miércoles, 11 de abril de 2018

Semana Santa y variedad del mundo

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Paco Gómez

Preparativos para la procesión de la Hermandad del Amor y de la Paz en la iglesia nueva del Arrabal | Foto: Alfonso Barco

11 de abril de 2018

"Y le preguntó: ¿cuál es tu nombre? Le respondió diciendo: mi nombre es Legión, porque somos muchos"
(San Marcos 5,9)

Quizá hayan escuchado en algún promocional que fueron algo así como cuarenta horas al pie del cañón, alguna más detrás de las cámaras, al teléfono, cuadrando varios círculos a la vez, en la calle, en alguna conversación nocherniega, cálida y reparadora pese a ese frío que a ciertas horas muerde las aceras. En fin, un tiempo que, aunque solo sea medido al peso, da una cierta perspectiva para hacer un balance de lo vivido en una Semana Santa que todavía tenemos viva en la retina, las sienes y el oído.

Como balances ha habido muchos ya a estas alturas, la única manera de intentar sumar algún ángulo nuevo al asunto es precisamente mirarse adentro. Es lo que me dispongo a hacer en las próximas líneas. Y, sin ánimo de provocar, lo haré dando la vuelta a la cita del encabezado.

Vean. Solo tomando la parte (la visión que queda recogida en los especiales televisivos durante la semana) por el todo (la Semana Santa) uno puede sacar una conclusión por encima de cualquier otra: el mundo cofrade es legión. Y no en el sentido demonológico del término, sino en el otro, en el de amalgama variopinta y diversa. Un fenómeno que yo me permito considerar como muy positivo: no sé de qué otra forma se puede valorar un universo, una experiencia, una espiritualidad o una manifestación cultural que reúne en torno a sí a parroquianos de tan distintas sensibilidades, estirpes, procedencias, intereses y modos de vivir.

Me quedo con la riqueza de un mundo que es capaz de poner manos a la obra a un escultor casi nonagenario, capaz de sacar del barro, todavía y a estas alturas del cuento, un Cristo nuevo. Un crucificado que va a pasear cada Semana Santa por las calles más humildes y apagadas del barrio antiguo, en un impactante diálogo con las sombras. Mayoral suele decir que en el fondo todo escultor español lleva agazapado en sus entrañas a un imaginero. Así que podríamos considerar que su presencia en este reparto no es del todo sorprendente. Pero, claro, hay mucho más. De entre lo vivido esta semana me quedo con el susurro emocionado, conteniendo las lágrimas a duras penas, de Miguel Elías, uno de nuestros grandes pintores, mientras salía por la Puerta del Obispo Nuestra Señora de la Soledad. O el brillo especial, hiperrealista, en la mirada de José Ángel Nava cuando describe lo que siente ante María Santísima de la Caridad y del Consuelo. Un brillo de oro. Del que empieza y tiene ante sí todo el futuro por delante.

¿Y ver salir de debajo de ese palio en un relevo, con su costal armado, a Víctor Sánchez, el que nos grita los sábados por la tarde en Würzburg que ha sido canasta triple de Silvia Domínguez y hay que celebrarlo como se merece? ¿Y ver al rector de la Universidad de Salamanca aguardar humildemente con su vela encendida a la puerta del Estudio a que lleguen el Cristo de la Luz y Nuestra Señora de la Sabiduría y luego acompañarlos Salamanca adelante?

Ver a profesores, historiadores, biólogos, gente de ciencia, inclinarse ante el misterio inmarcesible. Ver al estudiante. Al humilde, al trabajador, al que se habrá levantado a las cinco de la mañana y alargará la noche porque es día de procesión. Ver los dos pares de pies descalzos que guían los pasos de Jesús del Via Crucis. Ver al mecánico que lleva cuarenta años soportando los sinsabores que a veces envuelven a la esperanza y que, afirma, este será su último año (como lo fue el anterior, y el anterior, y el anterior).

Ver al sindicalista, al socialista. Al diputado y al procurador del PP. A los periodistas. A las periodistas cofrades. A quien hace kilómetros y kilómetros y empaqueta los días en un ejercicio cabalístico para poder estar unas pocas horas de procesión. Ver a quien reúne todas sus fuerzas y se asoma al balcón.

No me dirán que no es ver al mundo. Con tantas cosas buenas y alguna, claro, no tanto. A veces contradictorio como un cuadro de El Bosco. Pero un mundo que tiene su fuerza en su condición de legión, no por no tener el diablo dentro (salvo que habláramos del diablo cofrade, en un oxímoron que imagino inaceptable), sino por su inmensa diversidad, donde al fin y al cabo reside su fuerza.

No es la única, pero yo diría que es la principal lección que me llevo de estos días y querría compartirla invitándoles a pensar. Cuando el mundo cofrade se quita etiquetas, deja atrás todo lo que nos divide en el mundo se convierte en algo único, con todas las condiciones para seguir creciendo y ensanchándose. Que buena falta hace.


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