Podemos poner a nuestra Semana Santa estéticamente a favor o en contra de este alto soto de torres | Foto aportada por el autor |
21 de mayo de 2015
Me invitan a escribir un artículo en este espacio de opinión donde la Semana Santa, normalmente salmantina, suele contar con la complicidad del pensamiento, la razón y la libre expresión, distanciada de militancias cofradieras y otras cerrazones.
Pasó tiempo suficiente desde la última celebración de la Semana pasional, siempre tan del gusto de los protagonistas mandamases, tan sentida por la mayoría de los participantes o tan indiferente para una parte muy estimable de la población. Cuando cesan los ecos de los últimos tambores, la trompetería de balances, encuentros y desencuentros, recuento de debes o haberes, y las calles más salmantinas retornan a su apacibilidad no exenta de cosquilleo estudiantil, suelo encontrarme un poco de "bajón", cada vez más. Me explico: En cada cuaresma, la espera, la preparación, se me abren esperanzas de asistir a una Semana verdaderamente única y grande donde la ciudad vibre al acorde de una misma pasión. Suceden fotografías, carteles, programas, triduos, quinarios, vía crucis con sus estaciones, más que el tren correo, pregones, los últimos con un realce que antes nunca tuvieron. Se palpa la cierta ansiedad, inquietud, cierta expectación. Siempre me alcanza esa onda optimista de esperanza. Después, simplemente, en mi ciudad, comienzan las procesiones…
Mi ciudad es una ciudad difícil para procesionar. Es lógico: no es sencillo estar a su altura. Cómo una marcha penitencial puede engrandecer la calle de la Compañía, cuando ya ella sola contiene una belleza que nos parece insuperable. Se me ocurre un supuesto de mínimos: no estropeándola. Así nos vamos quitando de lo cutre, que no tiene nada que ver con lo sencillo. Dejamos atrás lo que no ofrezca verdadero arte, lo que no pellizque el sentimiento, lo superfluo, lo impostado, lo que no arraigue en las mismas raíces que construyeron ese prodigio de calle, y así poco a poco nos iríamos desligando de lastres.
Por deformación de estar metido, involucrado, en eso tan ancestral y raro que llamamos arte, tengo esa tendencia a resaltar cuestiones aparentemente formales. Ya sé que la belleza es sólo una parte, si tan siquiera se acerca a lo más importante en esta religión donde el Cristo es el prójimo, el ecce homo, el más pobre, el más necesitado. Pero dentro de estas místicas, lo que me llega a tocar el alma suele encauzarse a través de un sentimiento estético, hasta el bien frecuentemente lo reduzco a eso mismo.
Pero sigamos en Compañía. Allí este año he visto subir el "stábat mater" de los estudiantes, Luz y Sabiduría, y me pareció casi perfecto. (Sólo faltaba, y mira que es importante, una multitud en impresionante silencio como si pasara el Gran Poder o el zamorano Cristo de la Buena Muerte. En Salamanca es difícil) Me sirve muy bien de ejemplo de Pasión salmantina por mí deseada. Unas imágenes, esculturas antiguas de gran mérito, en un paso austero y barroco, ordenada, genuina, original, arraigada, perfectamente acoplada a la ciudad que pisa, sin alharacas ni aspavientos. Y en este, mi mejor recuerdo de la Semana Santa que pasó (de otros me fío menos por mi militancia cofradiera subjetiva), aparece otro concepto más cercano, el que Kant definió como sublime, que amplía el de belleza hacia lo excelso, hacia lo misterioso, lo intenso, lo verdadero, lo comunicativo, aproximando su estética a lo que hoy entendemos como arte.
Hoy lo artístico no se puede apartar de ese concepto de verdad, al menos de verosimilitud. La verdad podría referirse a lo que históricamente entendemos como tal, esa tradición, a veces tan desdibujada. Lo verosímil busca en ese subconsciente perdido una salida de credibilidad, aunque sea inventando, o reinventando. Nunca plagiando, el plagio no atañe al arte, aunque triunfe más que los triunfitos de la tele o los programas del "Sálvame". Leía a Luciano G. Egido: "Los 'best sellers' no aportan nada a la literatura, no son originales". Hasta cuando se incorpora algo ajeno en el arte actual (algo tramposo digámoslo), eso que denominan apropiacionismo, siempre hay obligación de transformarlo en estilo personal.
Encabezo el artículo con esta bella foto nocturna de esta ciudad sublime. Apabullante. Podemos poner a nuestra Semana Santa estéticamente a favor o en contra de este alto soto de torres, que es lo mismo que decir tenemos que hacer creíble que nuestra Semana Santa salmantina es propia, pertenece, se equipara en calidad, en arte, se integra, corresponde…
Quizás una pequeña hermandad de estudiantes nos esté indicando por dónde empezar.
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