miércoles, 25 de octubre de 2023

Jalones sobre la finalidad de las procesiones

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Viernes Santo en Castilla / Darío de Regoyos (1904)

27-10-2023


Escribo estas líneas inspirado por la situación vivida en los días precedentes en nuestra ciudad de Salamanca, en los que una sucesión de procesiones ha puesto de manifiesto un cierto debate sobre la conveniencia de tener tal número de desfiles con semejante concentración. Algunos dirán que en otras plazas esto se está haciendo algo habitual, pero no es menos cierto que es fácil caer en una rutina muy peligrosa, pues lo poco agrada y lo mucho cansa y, además, no se puede perder el verdadero objeto de las procesiones como manifestación pública de fe al servicio de la evangelización, so pena de una alteración evidentemente pauperizante.

Sin entrar en los legítimos motivos que han llevado a este episodio, acaso puntual, motivos que por supuesto tiene cada cofradía o entidad eclesial organizadoras, me parece que es oportuno recordar cuáles son los hechos claves y fundamentales que deben referirse a la hora de plantear desfiles procesionales. Para ello, nada como recordar cuál es su raíz histórico litúrgica y cómo desde lo más íntimo de cada una de las cofradías va saliendo ese germen de vida que al fin y al cabo son las procesiones.

La respuesta a estas expectativas la encontramos en textos luminosos como el Directorio de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos sobre el tema de la religiosidad popular y la liturgia, del año 2002. En él se hace una exposición breve de algunos hitos de la Historia de este fenómeno religioso, y recuerda que se suele señalar el pontificado de san Gregorio Magno (590-604), pastor y liturgista insigne, como punto de referencia ejemplar de una relación fecunda entre Liturgia y piedad popular.

Este pontífice desarrolló una intensa actividad litúrgica, para ofrecer al pueblo romano, mediante la organización de procesiones, estaciones y rogativas, unas estructuras que respondieran en su época a la sensibilidad popular y que, al mismo tiempo, estuvieran claramente en el ámbito de la celebración.

Más adelante se dice que la piedad popular, sobre todo a partir de la Edad Media, dio un amplio espacio a las procesiones votivas, que en la época barroca alcanzó su apogeo. Para honrar a los santos patronos de una ciudad, pueblo o corporación se llevaban procesionalmente las reliquias o una imagen, por las calles de la ciudad o pueblo. Por tanto, en sus formas genuinas, las procesiones son manifestaciones de la fe del pueblo, que tienen con frecuencia connotaciones culturales capaces de despertar el sentimiento religioso de los fieles.

Actualmente también, y desde el punto de vista de la fe cristiana, las procesiones, como otros ejercicios de piedad, están expuestas a algunos riesgos y peligros: que prevalezcan las devociones sobre los sacramentos, quedando así relegados a un segundo lugar, y que las manifestaciones exteriores se superpongan también sobre las disposiciones interiores. También se corre el riesgo de considerar las procesiones como el momento culminante de una celebración o fiesta, o que se configure el cristianismo, a los ojos de los fieles que carecen de una instrucción adecuada, como una «religión de santos y procesiones». Se produciría así de modo casi inadvertido una degeneración de la misma procesión que, de testimonio de fe que es, acaba convirtiéndose en mero espectáculo o en un acto folclórico.

Y es que para que la procesión conserve su carácter genuino de manifestación de fe, es necesario que todos conozcamos su naturaleza, desde un punto de vista teológico, litúrgico y antropológico.

Desde el punto de vista teológico se deberá destacar que la procesión es un signo de la condición de la Iglesia, pueblo de Dios en camino que, con Cristo y detrás de Cristo, consciente de no tener en este mundo una morada permanente (cfr. Heb 13,14), marcha por los caminos de la ciudad terrena hacia la Jerusalén celestial; es también signo del testimonio de fe que la comunidad cristiana debe dar de su Señor, en medio de la sociedad civil; es signo, finalmente, de la tarea misionera de la Iglesia, que desde los comienzos, según el mandato del Señor (cfr. Mt 28,9-20), está en marcha para anunciar por las calles del mundo el evangelio de la salvación.

Desde el punto de vista litúrgico se deberán orientar las procesiones, incluso aquellas de carácter más popular, hacia la celebración de la liturgia, presentando el recorrido de iglesia a iglesia como camino de la comunidad que vive en el mundo hacia la comunidad que habita en el cielo; procurando que se desarrollen, a ser posible, con presidencia eclesiástica, para evitar manifestaciones irrespetuosas o degeneradas; estableciendo un momento inicial de oración, en el cual no falte la proclamación de la Palabra de Dios; valorando el canto, preferiblemente de salmos y las aportaciones de instrumentos musicales; sugiriendo llevar en las manos, durante el recorrido, cirios o lámparas encendidas; disponiendo las estaciones, que, al alternarse con los momentos de marcha, dan la imagen del camino de la vida; concluyendo la procesión con una oración doxológica a Dios, fuente de toda santidad, y con la bendición impartida por el obispo, presbítero o diácono.

Finalmente, desde un punto de vista antropológico, se deberá poner de manifiesto el significado de la procesión como «camino recorrido juntos», participando en el mismo clima de oración, unidos en el canto y dirigidos a la única meta, los fieles se sienten solidarios unos con otros, determinados a concretar en el camino de la vida los compromisos cristianos madurados en el recorrido procesional.

Son cuestiones que, a veces, en las cofradías se dan por hechas o aparecen como elementales, sabidas o intencionalmente aplicadas, pero que si son recordadas, vividas e interiorizadas harán madurar a las cofradías en el sentido de que toda manifestación pública de fe no sea guiada por una especie de inercia expansiva, de modo que siendo buena la expansión, lo sea desde la vida interior, no desde otros parámetros. Y esto lo deben asimilar lógicamente todos los cofrades, sobre todo quienes desde los diferentes cargos y oficios llevan la dirección y animación de cada cofradía.

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