Un cofrade abraza a un devoto ante el paso de El Prendimiento | Fotografía: Pablo de la Peña |
06 de mayo de 2020
El punto 8 del preámbulo de la Normativa diocesana de cofradías señala que "cada cofradía, con la orientación de su capellán o director espiritual, se planteará un programa pastoral asumible que atienda a la consecución de los fines de evangelización y formación cristiana de sus miembros contenidos en sus estatutos. Este programa se hallará en sintonía con las prioridades pastorales diocesanas y se integrará en el plan general de la parroquia o unidad pastoral en la que se encuentre establecida la cofradía".
La situación de la pandemia que se vive exige, también a las cofradías y a cada uno de sus miembros, adaptar de un modo muy sobresaliente la respuesta humana y cristiana durante la emergencia y posteriormente. El fin caritativo es muy amplio. El papel de las cofradías puede y debe hacer buena la previsión de que situaciones límite como esta de epidemia pueden sacar lo mejor de las personas, incluso en los escenarios más difíciles. Y ello deberá ir siendo objeto de discernimiento en el corto, medio y largo plazo.
Hemos visto una y otra vez que las personas son extraordinariamente resistentes, y que en el ámbito más cercano a las personas, a las comunidades y grupos locales, pueden mejorar las respuestas a las crisis cuando golpean. Los programas de recuperación funcionarán si se estimula el compromiso de los grupos y personas más cercanas.
Hay tres niveles de respuesta a esta grave situación del brote: cómo nos afecta física, mental y espiritualmente.
La respuesta física vino primero, y ahora todos estamos familiarizándonos sobre el autoaislamiento, el distanciamiento social y las pruebas.
El segundo efecto, en nuestras psiqués, se experimenta personalmente, pero solo con respuestas y consejos intermitentes. El virus hace que la necesidad de una respuesta positiva sea más urgente.
Pero es la tercera área, el efecto espiritual del brote, lo que se está descuidando, a pesar de que la presencia de la incertidumbre sobre el mañana, la enfermedad o la muerte, lo queramos o no, evoca preocupación por el estado de nuestras almas. El bienestar espiritual es ajeno a la vida cotidiana de muchas personas, y con el declive de la práctica religiosa, millones de personas experimentan un alma enferma, sin importar cómo quieras definirla: cansancio del corazón, temor existencial, un sentimiento de hundimiento, de que nada realmente importa, sin encontrar una salida.
A esto pueden y deben dar respuesta también las cofradías, en tanto en cuanto son referencia sólida en nuestro ámbito socio religioso.
¿Y cómo se puede efectuar esto? Hay actitudes, sencillas pero sólidas, que ayudan en esta acción. En primer lugar la escucha. No importa qué giro tome una crisis, uno de los regalos más duraderos y poderosos que una cofradía puede ofrecer es escuchar, atender, sanar. Al escuchar, se encarna el amor a lo sagrado, el amor a una comunidad más amplia, el amor a la vida misma. La escucha compasiva es exactamente lo que las personas necesitan cuando se enfrentan a las circunstancias abrumadoras e incontrolables de una crisis.
También es momento de hacer comunidad. El deseo humano de ser útil es increíblemente fuerte. Aunque una crisis puede hacer que algunas personas se retiren, también puede ser una oportunidad significativa para unirse y apoyarse mutuamente. Las cofradías tienen la oportunidad única de transmitir liderazgo e imaginación y así unir a las personas de manera organizada, solidaria y sostenible.
Otra faceta puede ser la ayuda a las personas a tener una visión a largo plazo. Puede ayudar a mantener un sentido de esperanza acerca de la presencia amorosa de Dios en nuestras vidas, incluso cuando las circunstancias amenazan atenuar nuestra esperanza.
También es esencial mantener los valores vivos. En este tiempo difícil, es tarea de las cofradías, con la referencia necesaria al Resucitado, a la Iglesia y a los sacramentos, hacer un llamamiento a las personas para que vivan su mejor sentido de cómo estar en el mundo. Esto no significa ser deshonesto sobre una crisis y sus amenazas. Significa que seguimos apoyándonos en la presencia sostenida de Dios, desde la oración, amando a nuestro prójimo y enfrentando la muerte con el mismo propósito y valores por los cuales enfrentamos la vida.
Y no podemos olvidar la versión moderna de las funciones fúnebres y caritativas de las cofradías: no tener miedo de hablar sobre la muerte. Es el momento de ayudar a las personas a llorar bien (antes, durante y después de las pérdidas), esto ayuda a vivir mejor en todos los ámbitos de la vida. Hacer espacio para hablar sobre la muerte significa expandir nuestras capacidades para vivir cada momento como un regalo.
Son pautas, reflexiones de este momento. Una readaptación de todos los planes. Es tentador creer en una crisis que debemos dar o hacer todo en este momento. Principalmente esto no es posible. A medida que este brote continúa desarrollándose, ojalá que se desplieguen en nuestras cofradías actuaciones en estos ámbitos, las cuales ayudarán sin duda a crecer a las personas y a mitigar los estragos en lo social y en lo económico.
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