viernes, 20 de marzo de 2020

En vísperas de la Pascua

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J. M. Ferreira Cunquero

El custodio de Tierra Santa en su visita a las franciscas descalzas de Salamanca | Foto:  JFSB

20 de marzo de 2020

Parece mentira que un bicho invisible y del que, al principio de esta historia de terror, se sospechaba que era producto de una fábula siniestra, pueda estar modificándonos la vida de esta forma.

Lo bueno que tiene este encierro privilegiado es que te facilita momentos exclusivos para reflexionar y tomar drásticas decisiones, que pueden ayudar a nutrir ciertos propósitos que aspiren a transformar la realidad que nos abraza.

Hace unos días, alguien a quien he ido cogiendo cariño desde la admiración que le profeso, por su entrega admirable hacia los demás, en uno de los conventos de Salamanca, me decía algo que me dejó impresionado: "Lo que para vosotros ahora es un grave problema, en nosotras no es más que la normalidad de todos los días".

Estas palabras, de la superiora de las franciscas descalzas de Salamanca, han hecho reaparecer con fuerza aquellas palabras de fray Romualdo (superior franciscano del Líbano y Siria, fallecido en Damasco en al año 2015), que me causaron cierto desasosiego cuando discutía con él, hace años, sobre la existencia de las monjas de clausura. El padre Romualdo aseguraba con cierta energía: "…ellas son las verdaderas palomas de san Francisco". Después, sus vivencias, argumentos y sobre todo la fuerza de una fe carismática hizo tambalear para siempre mis atolondradas dudas y cuestionamientos lamentables.

Desde entonces, cada vez que escucho en boca de las hermanas pedir por quienes persiguen a los cristianos o por quienes no conocen la luz de amor que brota del Evangelio, siento un temblor que me azuza el alma y cuanto tengo.

Esa es la clave de amor que nace con sinceridad en quienes, entregadas al Padre, aman con verdad a todos los hombres, incluidos aquellos que no pueden entender esa metáfora tan hermosa del padre franciscano Manuel Pombo, cuando compara a las monjas de clausura con miles de flores que crecen en los campos del amor, regadas por la lluvia redentora del Padre durante la primavera del tiempo.

La madre Sonia logró, con esa conversación breve pero rica en su contenido, que las letras que estaba escribiendo para este espacio fuesen a la basura de las incongruencias. Aquellas palabras enarbolaban seguramente un látigo de desamor, atizado con el mundano propósito de rendir cuentas cofrades y rumbos procesioneros mal capitaneados, por quienes tienen la obligación de que las normas que se aprueban sirvan para algo más que depositarlas en la estantería de los utensilios ineficaces. Lo reconozco, aquella conversación me hizo recapacitar, cayendo en la cuenta de que solo debe interesarle a mi camino, la brújula que vaya llevándome hacia Tierra Santa y los altavoces que aireen la denuncia del sufrimiento que padecen los cristianos en el mundo. En este cometido, las clarisas, franciscas descalzas de Salamanca, así como las monjas de clausura de todas las órdenes cristianas del mundo, con su oración permanente, son parte fundamental de la Iglesia que extiende por toda la tierra el mensaje de amor que deja cada día entre nosotros el Cristo Resucitado.

No puedo terminar estas letras sin desearos a todos, una feliz Pascua de Resurrección y enviaros el abrazo fraternal más profundo que pueda darse a quienes sufrís estos días la pandemia que nos azota.


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