miércoles, 11 de enero de 2023

Caín

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Félix Torres 

Graffiti de Caín Ferreras
 
11-01-2023

Hace apenas unas semanas, la Tertulia Cofrade Pasión hacía público el nombre del artista que se encargará de confeccionar el cartel anunciador de la Pasión salmantina este 2023 que ahora estrenamos. El artista urbano Abel Ferreras, o Caín Ferreras como gusta de ser conocido artísticamente, será el responsable de este encargo que yo, al menos, entiendo como una responsabilidad y un gran compromiso. Y digo esto último porque Caín es, aparte de un nombre bíblico de referencia y dicho con el mejor de los sentidos, un tatuador grafitero. Otra vez la Tertulia dando la nota.

Pero no es algo nuevo. Porque la Tertulia Cofrade Pasión se ha interesado, desde siempre, por la vanguardia y por el arte más íntimo de nuestra ciudad y su entorno. De ahí esa serie de carteles que desde 2002, en su vertiente pictórica, ya forman parte del patrimonio artístico y cofrade de Salamanca. Pero no es mi misión hacer análisis de obras y autores, que para eso ya vendrán expertos críticos y entendidos que analizarán detalladamente la obra de Caín así como juzgaron las de quienes le precedieron. Yo lo que quiero es hablar del contexto.

Cuando yo era suficientemente joven como para sentirme diferente de las generaciones que me precedían, lo de pintar las paredes era cosa de gamberros sin oficio que se dedicaban a robar rotuladores de trazo grueso con los que ensuciar fachadas poniendo obscenidades sin gracia aparente. Ni siquiera sabíamos que aquello se llamaría «graffiti» y mucho menos que respondía a una filosofía, una forma de vida, tan válida como la del ejecutivo al que muchos envidiaban.

Tampoco eran aquellos tiempos de dibujarse los cuerpos, dejando los tatuajes para camellos y carne de presidio… o para padres de reyes. No había apenas tatuadores y los que se dedicaban a ello no pasaban precisamente por artistas, al menos en el rancio solar hispano de los ochenta. Es decir, que todo lo underground era eso, algo propio de tribus urbanas marginales y marginadas que a los ciudadanos de bien, como mucho, se les quedaba fuera de plano.

Hoy, cuando ya he cruzado esa frontera que me lleva a formar parte de esa generación que ve la vida desde la acera del ocaso, las paredes inmaculadas siguen mostrándose como atractivo reclamo para anónimos espíritus barrocos que, espray en mano, dejan su impronta en ellas (eso que en tiempos se llamó «horror vacui» con la capilla de la Vera Cruz como excelentísima muestra). Y desde este lado de la madurez, pienso que lo de pintar las paredes, llamémoslo ahora espacios urbanos, no puede generalizarse ni como bueno ni como malo. Que no todos son artistas está claro, pero tampoco son todos gamberros. El arte urbano ha crecido mucho y bien, quizá desde aquellos que «destrozaban» los vagones de trenes y suburbanos en las grandes capitales como necesidad de expresar quién sabe qué, y se ha desarrollado para entrar a formar parte de circuitos expositivos visitados por curiosos y entendidos e, incluso, hacerse hueco en museos a pesar de la dificultad que supone trasladar este tipo de obras a espacios cerrados para los que nunca fueron concebidas. De Atún y Meas a Banksy, pasando por Jesús Arrúe o Caín Ferreras.

Porque Caín es seguramente uno de los artistas urbanos más reconocidos de nuestra ciudad a pesar de que la mayoría de nosotros no seamos capaces de ponerle cara ni de unir su obra a su nombre. Pero, ¿quién que haya paseado por las calles salmantinas no ha visto esas mujeres que llenan huecos en o entre edificios para mirarnos diciéndonoslo todo? ¿Quién no se ha fijado en esas aves colosales o en las leyendas de moralizante letra urbana? Al menos yo, lego en materia artística urbana, desconocedor de artistas y obras, siempre me he visto subyugado por esa impresionante mirada fuera de foco de la mujer que cose sus propias cicatrices en el final del Paseo de la Estación, sin saber quién era el responsable de ese «desaguisado» en las paredes de ese edificio. Ahora que le pongo rostro a los pinceles, sigo ensimismado en esa mujer de tres plantas y bajo cubierta que se zurce sin ser capaz de mirarme a los ojos.

Desconozco cómo será ese cartel con el que Caín y la Tertulia Cofrade Pasión anunciarán la Semana Santa salmantina de 2023, pero confío en que será tan rompedor, tan criticado y tan interesante como los de años anteriores. Yo solo vengo a quedarme con el símil, con Caín como el malo de la película, con el graffiti callejero como lo más actual y acomodado en cultura popular o con la frase de que «quien no tiene memoria necesita cicatrices» que marca el pecho entre tirantes de la mujer que se recompone a sí misma, como algo siempre a tener en cuenta en nuestras cofradías. Porque todos sabemos de más de una y de dos de ellas que, con mediocres dirigentes e insistente tozudez, son capaces de tropezar una y otra vez en las mismas piedras, levantarse, sacudirse el polvo y volver a tropezar como si nada hubiera pasado. Porque en muchos casos, en casi todos los casos, se olvida la máxima de la camiseta de la mujer que no nos mira y nuestras cofradías tropiezan indefinidamente con la carencia amnésica de recuerdos. Aunque haya que lamerse las cicatrices. Quizá sea que nos guste presumir de cicatrices y tatuajes. Así nos va a muchos.

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