O es, o no es. No estoy recordando erróneamente el monólogo de Hamlet. No. Es una cita mucho más de aquí que aquella y quizá más profunda. Vamos a ello.
Durante una charla con Miguel Poveda, el gran Fosforito dejó dicho para la posteridad: «Yo lo de fusión no lo entiendo. Otra cosa, a lo que llaman flamenquito, no entiendo lo que es flamenquito. O es o no es. Que hay cosas que suenan flamencas, y que a mí me gustan, ¡claro que sí! El flamenco es una música ancestral en nuestras tierras, tan importante y tan clásica como la mejor música clásica». Esta es la cita, esta es –más que cita– la experiencia que me abre la puerta a compartir con ustedes, estimados lectores, mi reflexión de la semana. Vayamos a ello.
No sé por qué, pero en las sugerencias de noticias que aparecían en mi móvil hace unos días apareció una cuyo titular rezaba y reza así: «El Papa ordena ‘intervenir’ los seminarios españoles, considerados de los más conservadores de Europa». Era de elDiario.es, del 10 de noviembre. Leí con curiosidad, con interés. Luego contextualicé con otras lecturas y comprendí. Y ahí quedó. Pasaron los días, llegó el lunes de la corriente semana y bien de mañana oí una conversación que para mí fue dura, dolorosa. Uno a otro decía: «He estado en una eucaristía y ha sido buenísima, ha pasado de la liturgia y ha ido al grano». La otra parte loaba, porque lo conocía, al que presidía y le reconocía ese y otros méritos. Mi inicio de semana me fue así doloroso, me llevó a reflexión sobre este tema: la liturgia y nuestra vida cristiana cotidiana.
Di en pensar, por un lado, sobre la osadía de la que algunos sacerdotes hacen gala, arrogándose para sí la autoridad de privarnos inopinadamente del tesoro y más que tesoro que es la liturgia eucarística. O es, o no es, decía Fosforito del flamenco cuando charlaba con Poveda. Y así quedaba yo, apesadumbrado porque no me encuentro con muchos que hablen de lo digno y bueno de la vivencia de la liturgia, en su repetición, en su belleza, en su profundidad, de la que no somos dueños exclusivos y sí custodios y enriquecedores, nunca cercenadores. Muchos malos ministros hemos tenido que nos han traído hasta estos días oscuros.
Por otra parte, mi pensamiento fue para nosotros los laicos. ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Qué nos ha hecho denostar hasta este punto el tesoro vivo que es la liturgia? Aquí no cabe el análisis de todas las causas, no cabe ni es lugar. Ahora bien, lo que sí cabe es mencionar por mi parte la breve culminación de mi matutina reflexión, y oportuna a mi parecer tras la solemnidad celebrada el día anterior.
Entre otras, todo buen cristiano tiene dos necesidades: hablamos, por un lado, de alimentar su fe, su vida de cristiano, con la oportuna formación que a su alcance tenga para alimentar su espíritu, para crecer en su vida de creyente; por otro, hablamos de la necesidad, de la obligación, de exigirles formación rigurosa a nuestros ministros, porque lo que tienen entre manos es, no solo nuestra vida cristiana sino el tesoro que nos ha sido legado y que nosotros no tenemos más que agrandar. Es tradición viva, no la matemos.
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