Procesión del Cristo de los Milagros por Canalejas en su festividad el Domingo de la Ascensión | Foto: Heliodoro Ordás |
20 de junio de 2018
Las devociones a Cristo crucificado se multiplican mucho más allá de la cuaresma y Semana Santa. Al cumplir la octava de la Pascua Alaraz ya festeja al Cristo del Monte y, sin terminar el tiempo de la Pascua, en la capital salmantina miles de devotos imploran ante el Cristo de los Milagros su intercesión. Son los anticipos del montón de festejos y romerías que machaconamente salpican el paisaje de la charrería durante lo que queda de primavera, todo el verano e incluso hasta el otoño antes del adviento. El Cristo de la Luz en el Zarzoso, Cabrera en las Veguillas, el Humilladero peñarandino u Hornillos de Arabayona, son los ejemplos más conocidos.
El carácter de estas celebraciones, como no podía ser de otra manera, huye de lo trágico. El drama de la muerte y su sentido expiatorio quedan para el tiempo de la penitencia. Después, el Cristo crucificado se torna glorioso. El análisis racional, exclusivamente racional, nos llevaría a denunciar la incongruencia de las fiestas populares centradas en cualquiera de estas advocaciones, las de Salamanca y las de toda España y buena parte del orbe católico. Exhibir la imagen de un hombre muerto, cosido con clavos al madero de la cruz, lacerado y humillado, con toda la repulsión que ello causa, no es plato de gusto. Pero esa fue la realidad del Calvario, la que ganó la redención. Y es bueno recordarla, y sentir esa com-pasión que lleva a la penitencia, siempre bien entendida, que permite unir el dolor del Hombre al de cada hombre, según aseguraba Felipe, el poeta de Tábara.
El contexto de la cuaresma, como tiempo preparatorio, y el de la Semana Santa, sirve para enmarcar con cierta lógica la celebración de la muerte del Cristo. Pero una vez que nos salimos de él, la Teología, la razón y hasta la Pastoral lo tienen complicado para dar explicaciones convincentes. Mucho más cuando se celebra en medio de fiestas que trascienden más bien poco. Solo el diálogo con la Antropología, que también es una disciplina racional aunque sirva en ocasiones para explicar lo irracional, nos permite dar sentido a estas aparentes incongruencias. Y es que el misterio de la cruz no puede estar relegado exclusivamente al tiempo específico que viste liturgias y paraliturgias de morado. Puede y debe prolongarse durante la Pascua y el tiempo ordinario, para festejar al Cristo redivivo que venció la muerte y abrió las puertas de la gloria. Y esta prolongación de la Pascua, que celebra a medio camino entre lo sagrado y lo profano, no tiene por qué ser mala siempre y cuando no degenere en excesos o aberraciones. Son momentos, también oportunos, para la alegría compartida en presencia, por qué no, de la imagen y presencia de Cristo crucificado y glorioso.
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