Un cofrade de la Hermandad Universitaria, durante su procesión del Martes Santo | Foto: JMFC |
14 de abril de 2016
Algún amigote no entiende cómo puedo rechazar un balcón en plena carrera oficial de la Semana Santa de Sevilla. Menos aún comprende que no acceda a recorrer, sintiendo lo que allí se vive, de la mano de uno de los capillitas más prestigiosos y más entendidos en todo lo que tiene que ver con el mundo semanasantero de la ciudad hispalense. Sin embargo, parece ser que sí he de asimilar que los de allí no tengan interés en presenciar lo que hacemos por estas ciudades y pueblos castellanos y leoneses, bien porque el ambiente perfumado con el azahar ata con firmeza al Guadalquivir, o porque la imagen de turno obliga a permanecer gozando del terruño sevillano.
Pues con el mismo derecho y parecida explicación, este pobre y humilde poeta no puede alejarse de la ciudad que bendice con sus aguas el Tormes, porque en sentimientos, apegos y raíces no conozco lugar ni hogar que pueda sustituir lo que aquí con tanta suficiencia suele complacerme.
Como mucho suelo darme el capricho de moverme unos kilómetros, para satisfacer en Zamora o Valladolid mis colosales hambres semanasanteras. Eso sí, con el pertinente regreso que hace compaginar horarios para no perderme, bajo ninguna causa, al Señor de los Arrabales cuando baja por la Ribera del Puente, donde dicen las malas lenguas que Lázaro de Tormes aún husmea ensayando ingeniosas y sorprendentes picardías.
Por supuesto que me parece genial que la gente encuentre en Sevilla lo que en esta tierra es imposible que nazca, porque entre otras cosas, los filones de la mina charra solo pueden producir el carácter y el entronque cultural que marca a fuego las diferencias que, por razones obvias, han de darse para bien de todos, entre lugares y gentes distintas. Otra cosa es cuando nos traemos en el zurrón de las preferencias todo tipo de influjos y copiajes con la intención de calzarlos aquí, para hacer realidad fantasías y complacencias personales.
Y es que, un año más, la sensación agridulce que provoca esta Semana Santa, procesional y nuestra, es desalentadora. Más aún cuando lo tenemos absolutamente todo para realizar una puesta en escena señorial, envidiable y única. Algo falla cuando tienes la sensación de que la ciudad y sus calles están muy por encima de algunas actuaciones propias de un sainete o vodevil de poca monta.
Las filas de penitentes, que van alumbrando o con la cruz al hombro de forma digna y ejemplarizante, me han dejado la mejor de las impresiones. Este aspecto tan relevante se puede apreciar en casi todos los desfiles procesionales, y por ello debe ser destacado con orgullo.
El problema, el gran problema de esta Semana Santa, surge cuando algunos mandas o jefes de paso van por la calle como si estuviesen inmersos en una ensoñación que, por ridícula, menosprecia ese sentido penitencial que los cofrades (como decía anteriormente) guardan tan sigilosamente en las filas con el velón en sus manos.
Pero la apoteosis del patetismo más grotesco eleva al grado sumo la chorrada cuando surge el tonillo gangoso, cual grito de vocero vende cuerdas, para que el personal pueda enterarse de que la jerga sevillana trata de suplir, aquí, en la Salamanca de Nebrija, Francisco de Vitoria, Espronceda o Fray Luis, el acento castellano.
Lo peor ha sido cuando unos malagueños (esto es de nota) me decían, atónitos de espanto, que no podían comprender lo que estaban presenciando en esta Salamanca tan enaltecida por su cultura, cuando en Málaga se defiende con sobrada energía la idiosincrasia de su Semana Santa, frente a cualquier intento o influencia que pueda llegar de Sevilla.
Solo pude responder torciendo el gesto, haciéndome el tonto, cuando un responsable de paso, delante de nosotros y alzando la voz decía a los hermanos de carga que debía ausentarse para darle al fumeque. Los malagueños con un ataque de risa imparable no daban crédito a lo que estaban presenciando. El susodicho tomó las de baltasar de las bellotas para darle al humo, mientras el paso delante de nosotros quedaba en pausa.
En fin, que la cosa es tan clara y el despropósito tan ancho que solo nos queda esperar que alguien con los chiviruelos bien colocados de un golpe sobre la mesa de estos despropósitos para poner las cosas en su sitio, porque estas licencias sin sentido, como un tumor, deterioran el gran y memorable trabajo que realizan la práctica totalidad de hermanos mayores, juntas y cofrades.
Feliz Pascua para todos.
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