viernes, 13 de enero de 2023

  Solo encenderé mi antorcha y diré: ¡Gracias!

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J. M. Ferreira Cunquero

Reliquias del Santo Sepulcro y del Calvario incrustadas en la cruz de,Cristo de la Humildad | Foto: Pablo de la Peña
 

13-01-2023

A tres meses de mi despedida como hermano mayor
 de la Hermandad Franciscana del Stmo. Cristo de la Humildad
 

 Esta mañana no me pertenece.
Se quedará con ella
El dueño de mis horas,
Ministerio, patrón, señor del tiempo…  

José Luis Puerto


Los Magos de Oriente me han dejado, junto a la chimenea de mis sueños, un regalo inesperadamente grandioso. Estaba envuelto en papel color humanidad, rociado con un fresco perfume a flor de cercanía.

Dentro de tan sorprendente envoltorio solamente había una palabra: Gracias.

Una palabra que será ya, para estos tres meses que me quedan como hermano mayor de la Franciscana (al final ganó esta acepción, mi querido y admirado Tomás González), emblema de cuando pueda hacer o decir.

De este breve pero intenso periodo, estoy obligado, por la salud de mi conciencia, a destacar la impresionante clave que hizo posible tan importante aventura. Por esto, a esa clave uno la palabra gracias, enmarcándola para que brille dentro de mí cada vez que el recuerdo me traiga el vapor de estos seis años, bendecidos por una variedad impresionante de ensueños y vivencias.

La clave no es otra que haber tenido la gran fortuna de dar con siete cofrades únicos e irrepetibles en el momento inicial de un proyecto que se nos antojaba maravillosamente posible. A los promotores de la Hermandad Franciscana, una vez asumido su significativa colaboración, he de agradecerles que renunciasen a formar parte de la que sería primera Junta Directiva. Había que demostrar desde un principio que la Hermandad Franciscana del Santísimo Cristo de la Humildad no tendría por dueños a otros que no fuesen sus hermanos.

Y principiando este 2023 he de cumplir la promesa de irme tras el primer mandato, una vez que la hermandad ha logrado establecer como signo de normalidad el envío de nuestros donativos durante la cuaresma de cada año a la Custodia Franciscana de Tierra Santa.

He de dar las gracias, por la imprescindible labor de los primeros pasos y por ese silencio que jamás permitió ni la más mínima de las críticas hacia quienes hemos tenido la responsabilidad de llevar a cabo todas las propuestas iniciales sin dejar de acometer nuevos propósitos que surgieron gracias a la propia actividad de la hermandad.

Pero en el otro letrero inmenso, con luces de amistad intensa, escribo la palabra gracias, para que, en el promontorio de mis querencias, brillen quienes cerca de mí hicieron posible tan expectante y complicada andadura.

El gran logro de una Hermandad tan humilde y sencilla como la Franciscana es haber conseguido que se enviase durante estos años más dinero en donativos a Tierra Santa, que todo el que hubo de emplearse para adquirir las tres relevantes imágenes que encargamos en su día y el resto de elementos procesionales necesarios para poner en marcha nuestra austera marcha penitencial.

Frente a esto, todo lo demás es accesorio, aunque no podemos dejar en olvido aquellos grandes e intensos momentos en los que recibimos en Salamanca al Custodio de Tierra Santa o al arzobispo emérito de Sevilla Carlos Amigo. ¿Cómo olvidar la primera peregrinación a Tierra Santa para recibir las reliquias del Santo Sepulcro y del Calvario para incrustarlas bajo los pies del Cristo de la Humildad?

Por todo esto, he de dar las gracias a mis hermanos, compañeros y amigos de una Junta Directiva que jamás tuvo un desencuentro a lo largo de este trayecto que ha llegado a ese instante en que hemos de entregar con todo cariño lo poco que tenemos a quienes nos sucedan.

Como digo, la palabra gracias, durante estos tres meses, la pronunciaré hasta el aburrimiento, pero convencido de que estoy obligado, no por cortesía, sino por un gesto de sinceridad que debo incluir —eso me pedían los Reyes Magos— en cada golpe de aliento.

Este año, si las obras de San Martín impiden la salida por la puerta que da a Quintana, lo haremos desde el convento de los capuchinos, donde nuestro Cristo de San Damián, obra de Paloma Pájaro, acaba de encontrar, en aquella iglesia franciscana, el espacio que requería para ser expuesto y contemplado, como lo que es, una memorable y destacada joya artística de este tiempo.

La ilusión, compartida por la hermandad y los hijos del pobre de Asís, en que brote nuestro cortejo penitencial de un entorno franciscano, tal vez sea uno de los momentos que se perpetuarán en el tiempo como un hecho histórico posiblemente irrepetible.

Y gracias, inmensas gracias a todos y cada uno de los hermanos, numerarios y benefactores que se fueron uniendo a este proyecto seglar franciscano, que lleva, como epicentro de su mensaje, la unión a los cristianos de la Tierra Santa, por medio de la Custodia Franciscana.

Después me iré convirtiéndome en un cofrade anónimo, que portará el fuego de una antorcha, con ánimo de iluminar el camino por el rumbo oracional de la noche oscura, mientras seguirá brotando, desde el silencio, hasta el final de mis días, una palabra: gracias.

 

 

 

 

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