La Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz, por las naves de la Catedral Nueva | Foto: José Ángel Barbero |
07 de enero de 2016
A poco más de dos meses para que nuestra primera procesión haga acto de presencia en la calle, no sabemos por dónde asomará la Borriquilla, y es una pena que se pierda la estampa de la misma traspasando con lentitud la puerta que lleva el nombre más adecuado para ese día: "Puerta de Ramos". La nueva configuración de las taquillas de la Catedral dispuestas en el interior de dicha puerta llevará, si el Cabildo no lo impide, pues parece que tan solo de esta institución plenipotenciaria en asuntos catedralicios depende, a una auténtica revolución en las salidas y entradas de las cofradías que tienen su sede en la misma, así como de aquellas que en el transcurso de su desfile penitencial entran en ella. Y todo esto a poco más de dos meses de la Semana de Pasión.
No me voy a preguntar de quién es o no la culpa, pero sí que me preocupan las consecuencias, que ya se están palpando en el ambiente cofrade y que, además, desgraciadamente han saltado a los medios de comunicación con declaraciones muy poco afortunadas.
Si de verdad queremos que nuestra Catedral sea la Iglesia Madre de nuestra Diócesis, nos debe acoger a todos los que nos sentimos hijos de la misma y en especial a los que "viven" en ella todo el año, sin olvidar a los que frecuentemente vamos "de visita". Pero claro, si el diálogo no existe, difícilmente podremos sentirnos miembros de una misma familia. Si no me siento querido en mi casa, me están echando de la misma.
La prioridad absoluta que desde hace dos años se está dando en nuestra Catedral a la explotación turística está llegando a extremos impensables, como la apertura de la Puerta del Perdón en el Año de la Misericordia tan solo un día, para acceder desde el día siguiente directamente a la Capilla de San Clemente, recientemente habilitada para el culto diario, a través de un pasillo protegido por unos biombos opacos que impidan toda posible contemplación del templo catedralicio por si con las miradas furtivas se desgasta el trascoro. Todo esto, claro está, afecta a las cofradías.
¿Cómo se puede reconducir esta situación? Francamente no lo sé, pero así no vamos por buen camino. Urge que la Catedral, y su Cabildo como institución que la representa, piensen un poquito más en los hijos que tienen viviendo bajo su techo, con sus múltiples defectos y pecados, pero también con sus virtudes, que las tienen y muchas. Asimismo, los hijos tienen mucho que decir pastoralmente en su casa, pues como he dicho aportan fieles y devotos. Si en la Iglesia los laicos toman cada vez más protagonismo, así debe ser también en el primer templo diocesano, pero eso sí, laicos responsables y comprometidos que se pongan al servicio de la Iglesia para construir el Reino de Dios, y eso se hace día a día, no solo en Semana Santa.
Se deben tender puentes de diálogo donde se expongan las necesidades de las cofradías y del Cabildo y cómo se puede trabajar codo con codo para que de verdad nuestra Catedral sea el templo Madre de nuestra Diócesis, donde todos sean queridos como hijos que son y no correr el riesgo de despojarla por completo de vida pastoral para convertirla en lo que no es, un precioso museo.
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