Fernando Mayoral, con el boceto del Cristo de la Humildad de la Hermandad Franciscana | Foto: Pablo de la Peña |
01 de diciembre de 2017
El barro, en manos predilectas que el dios del arte bendice, toma forma, mientras se abre en canal el gozo de una de las vivencias más interesantes que se puedan disfrutar. El volumen se expande acaparando espacios y ritmos artísticos que solo el escultor puede mutar, mientras surge un latido de experiencia trascendente; una abstracción única para tocar de nuevo el cosmos del arte, donde solo unas manos privilegiadas, como las de Fernando Mayoral, pueden abrir el don creativo que modela alientos nuevos de vida…
Cuando nos situamos ante la obra artística, que sin trampa alguna te deja ver ese lenguaje universal y único que nos atrapa en la emoción cercana y profunda, queda en evidencia la cualidad inconfundible del artista, que nació para erigir como fuente de existencia la creatividad única e irrepetible.
Huyendo del apego personal que lentamente me ha ido uniendo a esa imagen del Cristo de la Humildad, he de reseñar que ha sido un privilegio vivir, durante estos interminables meses, esa trasformación lenta, pausada, con ceremonias de silencio y diálogos entre Mayoral y la incipiente imagen que ya desde el principio marcaba la idea, un sueño que ya podemos tocar con las manos del corazón y abrazarnos a él hasta sentir en lo más profundo del alma la suavidad de su pulso.
Es verdad que se nos ha hecho interminable la minuciosa indagación que Fernando Mayoral ha llevado a cabo durante meses, cual si fuera un estudiante que todavía a sus ochenta y tantas primaveras quisiera encontrar el descubrimiento del rasgo anatómico único y perfecto para dar el golpe exacto. Su mirada, puesta quizás en Miguel Ángel y la esperanza abierta al futuro que lo sobrevivirá en la materia, por los siglos de los siglos, entre esos olores a ceras, que en las calles salmantinas besarán a su paso los pies cansados de tanto camino.
Fernando Mayoral, con cuatro medallones en nuestra Plaza Mayor, una decena de las más importantes esculturas que el pasado siglo dejó en nuestras calles y un buen número de imágenes distribuidas por esos mundos de Dios, estaba sometido en esta ciudad a una gran injusticia. Mientras en nuestra Semana Santa no tenía ni una sola imagen, en la querida y cercana Zamora varias de sus tallas han contribuido sin duda al engrandecimiento de la Pasión que, junto al Duero, sabe cuidar a los suyos mejor, mucho mejor que lo hacemos nosotros por estos pagos.
Pero lo importante es que Mayoral ha renacido de tal forma en su ilusión, que el Cristo de la Humildad va a ser una de las grandes referencias de su dilatada carrera como escultor. Ha sido sorprendente comprobar a su lado la fuerza que de forma misteriosa lo ha ido abrazando mientras acometía esta obra que lleva el ADN del artista de gran formato, al que se une como valor añadido toda la experiencia acumulada durante muchos años de imparable desasosiego, en pos de una obra que lo perpetuará en el Olimpo del arte.
No podíamos suponer hace un año que por expreso deseo suyo vendría desde Jerusalén fray Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa, para bendecir la imagen que será cedida a esta ciudad que la acogerá en el imparable besar de los tiempos.
El Cristo llevará en su cruz las reliquias del Calvario y del Santo Sepulcro, que fueron entregadas por el Custodio de Tierra Santa hace unos meses a la Hermandad Franciscana en Jerusalén, para sellar simbólicamente con los lacres franciscanos el abrazo de cercanía con esos parientes nuestros en la fe que sufren por aquellas tierras, en estos momentos, nuestra apatía.
Un Cristo que, en la ilusión de estos pretéritos tiempos de la Hermandad Franciscana, imaginamos viajando, no sabemos en qué añada, a Tierra Santa, para que allí en cualquiera de los museos franciscanos pueda contemplarse…
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