Hermanos de fila de la Hermandad Dominicana en la mañana del Viernes Santo | Foto: ssantasalamanca.com |
10 de marzo de 2017
Quiero hacer un humilde canto a toda la cofradía, y en principio a cualquiera, pero con matices y variantes. Mi consideración se dirige sobre todo a los cofrades que pasan y acompañan, ellos son la cofradía que camina, que enseña su creencia y su fe; por eso los que van con cara descubierta "me llegan" más y mejor como integrantes de una procesión cristiana alentada por la fe y la devoción. Sin olvidar, por supuesto, a todos los demás que participan a su modo en la procesión desde el turiferario hasta el capellán pasando por el capataz o cualquier hermano de carga.
A todos ellos, pero especialmente a los que normalmente apenas figuran ni "intervienen" en los vaivenes de la cofradía, a los de tercera fila (que de hecho son los que en la procesión van en primera fila), a los que a veces apenas se les considera les dedico esta referencia a otra tercera fila que también se dio en aquellos acontecimientos que dieron origen a estos pasos y procesiones.
Personas de tercera fila en los relatos de la Pasión
1. El hombre del Cántaro
Él envió a dos discípulos, diciéndoles: "Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: 'El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?' Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena". Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Marcos 14:12-17
No es de este sitio hacer un acercamiento crítico a este personaje y a la escena que le rodea. Hay cierta complejidad en el texto y en el personaje con distintas opiniones sobre extremos y detalles. Aquí sólo subrayo algunos matices que nos interesan: un hombre sin nombre, ¡con un cántaro de agua por la calle! (cosa rara), con el oficio de guiar a los dos discípulos hasta el dueño de la casa, él es el que sale al encuentro de ellos, desaparece de la escena sin más… ¿Hay quien aparentemente dé menos? Sin embargo este hombre anónimo está cargado de sentido.
Ahí está él, a tiempo, en el lugar adecuado para ser encontrado, sin rodeos ni dificultades, hasta sin palabras. Me parece, al menos en algunos aspectos, símbolo del hermano cofrade silencioso, en el sitio exacto, con la actitud adecuada, en el momento necesario y en plena calle, sin nombre pero reconocible, con rigor en su participación para que se cumpla la compleja realidad total de una procesión.
Y algo de esta calidad en la presencia y en la participación se necesita en nuestras cofradías en las procesiones, antes de ellas durante el año y después de ellas durante el año siguiente. Ser cofrade es un lujo humano y cristiano pero si no se trabaja no vale un peine, diría yo a lo claro.
¡Nos quedamos con el hombre del cántaro de agua!
Era un trabajo extra, aparte de su oficio habitual que sería de servidores domésticos para todo. Ese día era excepcional, porque además de la Cena de Pascua (y no había cosa más grande) llegaban a la casa invitados muy especiales y numerosos. Iba a haber mucho trabajo y tenían que hacerlo a la perfección, hasta el punto de que el jefe de servicio les había obligado a ensayar algunos gestos y movimientos para una buena atención a la mesa. Era la Cena de Pascua y la presidía, eso les habían dicho, el Maestro de Galilea que estaba a punto de llegar a la ciudad. Estaban bien preparados, pero algo nerviosos.
Lo anterior no está atestiguado, pero es más que probable y sobre todo nos vale de buena referencia para cualquier participante en una procesión o en los demás actos de una cofradía cristiana.
Estos tres servidores les recuerdan a todos los cofrades esa sensación de cosa importante: la Pascua que viene y las procesiones que la preceden; la dignidad de lo que se prepara, se hace y se celebra; las personas a las que definitivamente se dirige nuestro servicio, desde el Señor mismo hasta María su madre; la calidad que se espera en la participación porque en las cosas de más dificultad hay ensayos y consignas repetidas; la disponibilidad y prontitud para cualquier emergencia o necesidad que surja; rigor, respeto y calidad en todo, etc…
¡Nos quedamos con los tres servidores de la Cena!
Recoger las sobras que se aprovecharían cuidadosamente, retirar y lavar cuencos y bandejas, levantar los manteles y llevarlos al lavadero de abajo, quitar cojines y alfombras del suelo que era quizás el trabajo que requería mayor esfuerzo porque había que limpiarlas y orearlas y enrollarlas cuidadosamente, desmontar y recoger mesas y taburetes, guardar candelabros y colgaduras después de revisar bien cada cosa, y finalmente barrer y fregar el piso de losetas a conciencia, etc… Era un trabajo largo y oscuro que, pasada la cena y la fiesta, nadie iba a agradecer.
De esto hay mucho en una cofradía y en cada procesión. Y ya es sabido que la mayor parte se desentiende de todo una vez acabada la procesión y no pocas veces son los mismos, o las mismas, de siempre los que se quedan para limpiar y recoger. Sin ellos el orden, las pérdidas y el descontrol estarían servidos.
Las más de las veces ni siquiera figuran, no tienen un cargo especial y hacen su trabajo porque ese espíritu de servicio cofrade le sale del alma y del cuerpo. Por eso sin nombramientos ni cargo lo hacen y ya está. Y además lo hacen a tiempo y a conciencia.
¡Nos quedamos con las tres siervas que limpiaron y recogieron todo al final!
No hay más datos, solo esto: "Fueron a una finca, que llaman Getsemaní". Marcos 14, 32-36. Lucas añade "como de costumbre". Podía ser un huerto o probablemente una finca, que es algo más. Incluso caben teorías y posibilidades que no son de este momento.
Era un propietario que al parecer dejaba su finca, al lado de la ciudad y con todas las ventajas del retiro asegurado, para que Jesús fuera allí a buscar paz y silencio, espacio fácil de oración y lugar cómodo para hablar con tranquilidad con su grupo de amigos y discípulos. Era un favor fácil para él y grande para Jesús y su gente.
Hay mucha gente así, te dejan su coche o su piscina, su tiempo o su don de consejo o cien euros. Lo que sea. Es tener cosas muy diversas como propietario, pero a la vez tenerlas para ofrecerlas y compartirlas como buen servicio a otros.
La cofradía, su nombre mismo lo indica, es una hermandad en la que cada uno ofrece y comparte lo que puede valer a otros y al común. Y en esto ya se sabe, habrá cofrades que sólo van a recibir y a sacar algo; asisten cuando se puede sacar alguna ventajilla o ganancia, la que sea, desde una estampa hasta un puesto bajo el paso y desaparecen cuando hay que poner tiempo, trabajo o espíritu. Pasa en todos los grupos, pero diría yo que en las cofradías es un mal muy generalizado; basta con comprobar el número de cofrades que asisten a un ejercicio de penitencia o a un retiro o a una conferencia y la multitud que se agolpa a codazos aunque sólo sea por un clavel del paso.
¡Qué hermoso espacio es una cofradía para ofrecer, poner a disposición y compartir las cosas, bienes, convicciones cristianas o habilidades que cada uno tiene! Por eso, y para eso, se llama cofradía y hermandad.
¡Nos quedamos con el amo de la finca!
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