Tras tres meses metidos en casa, nada ha cambiado, más bien todo lo contrario. Tenemos nuestras viejas y malas costumbres campando a sus anchas por la “nueva normalidad”.
Eso sí, entre bronca y bronca de nuestros padres de la patria, ya sean municipales, autonómicos o nacionales ‒una de las viejas costumbres‒, no se pierde la ocasión de atizarle a la Iglesia, y esta también, como es costumbre vieja y mala, no solo pone la otra mejilla, sino que se deja apalear sin remedio.
Resulta que cuando las cosas se ponen difíciles, o se pueden poner, la única solución es limitar los aforos, reducir las personas que se reúnen en un determinado lugar. Y tengo que reconocer, como profesional médico, que es una buena decisión siempre que se acompañe de muchas otras que no voy a desgranar porque ya todos conocemos. Salvo nuestros dirigentes, claro. Estos parecen estar más preocupados por darle leña al mono, aprovechando que el “Igea” pasa por Valladolid.
Qué inquina nos deben de tener a los católicos, en buena medida, quizás, cocida a fuego lento en la personal historia de cada uno en sacristías y aulas varias, para arremeter así contra nosotros y prohibirnos “de facto” el culto. ¿Qué es si no la limitación a veinticinco personas por iglesia, sea del tamaño que sea?
Incomprensible, se mire por donde se mire. Inexplicable, porque no lo han podido ni explicar. Inútil, pues no ha supuesto que por esa vía se reduzcan los contagios, ya que no había de donde reducir. Revisen sus estadísticas, ni un solo brote se ha producido a raíz de una celebración dentro de la iglesia, porque las medidas han sido y son las adecuadas, con distancia e higiene, a pesar de ser espacios cerrados. Ya quisiéramos que en otros lugares cerrados fuera así. Y no pongo ejemplos de todos conocidos. Ya propuse en aquel momento a algún sacerdote celebrar, como acto de protesta, una eucaristía en un autobús, allí cabríamos casi el doble.
Pero parece que no pasa nada, ya ni protestamos. Nos la volverán a jugar, seguro. Somos un blanco fácil al que todos atizan y, además, ni rechista, salvo honrosas excepciones. Quizá debiera negociarse todo esto a niveles más elevados, como la Conferencia Episcopal, que para algo la tenemos, y no con voluntariosas y no por ello mal motivadas cartas de vicarios (gracias Poli) a las que los mandamases contestan con un “es lo que hay”.
Apliquémonos el cuento para cuando pueda volver el culto público a la calle. Igual que ya ha habido manifestaciones de todo tipo, e incluso eventos deportivos…, pero ya veréis como también nos cercenan hasta decir basta. No pido ni más ni menos que lo que nos corresponde, ejercer el derecho a celebrar nuestra fe, en los templos y en las calles, cuando se pueda, en igualdad de condiciones que otros colectivos y con las medidas adecuadas.
Somos responsables, lo hemos demostrado y lo queremos seguir demostrando, viviendo nuestra fe en los templos y en la calle. Que no nos hagan comulgar con ruedas de molino.
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