viernes, 26 de mayo de 2023

Llegan días

| | 0 comentarios

 Manuel J. Grilo

drer

26-05-2023

Después de toda una temporada de labores, de alegrías, de sinsabores –cada uno tiene su propio acervo– llega el tiempo de la recogida. Venimos de unas semanas intensas que culminan este domingo en la fiesta de Pentecostés.

Esta semana a alguno le habrá ocurrido que, de repente, le ha sorprendido venido del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento. Gran estruendo. En el inicio de nuestra historia hay una experiencia similar, pero de muy distintas consecuencias. También con muy distintos antecedentes, claro está. Aquella primera dejó de ser –para cierto grupo de judíos– la fiesta de la entrega de las Tablas de la Ley a Moisés para terminar siendo la Fiesta del Espíritu. ¿Qué vivieron? No podemos establecer una crónica al gusto de nuestros días, está claro, ni la necesitamos. Los que afirman que indefectiblemente sí, no dejan de ser más que morbosos crónicos. No la necesitamos porque tenemos un tesoro mucho mayor bajo nuestra responsabilidad: la fe íntima, personal, sacada a las afueras, exteriorizada que hace posible esa comunidad tan grandiosa que es la Iglesia. Claro que sí. Aquellos seguidores de Jesús aterrorizados, encerrados, estaban de seguro sin idea de qué camino tomar. Líneas arriba habréis notado las palabras de Lucas en los Hechos, pero es que en las últimas líneas de su anterior libro nos presentaba a otros discípulos que se iban desesperanzados. Y pasó lo que pasó. Queda una pregunta: ¿Y ahora qué?

Este domingo, en la fiesta de Pentecostés, volvemos a estar ante la misma tesitura: ¿qué hacemos? El Espíritu nos será enviado, pero ¿estaremos dispuestos para recibirlo y asumir lo que implica?

He hablado en otros momentos de la encrucijada existencial en la que nos encontramos, nos jugamos nuestro ser. Incido en ello nuevamente. No se trata de conservar un inmenso tesoro de nuestros antecesores, no se trata de mantenerlo incólume tras las vitrinas, puertas adentro. Se trata de denunciar, se trata de enfrentar, se trata de esos dones que recibimos, de esa diversidad de carismas, diversidad de actuaciones, llevarlos a su ámbito natural que es la vida social sin pedir perdón por molestar.

¿Pedir perdón por molestar? ¿Somos los cristianos molestos? ¿Por qué? ¿O por qué no? Llenos y desbordados de Espíritu, efectivamente, deberíamos ser molestos a tanto sinsentido, dejar de ser complacientes, volver a ser significativos ante el rumbo al ocaso sin retorno al que va nuestro mundo, nuestra forma de vida. Hemos dado por amortizados una serie de valores que nos han traído hasta aquí diciéndonos a nosotros mismos que los renovamos, cuando en realidad los cambiamos, los transvaloramos. Y qué nos queda, la respuesta es clara, nada, los más benévolos dirían que bienmorir, pero no seamos ilusos, hacernos cargo de tal idea, asumirla no es sino renunciar a nuestra esencia, no recibir sino rechazar el Espíritu.

Quede para el examen individual qué rumbo tomar: ser conscientes de nuestro sello, de nuestro signo, de nuestro sacramento; o por el contrario vivir acomodaticiamente y caer en el hedonismo complaciente y enfermizo de nuestro tiempo que solo deja al cristiano regocijarse en su filantropismo. Sí, somos filántropos, pero porque somos creyentes, es decir, porque nace de una experiencia enraizada en Dios, si nos empeñamos en desenraizala, desenraizada quedará, por tanto muerta lo que ocurre es que no nos hemos dado cuenta.

Los hombres se quedaron en la plaza, riéndose del loco. No lo sabían, pero le daban la razón, ¿también nosotros se la damos?

0 comentarios:

¿Qué buscas?

Twitter YouTube Facebook
Proyecto editado por la Tertulia Cofrade Pasión