miércoles, 7 de diciembre de 2022

Vuelan gaviotas

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F. Javier Blázquez


07-12-20022 

Se cumplen veinte años, que, a decir de Gardel, «con el alma aferrada a un dulce recuerdo», no es nada. Efectivamente, parece estar aún fresca en la memoria la primavera de ese 2003 en la que el cantautor chileno Héctor Molina, Titín, presentaba Pensares, un disco en el que versionaba musicalmente los versos de varios poetas salmantinos. Degustábamos todavía las mieles de un 2002 que pudo haber transformado para siempre Salamanca y Titín, con su voz poderosa, lanzada a la fama tras ganar el festival de Viña del Mar, cantaba el Vuelan gaviotas que tanto dio que hablar en los corrillos culturales de la ciudad.

Pocas semanas antes, en marzo, el alcalde Julián Lanzarote se salió con la suya y consiguió para la Semana Santa local la consideración de fiesta de interés turístico internacional. La Junta de Semana Santa, que a posteriori resultó la gran beneficiada por las subvenciones que a raíz de ello llegaron, ni se asomó al proceso. Las cosas como son. Si se consiguió una distinción que entonces sí valía algo, porque hoy está completamente devaluada, fue por la cabezonería de una persona. Llama la atención ver cómo hasta ahora, al recordar el evento, otros se suben al carro y olvidan a quienes protagonizaron, o protagonizamos, la concesión de esa distinción. Veinte años son nada, pero la memoria es frágil, sobre todo para quienes entonces ni estaban. Amnesia, ignorancia o vanidad, la causa es lo de menos. La realidad es que esto es una constante a la que ya estamos demasiado acostumbrados en la vida socio-cultural del país.

El último desvarío, en relación con estos veinte años que no es nada, ha llegado la semana pasada, cuando el presidente de la Junta de Semana Santa anunció el nombre del pregonero designado para anunciar la Pasión de 2023, Carlos García Carbayo, a la sazón alcalde de Salamanca. Lo primero, y vaya por delante, la persona debe quedar al margen. Nadie duda de sus merecimientos ni de su capacidad. A este, a diferencia de otros políticos que antaño pasaron, se le presuponen recursos para escribir por sí mismo su pregón, sin necesidad de acudir al negro literario. El problema no está en quien acepta, sino en quien designa. Por dos razones, una de argumentación y la otra de oportunidad.

Primero va la presentación, y lo escribo con pena porque Francisco Hernández es amigo. Y sin embargo, «amicus Plato, sed magis amica veritas». Platón es mi amigo, dio a entender Aristóteles en su Ética a Nicómaco, pero soy más amigo de la verdad. Y la verdad es que la justificación para la elección, aparte de pobre, se presta a todo tipo de interpretaciones, ninguna buena. Se dijo en la rueda de prensa que el alcalde «es cristiano, de Salamanca y tiene el don de Salamanca» (sic) y, además, «gracias a esta connotación (sic) de Interés Turístico Internacional, supone el aumento de subvenciones públicas, así como la presencia de la Semana Santa salmantina en ferias a nivel nacional e internacional». No hace falta interpretarlo ni explicarlo, por muy doloroso que resulte. Flaco favor le ha hecho el expositor a su amigo alcalde. Con lo fácil que hubiera sido explicarlo si… ¡Ay, Señor!

La otra razón es todavía más evidente. En mayo de 2023 tendremos las elecciones municipales. ¿Hace falta decir más? Ni siquiera Vaz Cohen llegó tan lejos, porque en los dos años electorales que coincidieron con su mandato tuvo el decoro de no designar políticos. Los cofrades y los salmantinos a quienes se dirige el acto del pregón son de todos los colores. No se puede ensombrecer con la mínima sospecha de utilización política un acto tan importante como este. Cornejo, cuya gestión se agiganta en la percepción del cofrade, cumplió su palabra de despolitizar la Semana Santa. Su segundo, que fue leal y trabajador, a las primeras de cambio le ha enmendado la plana. Pero es que, además, si a toda costa quería que lo fuera, con posponerlo un año habríamos evitado la polémica.

A estas alturas poco más se puede decir. Salvo que no me sumo a la campaña de dejar el asiento vacío como señal de protesta que están promoviendo algunos cofrades muy significativos. Si tienen a bien invitarme allí estaré, porque la Semana Santa de Salamanca está muy por encima de todas estas circunstancias. Lo más seguro es que sufra con lo que se vea. Y no por el alcalde, que él sabrá guardar las formas y se ceñirá escrupulosamente a lo establecido. De eso no me cabe duda. El disgusto llegará con el repiqueteo interior del Vuelan gaviotas. Ay Titín, que nos dejaste la banda sonora, sin pretenderlo, para esa visión del Liceo lleno de gaviotas que nos espera.

 

N.B.: Durante los últimos días he recibido infinidad de mensajes y llamadas. Algunos me instaron a escribir sobre el asunto, otros me recriminaron apriorísticamente que no lo haría siendo amigo, como es, Francisco Hernández. La cuestión no va de que sujeten el cubata ni haya que hacer las cosas bajo demanda. El asunto es serio y este es el único espacio crítico y permanente en el que se escribe sobre Semana Santa en Salamanca. Aquí no hay hipotecas ni servidumbres de ningún tipo. La única razón de existir es estar al servicio de la religiosidad popular, vinculada preferentemente a la Semana Santa, desde todos los planteamientos posibles. Como responsable del espacio, entiendo, estoy en la obligación de no eludir un tema del que no se ha parado de hablar en los últimos días. Hay muchos más colaboradores e imagino que, como en ocasiones anteriores, abordarán esta misma cuestión desde puntos de vista diferentes. La pluralidad es necesaria para que el lector pueda extraer sus propias conclusiones. Y así lo fomentamos en Pasión en Salamanca. Los cincuenta y cinco columnistas que han pasado por el digital bien lo saben. Nunca se ha dirigido ninguna colaboración ni se ha limitado el derecho a escribir en favor o en contra de nadie ni de nada. 


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