miércoles, 12 de diciembre de 2018

Navidad de neón

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Isabel Bernardo

Solo este Niño Jesús adquirido en un almacén de objetos deteriorados y restaurado después adornará este año la casa de la autora

10 de diciembre de 2018

Ya arde en las calles de la ciudad la Navidad de neón. Aunque hace más de un mes que los comercios encendieron las guirnaldas en sus estantes y escaparates. Cada año más Papás Noeles y menos Niños. Hay tiendas que ni un Jesusín siquiera. Daría igual que fuera muy chiquito o de plástico. Pero nada de nada. Todo lo acapara ese señor vestido de rojo con un saco a las costillas. Tiene pinta de simpático y trae regalos, eso sí, pero poco o nada tiene que ver con nosotros. Pero ¿quién puede explicar esto a los niños de hoy, hijos de una era mercantilista atroz, donde el valor de las cosas, de la familia, del profesor… y hasta del más allá, es tan efímero, frívolo y relativo?

Cuando los sueños están casi al ras de la mano, dejan de ser sueños. No hay más que ver cómo están los contenedores el día de Navidad y siguientes. Un acopio gigante de cajas de cartón y algo más de un juguete recién estrenado y roto salpicando las aceras. A los niños de hoy la ilusión les dura un instante fugaz en la redondez de sus ojos. La Navidad se ha trivializado y no es más que un periodo vacacional y absurdamente comercial, que solo parece valer para andar de parranda y vaciar de perras los bolsillos. El Niño Dios comienza a ser incómodo y políticamente incorrecto. ¿Para qué exponer un recién nacido desnudo sobre un puñado de paja que nos interroga desde la sencillez y la humildad, cuando existen barrigones felices y mofletudos que nos campanillean desde sus puertas de forma mucho más complaciente?

Quienes apostamos por otra forma de hacer Navidad, tenemos la obligación de hacer algo. Un pequeño gesto siquiera. A primeros de noviembre compré un Niño Jesús en la sección de un almacén que tenía en un rincón objetos deteriorados a precio de saldo. El pobre tenía agujeros por todo su cuerpo. Como si le hubiera acertado de lleno toda esa metralla que se ha lanzado contra los cristianos del mundo. Por dieciséis euros me lo llevé a casa. Hubo quien se asustó al verlo. No sé si por sus mutilaciones múltiples o por la metáfora suplicante que yo les puse ante los ojos. Días después mi Niño estaba completamente restaurado y sobre una enorme cuna de madera vieja que acolchamos con paja fresca. Unos y otros me ayudaron. Desde ese día el Niño guarda mi puerta junto al jardín donde caen todas las noches y todos los misterios de las estrellas. Ningún objeto más este año adornará la Navidad de mi casa. Es una forma de rebelarme frente a esta otra Navidad de Neón que no hace sino alejarse, alejarse, alejarse… del corazón y de Dios.


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