viernes, 25 de noviembre de 2022

Te lo escribo a la cara

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 Esther Ferreira Leonís

Foto: Esther Ferreira Leonís
25-11-2022

«La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados», ‒nos dejó para la reflexión el escritor Jean Paul: cómo queremos ser evocados…

Mantengo a flote el recuerdo de aquella chica que se afanaba, de un lado al otro de la iglesia, por que el acto insigne de su cofradía brillara, como cada año. Su mirada abducida por la tarea; su ceño agarrado a la responsabilidad del encargo; su corazón palpitando por su cofradía; y yo observando, agradecida en ese albor de las emociones que nos brindan su naturaleza más pura y enriquecedora, pues arraigo, en mi aprendizaje vital, la moraleja de aquella entrega en sus pasos, en sus gestos, con su misma respiración.

Rescato de mi cajón de promesas esta de agradecer, a todos aquellos cofrades y hermanos, esa misma pasión que, añadida a la del resto, hace posible que la Semana Santa sea, también en las calles, testimonio de nuestra fe.

Desde mi mirada niña he sentido ese reconocimiento a la labor de quienes generosamente nos ayudan a cumplir con nuestro compromiso de hermandad. Por ello te lo escribo a la cara, a ti. Por ello gracias en mayúsculas: ¡GRACIAS!

Todos los faroles bruñidos reclaman las manos que los completan: ¿quién clareó su espera...? Las cruces aguardan los hombros solícitos en una lista: ¿quién anidó todos los nombres…? Los hábitos donados tintinean sus pliegues, inmaculados en su ilusión por renacer: ¿quiénes sintieron antes la caricia de su blancura?

¿Quiénes desgajan las puertas, para que se derrame el bullicio de la calle que excita el ensueño de la salida? Quizás quienes antes habían limpiado las calles, para que los pies descalzos sintieran solo el frío de la penitencia prometida. Bajo la capucha libo los sones que envuelven mi oración y en un solo momento de encuentro con la mirada de mi Señor… ¿quiénes te han dado pies para que las calles testimonien tu aliento; quiénes te han aliviado de flores; quiénes encenderán tus faroles, cuando la luna rociada de nubes apenas asome el llanto de su resplandor prestado?

Mis hermanos aprietan su alma cuando tocan las campanas para que se hiele, por una noche, la noche salmantina. ¿Quién tañe mi conciencia para mullir el camino…?

Las antorchas nos retratan con el reflejo llameante de su brío en la piedra: ¿quiénes sintieron la luz candente en su piel al encenderlas?; ¿quiénes llevan en su ceremonial desfile la atención en cada una de ellas, retando al viento en su soplo inesperado, para que tu mirada, Señor, sea eterno abrazo?

Y cuando me abrigo del frío de la madrugada… ¿quiénes han prendido los ramilletes de cera que te cobijan, Madre, de la pena y claman con su fulgor la Palabra esperada?; ¿quiénes cuidan tu bella tristeza para que penetre a través de nuestros ojos y se vierta en llanto alzado como blasón de todas las penas de los hombres, en esperanza?

¿Quién aguarda paciente en la soledad del templo el regreso, en el anhelo de ser un anónimo indispensable más, en la próxima Semana de Pasión en los barrios de Salamanca?

Siempre, aquella chica, en el álbum lacrado de mi memoria, blandiendo con su palma, el Domingo de Ramos, su fe; en oración acogida bajo su capirote el Jueves Santo; con su alegría generosa el Domingo de Resurrección, con todos los anónimos que sois y seréis.

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