titulada Transitus (edición, por cierto, no exenta de polémica por haber sido emplazada fuera de Castilla y León), así como la exposición situada en la seo de Salamanca, The Mistery Man (la cual no deja indiferente a nadie), me surge la reflexión sobre la fuerza que tienen en nosotros las imágenes sagradas para inundar nuestras vidas de fe y luz.
A lo largo de la historia, toda manifestación artística ha tenido el claro objetivo de crear un impacto visual, estético, emocional e, incluso, espiritual para atraer a toda persona que la contempla. Reyes, nobles y burgueses recurrían al arte para demostrar su poder y estatus. El pueblo llano, para plasmar su forma de vida y la Iglesia para, entre otras muchas cosas, explicar y transmitir los dogmas de la cristiandad a través de la arquitectura, pintura y escultura. La imagen era utilizada, desde los comienzos del cristianismo, como función pedagógica al servicio de la religión para aquella mayoría de la población que no sabía leer y escribir, acercándoles, de forma más sencilla y directa, la fe. En palabras de Martín Lutero la imagen era el evangelio de los pobres.
Desde los orígenes del Cristianismo, hubo esa necesidad de representar visible y tangiblemente la devoción. Pero no solo para la iglesia, también para sus fieles. Para los primeros cristianos, obligados a ocultar su fe, esto era imprescindible, y se manifestaba mediante símbolos y mensajes que sólo ellos podían comprender sin el riesgo de incurrir en la persecución. Con el tiempo, la declaración del Cristianismo como una religión oficial y su rápida expansión en todo el mundo conocido, hizo que la realización de imágenes sagradas experimentara un impulso imparable. Era un instrumento de difusión de la fe aún más poderoso que el verbo en sí.
En los distintos momentos de lucha cotidiana, muchos recurrimos a nuestras imágenes, nuestra estampita de turno situada en la mesilla de noche o a una obra de arte, como la de Hugo Iglesias que corona este artículo. Vaya promesa se está gestando en Salamanca, estén atentos. Ante ellas iniciamos la oración y pedimos su intercesión por nosotros ante Dios. Colocar una imagen sagrada en el hogar debe ser una necesidad esencial para un cristiano. Es la manera de mantener viva la devoción de cada uno, de darse la posibilidad, en cualquier momento del día, de acercarse a él. La veneración de una imagen sagrada no se dirige tanto al objeto en sí mismo, sino a lo que representa.
Nuestro obispo, durante la homilía de la misa de inicio de curso oficiada en la Catedral, hablaba de la gran fuerza evangelizadora que tienen las hermandades y ponía énfasis en la oración como medicina de la fe. Y aquí la religiosidad popular y las hermandades con sus tres pilares fundamentales, formación (muy escasa por estas tierras), caridad (casi inexistente) y culto, tienen mucho que aportar a la causa, ya que son el medio providencial para la conservación y transmisión de la fe.
Aprovechemos el Año Jubilar Teresiano para seguir experimentando la fuerza de las imágenes.
No me canso de leerte....que reflexiones más bonitas y más bien dichas.Transmites paz tranquilidad....no dejes de hacerlo!!!
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