Detalle de las manos de Nuestro Padre Jesús Divino Redentor Rescatado | Fotografía: Pablo de la Peña |
14 de noviembre de 2016
Algo de historia
La comunidad de cristianos, la Iglesia, es una realidad viva y por eso durante siglos han nacido muchos modos y espacios para vivir la fe según los tiempos y necesidades. Y así a lo largo de dos mil años han aparecido grupos, y muchos han desaparecido cuando dejaron de ser necesarios, que de formas muy distintas buscaban una mayor fidelidad en la fe y una facilidad mayor para vivirla. Y así nacieron multitud de movimientos, comunidades, a veces sectas, agrupaciones, asociaciones de fieles cristianos que se unían para ayudarse como hermanos que caminan juntos en los pasos de la vida y de la fe.
Y así surgieron realidades eclesiales, tan distintas en modos y en alcance, desde la comunidad de Antioquía congregada por Tito o la de Corinto de Pablo en el s. I o los conventos del desierto del s. II o los miles de agrupaciones de todo tipo, clase y condición y las docenas de órdenes religiosas nacidas a lo largo de los siglos hasta Comunión y Liberación o el Opus o la Comunidad de San Egidio o las Conferencias de San Vicente o los Cursillos de Cristiandad o el Camino neocatecumenal o la Acción Católica y Manos Unidas ya en el siglo XX. Es lo que constataba el autor de la Primera Carta de Pedro: "Así también vosotros, como piedras vivas, os erigís como casa espiritual para vivir la fe" I Pe 2, 4.
Pues eso cada cofradía es, o debe ser ante todo, casa espiritual construida con las piedras vivas de los hermanos para vivir juntos los pasos de la vida, compartir la caridad y celebrar la fe. Y todo esto entre la fidelidad a un origen y a un "carisma", a un perfil, y la renovación que siempre exigirán una Iglesia viva y unos tiempos nuevos. Así nacieron también las cofradías en los siglos XI y XII y con ese espíritu, mejor o peor mantenido según tiempos y lugares, han seguido hasta hoy. Y casi siempre con alguna o algunas de estas tres solidaridades que dan título a esta reflexión.
Tres espacios de solidaridad
Me atrevo a decir, sin más pormenores de investigación, que las cofradías nacieron en España hace siglos ante tres necesidades de arropamiento que la gente sentía en tiempos de mucha desnudez y necesidad.
Por un lado las necesidades materiales. Y la cofradía nace como un "sindicato" (en la Grecia antigua los síndicos eran los "protectores" de los ciudadanos) de protección ante la intemperie de la vida en una población de mucha miseria, de mal presente y peor futuro. Por eso se asociaban en hermandades y cofradías, arropadas por la Iglesia y sus instituciones, para ayudarse mutuamente en necesidades puntuales y muy variadas que incorporaban en sus estatutos: el alimento necesario, la escuela para los niños, talleres para las niñas, carbón para el invierno, atención especial a viudas y huérfanos de los cofrades, defensa ante la rapacidad de nobles o caprichos de clérigos, afirmación gremial en defensa de derechos y encomiendas, etc…
Y por supuesto hoy esas necesidades siguen existiendo aunque sea en circunstancias muy diferentes. Y la cofradía puede ser hoy un espacio solidario de ayuda y defensa, de acompañamiento y de acogida. Y me parece a mí que en buena parte lo son, extendiendo ya hoy esa caridad solidaria a personas de fuera de la cofradía. Basta repasar las actividades de las cofradías en Salamanca para constatar esos pasos de amor y solidaridad.
Quizás veo esos pasos demasiado hacia adentro, como cosa suya y de cada cofradía y hasta con cierta ostentación, en vez de sumarse corporativamente y a las claras con las iniciativas que ya la Iglesia y la sociedad organizan en este campo desde Manos Unidas o Cáritas hasta Proyecto Hombre o ACC, por poner algún ejemplo. Cuanta menos dispersión más eficacia. Quizás es un paso que se está dando ya y que debe acelerarse porque los tiempos son duros para mucha gente de cerca y sobre todo de lejos. Y cada día importan más la calidad y la eficacia.
Un segundo campo de solidaridad muy frecuente en el origen y finalidad de las cofradías fue, y en algunas sigue siéndolo, la oración por los cofrades difuntos. En aquellos tiempos cuando la oración por los fallecidos era tan importante y decisiva, el no tener quien ruegue por un difunto era una señal extrema de abandono y miseria humana. Por eso surgía esa caridad solidaria y cristiana de la oración por los difuntos, para que a ningún cofrade le faltara esa gracia.
Escribo esto alrededor del Día de los Santos y del Recuerdo de los Difuntos y me recuerdo la importancia cristiana de esa memoria y de esta oración solidaria, afectiva y fiel que hoy ha olvidado buena parte de los creyentes cristianos. Por eso me parece perfectamente actual que las cofradías subrayen ese deber de orar por los difuntos y en los tiempos oportunos dediquen a esto actos y celebraciones. Que el abrazo fraternal que la cofradía es y supone alcance también a los que ya han muerto y siguen siendo hermanos cofrades desde la otra orilla de la vida. Por eso la cofradía se encargaba del entierro, nada fácil en tiempos medievales, y del acompañamiento en la ceremonia, de las misas aplicadas por su alma y del recuerdo mantenido y hecho oración a lo largo de los años. Era éste un lado débil de la persona pobre y la cofradía lo cubría amorosamente. No sé si hoy se mantiene en alguna cofradía, pero sería cuestión para plantear esta solidaridad hoy en términos nuevos y necesarios, sobre todo en la soledad inhóspita de la ciudad.
Y había un tercer campo de fraternidad solidaria: no eran menos duros los viejos tiempos de hace siglos que los de ahora para vivir la fe, mantener la práctica cristiana y adorar a Dios y amar a los hermanos. Por eso buscaban en la cofradía ese arropamiento religioso que no encontraban en la sociedad y a veces ni en la misma iglesia institucional. Y se asociaban para animarse en la fe, acompañarse en las prácticas religiosas y en la formación cristiana.
Y esto sí que es hoy necesario y hasta urgente. La intemperie es grande y la soledad del creyente como individuo es casi palpable; en esto tenemos una sociedad inhóspita, un ambiente general irrespirable y una opinión pública bien contraria. En estas circunstancias crecer en la fe, celebrarla y formarla no es nada fácil y roza lo imposible si no hay un acompañamiento de una parroquia, de una cofradía o de otra comunidad cristiana que apoye y acompañe.
Hoy, para mucha gente y especialmente para las personas, sobre todo jóvenes, que no se han integrado en algún camino parroquial o de alguna comunidad concreta, es la única vía segura para hacer el camino de la fe. Y la cofradía debe proporcionar a cada cofrade las ayudas y los espacios necesarios para verse y sentirse fortalecido y acompañado. En muchos caso la cofradía será la respiración vital que el cristiano necesita para seguir viviendo la fe y seguir existiendo como cristiano.
Por un lado me parece importante que esa experiencia vital la sienta y la agradezca cada cofrade, mirando su cofradía no como una circunstancia lateral y secundaria sino reconociéndola como espacio privilegiado y lleno de gracia para vivir la fe dentro de la Iglesia y en medio del mundo. Sin soberbia alguna, que no hay para tal cosa, pero con paz confiada y con recia fidelidad.
Campos de trabajo
Queda pergeñado, aunque solo sea a nivel de sugerencias y apuntes, el campo de trabajo de una cofradía, a años luz de cuestiones que a veces veo que ocupan y preocupan en reuniones y encuentros cofrades y se llevan la atención y el compromiso que debieran dedicarse a otros menesteres, por ejemplo la formación en la fe y en la vida, el camino sacramental del cofrade, la implicación social y caritativa de la cofradía, la participación en el camino común diocesano, el hermanamiento sincero y práctico con otras hermandades y cofradías y grupos o comunidades cristianas, la presencia mantenida no solo en ensayos de andas y en procesiones, sino en todos los actos del año que forman la estructura y el ser de la cofradía, etc., etc…
Por todo esto termino con dos humildes palabras por mi parte: una la felicitación a cada cofrade y a cada cofradía por ser y mantenerse, por vivir la fe y por crecer en ella en este tiempo y en esta ciudad; y la segunda es palabra de ánimo para mantener vivo y actualizado el espíritu del evangelio y de la cofradía y para ser fieles durante todo el año a estas tres solidaridades que me he permitido proponer como campos de trabajo de una cofradía en estos tiempos nuestros y en esta ciudad de Salamanca.
Solo me queda decir, ¡Amén! y enhorabuena.
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