Jesús Rescatado, en su salida de la parroquia de San Pablo, bajo los sones del himno nacional | Foto: Pablo de la Peña |
08 de junio de 2018
"Mi reino no es de este mundo" (Juan 18, 36)
Decir que el mundo está en permanente evolución es, por obvio, bastante superfluo. Pero también es cierto que hay momentos en los que los cambios son más evidentes. Hay épocas en las que las transformaciones son casi inapreciables por lo lento y otras en las que todo sucede a ritmo de vértigo. Creo que estamos metidos de lleno en la segunda de las opciones: un momento en el que todo lo que valía ayer ya no vale tanto y en el que hay que empezar a reformularse determinadas convenciones.
La toma de posesión del nuevo presidente del Gobierno ha estado marcada por el inevitable revuelo que acompaña a lo nuevo. Circunstancias inéditas, éxito inédito de esa herramienta parlamentaria que más parecía hecha para reforzar al Gobierno que para tumbarlo, en fin: la toma de posesión sin crucifijo. Ahí quería yo llegar.
No sé la intención con la que se decidió obviar este elemento que históricamente había acompañado a los presidentes del Gobierno, pero me parece sin duda un acierto. Tanto es así que me atrevo a vaticinar que será raro que la toma de posesión de cualquier futuro presidente recupere este símbolo.
Son pasos, creo que necesarios, en pos de una separación que debe empezar a subrayarse entre la Iglesia y el Estado. Entre la esfera que libremente manifestamos y compartimos las personas que tenemos una determinada fe religiosa, y las cuestiones propias del gobierno de lo que es de todos y debe ser para todos.
Es decir, aunque Dios esté en todas partes, hay determinadas cosas en las que es mejor no meter a Dios. Yo no espero de ningún dirigente que acuda a los actos religiosos que le marque la tradición, que sea devoto o que vaya todos los domingos a misa o que realice puntualmente las cinco oraciones diarias del Islam. No lo espero porque eso, al fin y al cabo siempre sospecha de mera fachada, no lo va a hacer mejor o peor representante público. Mejor espero que actúe honradamente, que piense en el bien común y que crea en lo que crea, si es posible, aplique los criterios de justicia social que, esa es nuestra suerte, nos marca el Evangelio pero también el más mínimo sentido de humanidad universal.
¿Digo que un cargo público no pueda hacer manifestación de su fe religiosa? No. Digo que lo haga como persona, como usted o como yo, a pie de calle. Que, mejor, se deje la medalla, la corona o el fajín en casa. Porque lo otro, por muy sincero que pueda ser, tiene un riesgo de tramoya de cartón-piedra que despierta mis suspicacias.
Y ya que llegamos al asunto militar, hay un aspecto de la Semana Santa que me viene inquietando desde hace mucho: el recibimiento con el himno nacional a las sagradas imágenes cuando salen en procesión de los templos.
Yo sé que es una tradición muy arraigada en determinadas procesiones (no solo penitenciales, sino glorias, romerías…), pero me parece también que es hora de empezar a dejar el himno para las cuestiones que marca el Real Decreto que lo regula y centrarse en otros acompañamientos, tan solemnes o más, para nuestras salidas procesionales.
Al fin y al cabo, si Jesús y María en sus infinitas advocaciones son reyes (este es el argumento que se suele mantener para hacer sonar el himno y rendir honores con el arma), lo son de nuestros corazones, no de la tierra que torpemente hollamos. Y, ya se sabe, su Reino nunca fue de este mundo, aunque en él transcurran nuestras humanas acciones.
A lo mejor estoy muy solo en esto, es posible. Quiero dejar claro que no es ni que no quiera a mi país, ni que no respete sus símbolos o sus fuerzas armadas. No es nada de eso. Solo es que no quiero pensar en un Jesús capitán general de nada, sino en un carpintero cuyo mensaje, de paz, no entiende de fronteras ni de símbolos interesadamente manoseados.
Aunque cada uno puede vivir la fe y manifestaciones como la Semana Santa desde la perspectiva en la que se sienta más cómo –y he defendido muchas veces que esta es precisamente su gran fuerza y grandeza– , yo me niego a encerrar el ámbito de mayor trascendencia y espiritualidad en los límites mundanos de un himno y una bandera. Lo siento.
Estimado J.Fernando arropo con tus palabras en total acuerdo,todo lo que sea politica es y sera un la lastre para la igesia no obstante nada debe ofendernos si un cargo publico bautizado decide dejar el crucifijo sobre la mesa a la hora de jurar el cargo ya que algun diaalguien por ejemplo que sea de religion islamica tal vez decida jurarlo por el coran y debemos verlo como algo es decir un presidente no debe inmponer su religion porque gobierna para todos pero en mi opinion alguien que respeta su fe sin muedo ni verguenza demuestra tener personalidad por lo cual me parece tan normal jurar sin crucifijo como jurar sin el o jurar con el coran si se diera el caso.
ResponderEliminar