Un penitente arrastra pesadas cadenas en la subida del Camino de las Aguas | Fotografía: Manuel López Martín |
31 de mayo de 2019
En esta época en la que se nos va llegando el verano, a trompicones y casi sin querer, suelo tener la sensación de que los tiempos se relajan, de que las cosas van más al ralentí y que miro a lo que me rodea con ojos más amables. Será la primavera.
Pues bien, es en estos tiempos, en los que la Semana Santa activa, esa que se acaba de recoger de las calles aunque aún ande lavando túnicas y capirotes antes de meterlos en el arcón, comienza un periodo de hibernación en el que, como las osas preñadas, se esconderá en su gruta hasta el momento de salir de nuevo a las calles y dar testimonio de cofradía. Es como si las alergias primaverales tapasen al cofrade que todos llevamos dentro –aunque en nuestro fuero interno sigamos creyendo y sintiéndonos como si los días santos fuesen todo el año– y dedicamos nuestra atención a actividades que poco tienen que ver con todo esto. El fin de la liga, la Feria de Abril, las corridas de San Isidro o el Festival de las Artes de Castilla y León (este es FÀCYL), ocupan espacios que hasta hace nada estaban dedicados a salidas, pasos, hermandades, procesiones, imágenes y ensayos. Y así,… todo va. Bien. ¡Bien!
Seguro que llevados por esta corriente, en Prosperidad (barrio salmantino en el que hay de todo, que no quiero caer en tópicos) hace tiempo que arrinconaron el Domingo de Ramos y esa procesión de un Perdón que todos adjudicamos al barrio, aunque no sé qué piensa –sinceramente– el barrio de ella, ha sido reemplazada por un ponerse algunos en la calle a protestar, por un salir en defensa de argumentos poco solidarios (si no sectarios), por oponerse a la labor social de quienes dejan su vida en esta labor, por criticar lo que apenas tiene crítica, por señalar a los que se saben señalados desde el mismo momento en que equivocaron su decisión y decidieron (o les hicimos decidir) que siempre es más cómodo bajar al infierno aunque sean conscientes de que, como al Pinocchio de Collodi, les estén saliendo orejas de burro y los rebuznos salgan por su boca mientras disfrutan de la feria que ponemos para ellos.
Algunos en Prosperidad, solidarios setenteros, siguen prefiriendo que Pinocchio y sus colegas continúen en aquella Isla de los Juegos en la que todos vicios están al alcance de la mano, mientras ven cómo a esos chavales, que podrían ser uno de nosotros, les siguen creciendo rabo y orejas. Pero, eso sí, sin molestar a los del continente. Sin que los rebuznos lleguen a oírse fuera del vallado.
Algunos en Prosperidad, cofrades incluso, olvidándose de ese Perdón al que todos miramos en la tarde de los Ramos, ven en sus puertas, en sus jardines, en los juegos de sus niños… lo que nadie más ve. El peligro de las jeringas quedó en las miserias de otros tiempos, cuando nos abrían el coche para quitarnos el radiocassette. Ahora son otros los "juegos" y otros los jugadores, aunque compartan tanto con aquellos que se abrieron las puertas del infierno a base de cocear contra el aguijón (¡maldito jaco!). Ahora son otros pinochos los que llegan a la Isla de los Juegos, pero son las mismas miserias. Porque siempre son las mismas miserias.
Pues bien. Hay un Gepetto que quiere que todos los pinochos dejen de ser de madera. Que sientan cómo sus cuerpos muertos se van transformando en carne viva, no sin el compromiso de "no volver a mentir jamás" y con la ayuda, siempre bienvenida, de hadas madrinas y concienciosos Pepitos Grillo. Un Gepetto que quiere que su carpintería de hombres pinochos esté ahí, en el centro de la vida, para que el primer paso de sus hombres de madera para convertirse en gentes de carne sea mirarse en los que comparten barrio, duelos, lunes y domingos, para sentirse como ellos. Para saberse como ellos. Que es buena la soledad del campo, pero somo muchos los que vemos en el bullicio de las gentes, en los olores de las calles o en las miradas de los vecinos, la verdadera vida y, sobre todo, la sensación de sentirse uno más. Saberse uno más.
Por qué no dejar a Muiños y sus Hombres pinochos intentar, al menos intentar, ser uno más de nosotros, de todos. Dejar que se hagan anónimas personas de carne y hueso. Dejar que algún hada madrina les vuelva a infundir ese alma que perdieron en la Isla de la Fortuna. Y… sí, por qué no, que el barrio haga de Pepito Grillo, que siempre será bueno para las conciencias de todos.
Sí. Es primavera y los cofrades cambiamos la cera por el bronceador, pero jamás deberíamos olvidar por completo que ser cofrade es algo que debiera hacernos diferentes y que, incluso fuera de los días pasionales, nuestra defensa de lo que es justo y de los que son justos, tiene que prevalecer sobre tiempos y climas. Que si el Perdón está en Prosperidad, toda la Semana Santa cofrade está ahí, con los suyos.
Y nuestro es este "Proyecto Hombre".
Ser cofrade es ser crístiano, Félix. Con eso está todo dicho. Y gracias por el artículo. Sí durante la Semana Santa llevamos el rostro cubierto, ahora es cuando hay que dar la cara.
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