miércoles, 17 de octubre de 2018

Ordinariamente extraordinario

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Daniel Cuesta SJ


17 de octubre de 2018

Hace un tiempo, en alguna clase o formación, alguien nos recordaba a los jóvenes jesuitas que, pese a lo interesante, trascendental y atrayente que encierra todo acto extraordinario, la mayoría de nuestra vida nos la jugamos en la vida ordinaria. Y así, algunas personas viven poniendo el acento en la vida cotidiana (que les ayuda a diferenciar y llenar de plenitud los eventos extraordinarios), mientras que otros somos mas de vivir nuestra vida ordinaria como antesala, intermedio o preparación de los actos extraordinarios.

Sin embargo, nuestro mundo y nuestra sociedad han cambiado mucho en este sentido en las últimas décadas. Hace años, hacía falta esperar a que una orquesta o al menos un músico visitara una ciudad para poder escuchar una determinada canción o composición musical. Después, era necesario estar atentos a la radio, para coincidir con el momento en que sonaba nuestra música favorita. Hoy, simplemente hace falta teclear su nombre en Youtube y tendremos delante todas las versiones posibles de nuestras canciones. Por poner un ejemplo más cercano a nosotros, creo que muchos recordaremos que hace no muchos años, para ver una procesión de Semana Santa había que esperar o a que esta saliera a la calle, o bien tener una grabación en VHS de su emisión por la televisión. Después, fueron los vídeos y reportajes los que nos permitieron recrear nuestras procesiones durante el año, con sus imágenes que veíamos una y otra vez en nuestras casas. Hoy, sin embargo, esta realidad ha dado un giro radical, y así podemos escuchar nuestras marchas procesionales favoritas, sin tener que esperar como antes a que se diera la casualidad de que una banda las tocase al pasar por delante de nosotros. Y, del mismo modo, podemos vivir y revivir todas y cada una de las procesiones que estén teniendo lugar en ese mismo instante, o se hayan celebrado en cualquier rincón de nuestro país o de nuestro mundo.

Teniendo todo ello una parte positiva innegable (de las que todos los capillitas disfrutamos y nos beneficiamos), yo a veces me pregunto si con ello no habremos perdido el sentido o la entraña de lo que significa un rito. Si el tener acceso instantáneo a todas las procesiones existentes no nos ha hecho perder el encanto de la vivencia en primera persona y del relato apasionado de aquel que nos relata en primera persona aquello que nosotros todavía no conocemos. Si el conocer las grandezas de otras tierras nos impide valorar lo peculiar y escondido la sencillez de las nuestras. Si, en definitiva, hemos perdido la capacidad de esperar con ansiada paciencia a que acontezca aquello que cada año tiene lugar como siempre y como nunca.

Creo que el conocido texto de El Principito en el que Antoine de Saint-Exupery, con la excusa del encuentro entre su protagonista y el zorro, nos explica lo que es un rito, puede iluminar el temor al que estoy tratando de referirme en estas líneas:

Hubiese sido mejor regresar a la misma hora –dijo el zorro.– Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; descubriré el precio de la felicidad. Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Es bueno que haya ritos.

- ¿Qué es un rito? – dijo el Principito.

- Es algo también demasiado olvidado –dijo el zorro.– Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas. Mis cazadores, por ejemplo, tienen un rito. El jueves bailan con las jóvenes del pueblo. Entonces el jueves es un día maravilloso. Me voy a pasear hasta la viña. Si los cazadores bailaran en cualquier momento, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

Como se intuye, en el fondo me pregunto si la multiplicación de procesiones y eventos extraordinarios (a veces con fundamento y lógica, y otras rozando el sinsentido), no será consecuencia de toda esta realidad social que estamos viviendo. Si todas las procesiones extraordinarias que se celebran en nuestro país no serán más bien fruto de una sociedad que ha perdido su capacidad de saber esperar y vivir la vida cotidiana que en el fondo es la única con la capacidad de hacer especiales a los acontecimientos extraordinarios.


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