lunes, 3 de abril de 2023

Si la Cruz no fuera un misterio…

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 Tomás González Blázquez

Cristo de los Doctrinos | Foto: Pablo de la Peña

 

03-04-2023

12/04/2022. 8:24 h. Muchas gracias, Tomás. Desde la cama del Hospital ofrezco todos mis padecimientos al Señor especialmente por la Cofradía y por la paz en el mundo, en Ucrania. D. V. (+)

Si la Cruz no fuera un misterio inalcanzable para nuestro conocimiento en este mundo quizá no la mostraríamos con la naturalidad que lo hacemos. Superficial exhibición, dirán unos, supersticiosa tradición, considerarán otros. Natural expresión la entiendo yo. Es nuestra respuesta ante el misterio: señalarlo y dejarnos señalar por él, dibujarlo en gestos y momentos, asumirlo como prueba de confianza en quien lo admitió poniéndolo sobre su llagado hombro y extendiendo sus brazos para el abrazo definitivo y pleno, el del amor entregado hasta el extremo.

Si la Cruz no fuera un misterio no habría muñidor que, campana albercana en mano, la anunciase Compañía arriba y Compañía abajo en noches de Lunes Santo. La cruz que nos guía siempre, el mismo fondo, pero nueva en su forma en este 2023, cuando la Vera Cruz recupera el saludo franciscano de «Paz y Bien» para su insignia de apertura y lo pone en el contexto de su peregrinaje hacia la Catedral. Así, la cruz de guía compendia la simbología de los siete sacramentos, fuentes de la Gracia de Dios que, por medio de la Iglesia, acompañan la contemplación del misterio de la Cruz: la concha bautismal, el cáliz y la sagrada forma eucarísticos, el fuego del Espíritu que confirma en la fe, el poder de las llaves que perdona los pecados, el óleo que unge y alivia en la enfermedad, el báculo pastoral del ministerio ordenado, la alianza nupcial que refleja el amor de Cristo a su pueblo.

Si la Cruz no fuera un misterio no abriría senda en los cortejos fúnebres, cuando toda la esperanza se deposita en el verde tronco donde el Crucificado parece muerto pero brota, florece, estalla en inmortal eternidad. En cada centímetro de esa corteza reside la memoria de los cofrades difuntos a lo largo de casi quinientos diecisiete años, miles y miles de almas por las que rezar. Las sacras, su argéntea escolta, evocan hoy a alguien que murió recientemente, el gran Benedicto XVI, acogiendo su lema episcopal y pontificio, Cooperatores veritatis, y el título de su primera encíclica, Deus caritas est.

Si la Cruz no fuera un misterio no lograríamos levantar la mirada para ver al que traspasaron, al que traspasamos (cf.  Zac 12,10; Jn 19,37; Ap 1,7). Le miramos a él y nos vemos por dentro con sus ojos de apariencia dormida y misericordia despierta, caricia que guarda para cada uno el Cristo de los Doctrinos. Desde abajo, desde la postración que tantas veces nos puede, le vemos arriba pero postrado, alzado pero a merced de sus verdugos, entronizado pero pobre y desnudo, rey pero siervo, muerto pero vivo, luz pero misterio.

Si la Cruz no lo fuera no recibiría el Crucificado promesas de penitencia que siguen, descalzos los pies, sus huellas inconfundibles, coronadas de espinas las cabezas como la suya, interrumpido el silencio por las cadenas que más que romperlo lo reclaman. Tomar la cruz de cada día y seguirle, negándose a uno mismo, es asumir ese misterio de la llamada por el propio nombre, tocado el corazón y abierta la mente. Entonces la cruz ya no es un nudo imposible e inhumano porque la Cruz lo desata, no es perpetua cárcel porque la Cruz la libera, es dolor pero soportable porque la Cruz lo conforta.

Si no fuera un misterio no saldríamos esta noche de Lunes Santo los cofrades de la Vera Cruz desde nuestra capilla dorada hacia la iglesia mayor de la diócesis, con negras cruces los más pequeños, apoyo de los primeros pasos y ya para siempre vara y cayado que sosiegan (cf. Sal 23,4). Cuando se complete la renovación en la indumentaria de la Virgen de la Amargura, que hoy se estrena en parte, también la Cruz presidirá su manto: la de la bóveda del templo, la de su ejemplar seguimiento del Hijo, la que ella admitió cuando dio en Nazaret el sí que ratificó en el Calvario, la de la espada que hiere de amor su corazón inmaculado mientras su pie aplasta a la serpiente y nos pone en los labios un canto de victoria, o clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria.

Si la Cruz no fuera un misterio no aspiraríamos a adorarla en el Cielo, donde al fin comprenderemos por qué nos decía Teresa que ella sola es el Camino hacia la patria; por qué, al buscarla con Elena, buscamos más que sagradas reliquias la Verdad revelada; porque, en esta vida finita, nos ponemos a su sombra fresca y consoladora de árbol de la Vida que no acaba.

 

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