Los hermanos del Cristo de la Humildad realizaron sencillos altares en sus casas para la III Cadena de Oración Franciscana |
17 de abril de 2020
En mi tierra sus gentes abrazan la Semana Santa en las calles con todos sus sentidos. Palpita en sus venas la Pasión de Cristo, viva en el escenario que rutinariamente les emplaza cualquier día de otra época del año.
Pero este 2020 ha sido caprichoso duelo en su primavera, obligándonos a refugiarnos en nuestras casas para, desde la ventana, sufrir la condena propia y solidaria con nuestros semejantes de tener que rumorear en la lejanía el fervor de los rayos del sol, afanados en hincar su fuerza naciente, para así hacer brotar el colorido de los campos.
Y entre tanto una pregunta curiosa en la voz ingenua de un niño rebota sobre mis espaldas… ¿por qué no ha habido "Semana Santa"? Y es que aún se oye el lamento de muchos "procesioneros" por la suspensión de los desfiles, encarnando un desaliento tal que solo es comprendido cuando se ha llegado a la máxima hondura, camino del "Calvario" amparado por un hábito que se hace aliado en el trasegar de los pasos orantes hacia la búsqueda de la fe más elevada. Las cofradías y hermandades son estandarte de la religiosidad más natural, la que despierta desde las costumbres y la cultura popular, la de las vivencias más cercanas que facilitan el encuentro con el Misterio, la que se puede desentrañar a un pequeño que por primera vez asoma su atención a la realidad cultural, social y religiosa que le ha venido dada y que le acompañará en su madurez desde su propia crítica…
Y en la inquietud de esa inocencia que está descubriendo sus aledaños, otra percepción que contrasta: "La relación con Cristo no se suspende", lema de la Hermandad Franciscana de Salamanca para convocarnos a la cadena de oración el pasado Sábado de Pasión, junto con cientos de monjas franciscanas de clausura de toda España e Hispanoamérica. Porque hemos vivido la Palabra, acuciados por las circunstancias, si cabe, más hondamente, afianzando ese mensaje que ha de guiar nuestra existencia como cristianos, fijando nuestra preocupación antes en el prójimo que en nosotros mismos, y ello desde esa fe que comporta creencia en el Otro, confianza en su aliento ante las más terribles consecuencias de una pandemia desoladora. Del mismo modo Francisco Gómez ‒pregonero al que esperamos en el escenario del Teatro Liceo del próximo año‒ nos invitaba a sumergirnos en la semana más trascendental para los cristianos desde lo más íntimo, destilando desde la reflexión creyente el Evangelio, transformando el desgarro de la Pasión en alegría purificadora de Resurrección y renovación espiritual, desde esta perspectiva impuesta que nos coadyuva a interiorizar aún más nuestra esencia allende lo mundano.
Ambas visiones y esa ingenuidad niña que espera una respuesta… Y resurge entonces con claridad de un rincón privilegiado de mi memoria lo aprendido de Francisco Rodríguez Pascual y sus sucesores en la defensa de la Semana Santa procesional: la relevancia de las manifestaciones de fe y piedad populares, revestidas de connotaciones culturales, que llegan a las entrañas de los más humildes para atestiguar la vida de Dios hombre, de Dios padre, de Dios luz al final del horror que ahora acontece y aquella que ya alumbra a los que gozan de la paz de su rostro.
Otro año será, daremos testimonio de nuestra fe en las calles para hacer del mensaje de Cristo luz en cualquier mirada.
0 comments: