lunes, 10 de febrero de 2020

Organizando procesiones

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Andrés Alén



10 de febrero de 2020

Este es el tiempo pre-cuaresmal de empezar a afinar tambores y trompetería, parches y claves, igualar costaleros sin más examen que la estatura de sus vertebras, repasar listados de cofrades y cofradas, precipitar todo lo que se dejó pendiente en las últimas asambleas… Sí: toda esa agitación que producen los nervios de un ensayo general…, y es que dentro de "ná", actuamos. Es sano este desquicio, natural y periódico; llega lo que tanto se desea, ese tiempo en el que yo también voy a ser protagonista, discreto y anónimo porque voy tapado, pero importante pues despertaré un inusitado interés internacional, turístico al menos... Por todo ello es claro que en este tiempo postrimero de gestación puedan aparecer fenómenos inauditos, como el crecimiento del cráneo en forma de cono y hacia arriba para no tener que usar relleno ni macho en el capuchón. O que se empiece a hablar en esa jerga, casi siempre importada que nos distingue a los que somos de los que no lo son: priostes, acólitos, bacalao, insignia, llamador, marcha, candelaria, túnica de cola, guardabrisas, exorno floral, hasta turiferario con toda la fumarada que levanta el latinajo, por no seguir con el real diccionario capillita para la ocasión.

O antes se hablaba menos y con escaso glosario, o era nuestro bajo acervo cultural semanasantero el que ni siquiera nos permitía conocer los días de salida de las cofradías sevillanas, ni distinguir con claridad sus vírgenes, sus palios y advocaciones. El caso es que yo no creo haber oído nunca, en aquel entonces de Maricastaña, nombrar, a los Cristos o Dolorosas de mi cofradía como nuestros Sagrados Titulares. ¡Dios mío!, ¿a quién habrán dejado en el banquillo? Claro que por aquellos históricos inmemoriales, casi nadie disponía de casas de hermandad seglares donde tan bien se ejercen cátedras y se inventa y se copia y se ven vídeos por la tele. Nos veíamos en la sede, que era la iglesia, pocas veces, en el cabildo si acaso y en procesión los que no faltaban. Precario, que esto de aquí nunca fue lo más. El caso es que no tener casa y solo iglesia te da cierta sensación de pertenencia, que a más de las imágenes (de imago, imitación, copia, émulo y que siguiendo a Platón se puede extender a todo lo que vemos, que no sería más que una imitación de lo que no podemos ver), para un creyente allí dentro hay una encarnación del Cristo en pan al que llamamos Santísimo y que posterga a otro plano de lo sagrado a todo lo demás. (Ya se anuncia a propósito, la próxima entrega en esta sala de "La epíclesis" por el Dr. D. Félix Torres González, siempre motivo de inspiración del Espíritu o de las musas).

Creo necesaria la oferta diocesana de preparación y acercamiento a la religiosidad, quizá no tan popular pero sí más cristiana, y ahondar en el misterio de la Pasión y la celebración de la penitencia, ya no como castigo, sino como arrepentimiento o constatación de eso que nos falta, que nos ayudará a salir de esta renovados. No es mal camino.

Luego se pueden añadir todos los demás usos, tradiciones, revestimientos coloridos, blanco y negro, o luto riguroso, hasta la parafernalia comedida dentro siempre de los cánones de la estética, que aquí tantas veces se sobrepasan, o de la ética, que aquí ya no entro, que se sobreentienden.

Aparte podemos seguir jugando a procesiones. Encabezo precisamente con un juego de relativo, o menos, éxito, posiblemente antecesor de los Play-móviles, pero con más enjundia y más cañí, con el que ensayar revirás, levantás, agrupamientos de cofradía y hasta paso de mudá por si empieza a llover. Se pasa bien.


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