miércoles, 4 de marzo de 2020

Itinerario artístico del crucificado en las procesiones de Salamanca

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F. Javier Blázquez

Silueta del Cristo del Amor y de la Paz en el atardecer del Jueves Santo | Fotografía: Manuel López Martín

04 de marzo de 2020

La imagen del crucificado aparece bien representada en las procesiones de Salamanca. Hubo quien dijo que hasta en exceso. No lo creo. Más bien sucede lo contrario, que faltan grupos representativos de la Pasión. El crucificado es, no en vano, el motivo principal de la iconografía cristiana.

En Salamanca, esto se debe fundamentalmente a la apuesta de Guzmán Gombau, en los años cuarenta, por convertir las siete últimas palabras de Cristo en la cruz en hilo conductor de las procesiones salmantinas. Para ello fue cerrando la Semana Santa, desde el Domingo de Ramos a la madrugada del Viernes Santo, con siete crucificados vinculados de manera correlativa a la devoción a las Siete Palabras. Y ninguno de ellos era de nueva factura. Todos habían sido concebidos para el culto en el interior de las iglesias y eran, en su mayoría, auténticas joyas de la imaginería local. Alguno de ellos ya no sale, otros se incorporaron en el futuro, pero, en general, podríamos decir que en las procesiones de Salamanca nos permitirían realizar un itinerario artístico a través de la imagen de Cristo crucificado.

Si tomamos como referencia los grandes momentos de la Historia del Arte, el Románico quedaría bien representado por el Cristo de las Batallas que utilizaron los excombatientes para abrir su desfile procesional. Es el primer crucificado de nuestra diócesis y por ello recientemente la Hermandad Franciscana lo ha tomado como referencia para que Ricardo Flecha realizara su cruz de guía. Esta imagen, renombrada bajo la advocación de la Fraternidad Franciscana, preside actualmente el presbiterio de la parroquia de San Francisco y Santa Clara. También la hermandad de Pizarrales optó por esta estética, en la línea neorrománica, cuando encarga a Gerardo Sánchez Cruz su cruz de guía, que ordinariamente expone en una capilla de la parroquia de Jesús Obrero.

El periodo gótico pudo haber contado con un extraordinario crucificado de haber cristalizado el intento de transformar en penitencial la Cofradía del Cristo de los Milagros. No pudo ser y para verlo en procesión hay que esperar hasta el domingo que sigue al Jueves de la Ascensión. En cambio, el Cristo de la Agonía Redentora ante el que rezan los poetas el Domingo de Pasión y sale en procesión diez días después es cronológicamente renacentista, aunque las pervivencias góticas se perciben a simple vista porque los imagineros de Castilla se resistieron a asumir los ideales de la nueva época. Hay que esperar bastantes años para encontrar crucificados en los que podamos percibir, sin perder la espiritualidad profunda que esta tierra siempre conservó, las formas renacentistas. El Cristo del Amor y de la Paz, en la línea Montejo, y el de la Buena Muerte, más romanista, son buenos ejemplos de la escultura del último XVI.

Como es lógico, el periodo barroco es el más prolijo en este tipo de imágenes. Esteban de Rueda representa a la perfección la serenidad y el virtuosismo de la etapa inicial con su Cristo de la Luz. Sin llegar a tanto, ahí estaría también Pedro Hernández, que realiza una imagen articulada para el acto del Descendimiento. La plenitud del Barroco queda ocupada con los tres crucificados de Pérez de Robles, de los que solo uno, el Perdón, se mantiene en las procesiones. El portentoso Cristo capuchino de la Agonía y el del Amparo, alumbrado otrora por los sanitarios, lamentablemente dejaron de salir. El Barroco, sin embargo, no se agota en el historial de nuestras procesiones con estas imágenes. Dos buenos ejemplos de esa escultura más agitada, que acusa la influencia berninesca, ya no salen en procesión. Nos referimos al Cristo del Consuelo que salió con los excombatientes en su procesión del miércoles, y a Nuestro Padre Jesús de la Promesa, de los dominicos. Después, en la transición hacia el siglo XVIII, tendríamos el Cristo de los Doctrinos de la Vera Cruz, con su réplica a tamaño reducido, y acusando ya la serenidad de los nuevos tiempos, el Cristo de la Paz de San Sebastián, al que acudieron los excombatientes en sus estertores y recientemente Jesús Amigo de los Niños para un viacrucis.

Las artes industriales, denostadas quizás algo injustamente, han dejado en las procesiones salmantinas varios crucificados seriados, entre los que destaca, como no podía ser de otra manera, el Cristo de la Vela. El pequeño de la sacristía de la Clerecía, que saca Jesús Flagelado, también entra en esta clasificación. Pero por lo que al gran arte se refiere, el siglo XX está muy bien representado con el Cristo de la Agonía que en 1960 realiza Damián Villar para sustituir primero al Perdón y después al de los capuchinos. Neobarroco, clasicismo y expresionismo se fusionan magistralmente en una imagen menos valorada de lo que debiera. Más clásico, aunque imprime su sello junto algún toque de modernidad, es el crucificado pequeño que Vicente Cid realiza para la marcha del Cristo de la Liberación.

Y terminamos el itinerario con la gran obra escultórica de nuestro tiempo al abordar el tema del crucificado en las procesiones locales. Es el Cristo de la Humildad, realizado en 2017 por Fernando Mayoral para la Hermandad Franciscana. En la línea del realismo modernista, Mayoral deja una escultura extraordinaria que, como sucedió en estas ocasiones, hay que dejar asentar para que ocupe en la historia del arte local el lugar que por justicia le corresponde.


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