Se cumplen veinte años, que, a decir
de Gardel, «con el alma aferrada a un dulce recuerdo», no es nada. Efectivamente,
parece estar aún fresca en la memoria la primavera de ese 2003 en la que el
cantautor chileno Héctor Molina, Titín,
presentaba Pensares, un disco en el
que versionaba musicalmente los versos de varios poetas salmantinos. Degustábamos
todavía las mieles de un 2002 que pudo haber transformado para siempre
Salamanca y Titín, con su voz poderosa, lanzada a la fama tras ganar el
festival de Viña del Mar, cantaba el Vuelan
gaviotas que tanto dio que hablar en los corrillos culturales de la ciudad.
Pocas semanas antes, en marzo, el
alcalde Julián Lanzarote se salió con la suya y consiguió para la Semana Santa
local la consideración de fiesta de interés turístico internacional. La Junta
de Semana Santa, que a posteriori resultó la gran beneficiada por las
subvenciones que a raíz de ello llegaron, ni se asomó al proceso. Las cosas como
son. Si se consiguió una distinción que entonces sí valía algo, porque hoy está
completamente devaluada, fue por la cabezonería de una persona. Llama la
atención ver cómo hasta ahora, al recordar el evento, otros se suben al carro y
olvidan a quienes protagonizaron, o protagonizamos, la concesión de esa
distinción. Veinte años son nada, pero la memoria es frágil, sobre todo para
quienes entonces ni estaban. Amnesia, ignorancia o vanidad, la causa es lo de
menos. La realidad es que esto es una constante a la que ya estamos demasiado
acostumbrados en la vida socio-cultural del país.
El último desvarío, en relación con
estos veinte años que no es nada, ha
llegado la semana pasada, cuando el presidente de la Junta de Semana Santa
anunció el nombre del pregonero designado para anunciar la Pasión de 2023,
Carlos García Carbayo, a la sazón alcalde de Salamanca. Lo primero, y vaya por
delante, la persona debe quedar al margen. Nadie duda de sus merecimientos ni
de su capacidad. A este, a diferencia de otros políticos que antaño pasaron, se
le presuponen recursos para escribir por sí mismo su pregón, sin necesidad de acudir
al negro literario. El problema no está en quien acepta, sino en quien designa.
Por dos razones, una de argumentación y la otra de oportunidad.
Primero va la presentación, y lo
escribo con pena porque Francisco Hernández es amigo. Y sin embargo, «amicus
Plato, sed magis amica veritas». Platón es mi amigo, dio a entender Aristóteles
en su Ética a Nicómaco, pero soy más
amigo de la verdad. Y la verdad es que la justificación para la elección,
aparte de pobre, se presta a todo tipo de interpretaciones, ninguna buena. Se
dijo en la rueda de prensa que el alcalde «es cristiano, de Salamanca y tiene
el don de Salamanca» (sic) y, además, «gracias a esta connotación (sic) de Interés
Turístico Internacional, supone el aumento de subvenciones públicas, así como
la presencia de la Semana Santa salmantina en ferias a nivel nacional e
internacional». No hace falta interpretarlo ni explicarlo, por muy doloroso que
resulte. Flaco favor le ha hecho el expositor a su amigo alcalde. Con lo fácil
que hubiera sido explicarlo si… ¡Ay, Señor!
La otra razón es todavía más evidente.
En mayo de 2023 tendremos las elecciones municipales. ¿Hace falta decir más? Ni
siquiera Vaz Cohen llegó tan lejos, porque en los dos años electorales que
coincidieron con su mandato tuvo el decoro de no designar políticos. Los
cofrades y los salmantinos a quienes se dirige el acto del pregón son de todos
los colores. No se puede ensombrecer con la mínima sospecha de
utilización política un acto tan importante como este. Cornejo, cuya gestión
se agiganta en la percepción del cofrade, cumplió su palabra de despolitizar la
Semana Santa. Su segundo, que fue leal y trabajador, a las primeras de cambio
le ha enmendado la plana. Pero es
que, además, si a toda costa quería que lo fuera, con posponerlo un año habríamos
evitado la polémica.
A estas alturas poco más se puede
decir. Salvo que no me sumo a la campaña de dejar el asiento vacío como señal
de protesta que están promoviendo algunos cofrades muy significativos. Si
tienen a bien invitarme allí estaré, porque la Semana Santa de Salamanca está
muy por encima de todas estas circunstancias. Lo más seguro es que sufra con lo
que se vea. Y no por el alcalde, que él sabrá guardar las formas y se ceñirá escrupulosamente
a lo establecido. De eso no me cabe duda. El disgusto llegará con el repiqueteo
interior del Vuelan gaviotas. Ay Titín, que nos dejaste la banda sonora,
sin pretenderlo, para esa visión del Liceo lleno de gaviotas que nos espera.
N.B.: Durante
los últimos días he recibido infinidad de mensajes y llamadas. Algunos me
instaron a escribir sobre el asunto, otros me recriminaron apriorísticamente que
no lo haría siendo amigo, como es, Francisco Hernández. La cuestión no va de que
sujeten el cubata ni haya que hacer las cosas bajo demanda. El asunto es serio
y este es el único espacio crítico y permanente en el que se escribe sobre
Semana Santa en Salamanca. Aquí no hay hipotecas ni servidumbres de ningún
tipo. La única razón de existir es estar al servicio de la religiosidad popular,
vinculada preferentemente a la Semana Santa, desde todos los planteamientos
posibles. Como responsable del espacio, entiendo, estoy en la obligación de no
eludir un tema del que no se ha parado de hablar en los últimos días. Hay
muchos más colaboradores e imagino que, como en ocasiones anteriores, abordarán
esta misma cuestión desde puntos de vista diferentes. La pluralidad es
necesaria para que el lector pueda extraer sus propias conclusiones. Y así lo
fomentamos en Pasión en Salamanca.
Los cincuenta y cinco columnistas que han pasado por el digital bien lo saben.
Nunca se ha dirigido ninguna colaboración ni se ha limitado el derecho a
escribir en favor o en contra de nadie ni de nada.
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