La Borriquilla sale por la Puerta de Ramos en el inicio de la Semana Santa | Foto: Alfonso Barco |
29 de febrero de 2016
"Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y Él les dijo: Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos tratarán de entrar y no podrán" (Lucas, 13:23-24)
No es la puerta más grande del mundo, pero desde luego no es pequeña. Lo que es, ciertamente, es bonita como pocas. Lo es por la acertada mezcla de elementos góticos y renacentistas de Gil de Hontañón, a la que algunos años después la maestría del cantero Juan Rodríguez añadió el exquisito conjunto de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén sin ahorrar detalles (supongo que alguna vez habrá reparado en la elegante manera de hollar los mantos que tiene el burro y el genial guiño a Zaqueo subido al árbol, trasplantando aquí la anécdota de Jericó en una forma adelantada a su tiempo de conectar, seguramente, con el público infantil).
Por todo eso, o por nada de eso, quizá simplemente porque el salmantino es así y le gustan las costumbres, la Puerta de Ramos ha acabado por ser un pilar no sé si esencial pero sí relevante de la Semana Santa.
Lo es comenzando por su apertura para dar paso en la mañana del Domingo de Ramos a la entrañable procesión de la Hermandad de Jesús Amigo de los Niños, con el apoyo del resto de cofradías y congregaciones, y lo es los días siguientes en un puñado de actos que han ido calando de manera importante en los fieles de la ciudad.
Y ahí llegamos al meollo del asunto. Es de sobra sabido que en toda colectividad humana los roces, conflictos y problemas derivados de los a veces divergentes puntos de vista e intereses son inevitables. Cuando en los elementos de la ecuación introducimos una catedral y la Semana Santa, lo cierto es que cuesta un poco más entender algunas cosas.
En los últimos días del pasado mes de noviembre, el Cabildo de la Catedral de Salamanca decidía reorganizar la visita turística al interior del templo, cambiando la ubicación de las taquillas de entrada para restar impacto en la contemplación del excepcional conjunto arquitectónico (especialmente del bello recinto que conforma el trascoro) y a la vez para facilitar que los fieles que únicamente deseen acudir al templo por razones piadosas tengan una fácil entrada a la Capilla de la Misericordia.
La medida incluía el traslado de las taquillas al acceso desde la Puerta de Ramos y de inmediato en el seno de la Semana Santa, cofrades, amigos e interesados en general en esta manifestación religiosa y cultural, surgió la inquietud sobre si este cambio supondría una alteración en las procesiones que venían haciendo uso de esta puerta en sus procesiones.
Poco después el Cabildo notificó que efectivamente la puerta no sería practicable para esos fines durante esta próxima Semana Santa y emplazaba a las cofradías afectadas a hacer uso de la puerta del Crucero (con salida igualmente al atrio de la Plaza de Anaya) o de la del Obispo (situada junto al gran talud de la torre de campanas). Algunas cofradías se conformaron y decidieron adecuarse al cambio y otras, no tanto. Hasta el punto de remover Roma con Santiago (Salamanca con Valladolid, léase) hasta conseguir dar con la llave que hiciera al Cabildo dar marcha atrás en su medida.
Para la Real Cofradía Penitencial del Cristo Yacente de la Misericordia y la Agonía Redentora, cualquier opción que no fuera la Puerta de Ramos suponía una alteración injustificada de uno de sus actos señeros (y uno de los más hondos de la Semana Santa salmantina), su promesa del silencio al romper la medianoche.
Desde fuera, es fácil posicionarse con una u otra postura. Decir, por ejemplo, que qué más dará una puerta que otra si entre ellas hay menos de cincuenta pasos. Decir que las decisiones sobre la Catedral corresponden a su Cabildo y que este debe actuar como órgano libre e independiente. Pero también decir que donde hay un sentimiento, un emblema, un símbolo, no siempre hay que hablar de metros, entradas, finanzas.
El problema es que todo parte de un problema con dos hondas raíces. Por un lado, la todavía hoy controvertida decisión de implantar taquillas para entrar en la Catedral Nueva, algo que quizá vaya con los tiempos pero que sigue chirriando a salmantinos de muchas generaciones. Taquillas que son síntoma de una necesidad de ingresos (las necesidades de mantenimiento de un edificio de esas dimensiones son enormes) que cualquiera puede comprender aunque, eso sí, se eche en falta quizá algo más de flexibilidad. Al fin y al cabo tampoco sería una locura plantear que quienes lo deseen puedan recorrer libremente el templo durante la Semana Santa, acercándose a las imágenes montadas sobre sus pasos en una imagen inédita el resto del año.
La segunda raíz del problema es la relación no siempre suave entre la Catedral y las cofradías que la tienen como sede. Ni fueron informadas de este cambio de taquillas (y puertas) a priori ni, afirman miembros de distintas congregaciones, hay consulta o debate alguno a lo largo del año sobre cuestiones que les afectan directamente.
En una sociedad en la que, tal y como ha aseverado el Papa Francisco "el futuro de la Iglesia reclama participación de laicos más activa", hacer sentir a las cofradías como ese "vecino molesto" no parece una opción de la que ninguna de las partes pueda sacar algo en positivo.
Se abrirá la Puerta de Ramos y me alegro. Pero cuando vuelva a cerrarse estos otros problemas quedarán todavía pendientes de resolver. Podría ser un buen momento para esforzarse, todas las partes, por entrar por la estrecha puerta del diálogo.
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