miércoles, 15 de noviembre de 2017

Ante el convento de Santa Isabel

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Abraham Coco

El Cristo de la Agonía Redentora, ante las religiosas del convento de Santa Isabel | Fotografía: Óscar García

15 de noviembre de 2017

Somos la gente quienes construimos la Semana Santa procesional. Diferentes generaciones de cofrades preservamos esta fiesta durante el puñado de años que pasamos vivos y en los que, de manera circunstancial, coincidimos en ella. La mejoramos, la mantenemos, la empeoramos, la inventamos, la reinventamos, la cuidamos, la maltratamos, la encasillamos, la arriesgamos, la matamos, la resucitamos, la disfrutamos, la aborrecemos. Así la vamos celebrando, año a año, amoldada a gustos, inercias y circunstancias que pasarán. Algunas pasaron hace tanto que ni las recordamos. Lo que hoy nos parece esencial, mañana será accesorio.

Pero es inevitable que la tristeza nos invada cuando en ella perdemos simbólicos instantes, gestos fugaces que la hacen tan hermosa. Uno de los de mayor belleza en la Semana Santa de Salamanca de las tres últimas décadas se producía en la madrugada del Jueves Santo, cuando el Cristo de la Agonía Redentora volvía por unos minutos a su casa en el reencuentro anual con las Madres Isabeles.

La hermandad, que desde 1988 incluyó en su itinerario está emotiva parada, realizaba un esfuerzo al rebasar los límites del callejero cofrade más recurrente para hollar el monasterio en cuya sacristía un día pendió el Crucificado. Esa voluntad compensaba incluso el incómodo recorrido de regreso a la Catedral Nueva por calles donde el alcohol se despacha mejor que el incienso, aunque también quizá eso sea periferia.

Del muestrario de aspectos que singularizaban la procesión de la Cofradía del Cristo de la Agonía Redentora, ese santiamén ante el convento de Santa Isabel, cuando la devoción rompía la clausura, era uno de los más sobresalientes. Contábamos con que el paso del tiempo nos terminaría por privar de ese momento, pues la sequía vocacional también se manifiesta de esta forma. Pero no pensábamos que fuera a suceder tan pronto, sin ni siquiera tiempo para la despedida. Al inventario de ausencias se incorpora ahora la emotiva relación que edificó una procesión.


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